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Tribuna
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Periferia

Alguien escribió en alguna parte que, atendiendo a los medios de comunicación, cualquier lector creería que España es un país con un par de capitales interesantes, en donde ocurren cosas importantes, y con un vasto territorio que sólo alcanza notoriedad cuando en él se producen crímenes y otros sucesos espeluznantes. Pienso en la maltratada Murcia, que sólo aparece en los telediarios cuando en ella se cometen crímenes pasionales, y, ahora mismo, en Extremadura, cuyos hijos alimentan el temor de que sólo se les conozca por la matanza de Puerto Hurraco.El propio Puerto Hurraco: una pedanía como otras, imagino que con sus cosas buenas y sus cosas malas, con su buena gente y su gente mala, como cualquier aldeílla en donde la humana naturaleza tiene cabida. Ahora resulta que pasará a la historia por una maldita tragedia que, seguramente, no habría podido acontecer en Nueva York o Madrid, pero sí en cualquier otro pequeño y tranquilo villorrio, porque la sangre perversa, la mala semilla, crece en cualquier parte.

A los amigos que tengo en Extremadura, a los que no tengo -pero que podría tener- en Puerto Hurraco, quisiera decirles que se armen de paciencia. No es culpa suya que esta bestial versión de tragedia griega que acaban de soportar merezca más letras de molde que su tranquila vida cotidiana, sus esfuerzos por salir adelante, sus días y sus noches de gente corriente. Sobre el pueblo soplaron las Erinias, y un par de Orestes astutos, cazurros y sanguinarios salieron a por venganza, llevándose de paso, aparentemente, con las vidas, el buen nombre.

Pero eso no es verdad. Cuando se amansen los remolinos de polvo, el paisaje de todos los días volverá a dibujarse claramente. Y siempre habrá otro lugar de España -rural, seguramente- que tomará el relevo en el cartel del sensacionalismo.

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