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No le hagan más preguntas

Juan José Millás

A Francisco García Escalero, el mendigo psicópata, que no le sigan preguntando, que cuando abre la boca vomita cuatro muertos más. Con los de esta semana, ya van 15. Cada vez que el equipo habitual de psiquiatras y abogados se fuma un cigarro con él, Francisco García -empieza a hurgar en su conciencia y saca tres o cuatro cadáveres, quizá para no decepcionarles. No dan abasto a desenterrar, él por un lado y la policía por otro; mientras Francisco remueve los escombros de su memoria, la policía vacía pozos donde aparecen cuerpos sin cabeza. El caso es que esto empieza a parecerse a uno de esos túneles kilométricos que empiezan unos obreros por un lado y otros por otro con la idea de encontrarse en el centro. Francisco cava con tesón en la zona más oscura del entendimiento, de donde- sale una tierra húmeda, salpicada de restos orgánicos, y la policía abre un pozo gigantesco en los descampados cercanos a sus devaneos. Es un trabajo inútil: jamás se encontrarán esos dos túneles, porque pertenecen a dimensiones diferentes.No hay agujero, por negro que sea, capaz de comunicar dos dimensiones diferentes. Las dimensiones sólo se intercomunican, y aun eso con suerte, a través de los respiraderos de la conciencia común a la totalidad de las cosas. Pero quién se atrevería a decir que entre Francisco y nosotros hay algo en común, aunque se trate de algo tan desprestigiado como la conciencia. Sin embargo, si fuéramos capaces de horadarla por nuestro lado a la vez que Francisco la horada por el suyo, acabaríamos por encontrarnos en el centro. La pregunta es si lo re sistiríamos, si soportaríamos su mirada en la mitad oscura de ese túnel que iba de nosotros a él, o de él a nosotros. Quizá no.

Por eso es mejor que dejen de preguntarle. Diez o doce cadáveres más no van a servir para hacer más dura su condena, pero sí pueden aumentar nuestra confusión, y quién quiere estar confundido. Quince cadáveres: se trata de un número suficiente, múltiplo de tres, la trinidad; alguna interpretación mágica obtendríamos de esta cifra sin esfuerzo. Con menos muertos, su imagen resultaría pavorosa, pero unos pocos más harían de él un excéntrico aborrecible. Quince es lo justo para que su figura se quede nave gando entre esas dos aguas que comunican el territorio de la locura con el de la barbarie; o sea, que cual quier pena que se le imponga nos parecerá bien. Si la cárcel, de acuerdo, porque conviene ejemplificar un poco, no vaya a ser que todos los mendigos, a la vista de lo fácil que resulta matar, se pongan a asesinar sin distinción de razas ni colores. Aunque la verdad es que en eso Francisco García fue sensato: no se atrevió a tocar a nadie de la clase media, ni siquiera de la de los pobres; sólo mataba a gente como él; o sea ceros a la izquierda, personas que de no ser por su confesión jamás habríamos llegado a echar de me nos. Dada la vida que llevaban sus víctimas, nunca sabremos si las asesinaba o practicaba con ellas la eutanasia. Pero si lo inteman en un manicomio, también nos Parecerá adecuado, aunque lo ideal sería una sentencia mixta, porque de este modo se colma rían todas nuestras expectativas condenatorias. Hay algún precedente. Si la piedad no estuviera tan mal vista, yo confesa ría una profunda piedad por este Francisco García, por esa inteligencia llena de brumas instalada en su cuerpo. Siento piedad por él y por nosotros, porque en este mendigo psicópata confluyen misteriosamente las líneas del pasado y las del futuro. Es verdad que parece un fragmento de otro tiempo, pero en tomo a él ha empezado a tejer su capullo el porvenir. Dense una vuelta por nuestras calles, por nuestros parques, y lo comprobarán.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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