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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vorágine socialista

EL PROCESO precongresual del PSOE culmina con dos conclusiones absolutamente contradictorias entre sí. Por un lado, las votaciones de las federaciones han abierto paso a una, aunque etérea, renovación del partido, frente a la tentación endogámica que suelen se gregar los aparatos. Por otra, la lucha por la mayoría ha registrado enfrentamientos en clave de triquiñuela más propia de la picaresca del siglo XVII o de patio de vecinos de una zarzuela que del debate ideológico y político necesario en 1994. ¿Cuáles?: las afiliaciones fraudulentas en León, las acusaciones de traficar con las subvenciones del Plan de Empleo Rural para asegurarse fidelidades en Andalucía; el desabrido cruce de acusaciones entre un grupo de renovadores y José Luis Corcuera; el aplastamiento de todo intento de integración en Galicia o la extraña alianza entre el leguinismo renovador madrileño e Izquierda Socialista, fraguada ésta en la oposición a la reforma laboral emprendida por el Gobierno que encabeza el principal artífice de la renovación del PSOE...

Tales despropósitos han tenido caldo de cultivo en la mecánica electoral. Ésta, ideada en la etapa de Alfonso Guerra para conseguir una mayoría clara, ha girado en contra de los propios guerristas, que, en Málaga y Madrid, se han visto relegados a una cuota minoritaria cuando apenas habían perdido por dos o quince votos. Caer en minoría significa la casi inexistencia: de ahí el uso de toda suerte de instrumentos, nobles o miserables, para evitarlo. De una proporcionalidad pura a un artilugio electoral donde se castiga excesivamente a las minorías hay un abanico de soluciones que los aparatos no ponen en marcha. La apelación de González a su necesidad de disponer de "manos libres" para componer la futura dirección ilustra las limitaciones de la renovación. Ésta se fía al líder y su intuición. Y quizá a una etapa de transición en clave personalista en la que primen peligrosos mecanismos de adhesión carismática sobre los estrictamente democráticos.

El PSOE parece dar por descontado también el final a fecha fija de su hegemonía. Con una resignación que surge de las encuestas, del crecido ánimo de sus competidores, de la constatación del desgaste del poder y de la ausencia de delfinato para cuando González se descuelgue del cartel electoral. Incertidumbre y deterioro se proyectan sobre un partido de larga historia y arraigo social, sí, pero cuya reconstrucción comenzó en el tardofranquismo y no culminó hasta asentarse en el poder. Un partido, pues, que exhibe los vicios propios de toda maquinaria de poder: poderosa, pero distanciada del tejido social. Así se explica que la pugna tribal haya arrinconado todo debate ideológico y político. El mismo mensaje de renovación que lanzó Felipe González como apuesta de futuro tanto ara la política general en la campaña electoral -el cambio del cambio- como para su propio partido sigue sin concretarse. No es que no sea sugerente. Es que no se sabe cómo se quiere hacer, con qué ambiciones, en qué calendario.

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En este marco concluye hoy el congreso del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC), con un fuerte e inédito voto de castigo a la dirección saliente y la in cógnita de si Raimon Obiols seguirá encabezándolo. Será difícil que el socialismo catalán siga representan do lo que ha supuesto hasta hoy dentro del PSOE: un punto de anclaje ideológico y una referencia de cohesión interna. El PSC se ha quedado a medio camino de sus dos grandes objetivos históricos: no manda en Cataluña y debe compartir con el nacionalismo la representación catalana en la política española. Hoy sabremos si estas apuestas se diluyen también en una cansina administración de la inercia histórica.

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