Justificaciones

¿Conoces a alguien que sea capaz de pasarse 24 horas sin echar mano a un par de sabrosas autojustificaciones?, responde Jeff Goldblum a la recriminación de Glen Close en una charla de sofá dentro de la esclarecedora, sensible y deliciosa película Reencuentro, de Lawrence Kasdan. Ella no sabe qué contestar. No ha de extrañar.. Es difícil que el ser humano encuentre momentos más lúcidos e imaginativos (no siempre efectivos) que aquellos en los que, atrapado, no encuentra más salida que la justificación. Pero, a pegar de tirarnos desde pequeñitos entrenando en el noble ejercicio de la justificación, nunca terminamos el aprendizaje. Algunos logran buenos rendimientos, como los políticos. Otros memorizan un par de justificaciones de libro y se convierten en discos rayados. Y la mayoría esperamos que nos coja el toro, y entonces no nos queda más remedio que echar mano a la inspiración del momento. Empezamos a justificarnos por la mañana (es que había mucho tráfico), seguimos al mediodía (me encantaría ir a comer contigo, pero ... ), una buena por la tarde (es que me han liado en la oficina) y acabamos por la noche (no, hoy tengo dolor de cabeza).

Manuel García Blázquez, forense granadino, acaba de publicar un estudio sobre las separaciones o anulaciones matrimoniales, estas últimas sólo al alcance de gente con dinero y que pueda demostrar que no ha usado nunca un condón. El libro, además de su valor como trabajo médico, se hace eco de todo un muestrario de humanas justificaciones en la búsqueda de la supuesta libertad. Padres de varios hijos que alegan impotencia, acusaciones de frigidez a los 70 años o epilepsia en estado crepuscular (para aducir esta última hay que saber lo que es, no vaya a ser que te lo pregunten). Y hay más todavía. El exceso de amor, entendido como una incapacitación para una buena elección, e incluso la hiperactividad sexual de una de las partes. Ya lo decía mi madre, tan malo es el defecto como el exceso, y yo no la creía.

La justificación se convierte en arte cuando se trata de negar la evidencia. Un amigo me solía recomendar la asistencia a los juicios, grandes templos de la justificación. "No te puedes hacer m idea lo que se puede oír por ahí". Y como ejemplo me contaba el caso de una mujer que, acusada del asesinato de su marido, basaba su defensa en la circunstancia atenuante de que al encontrarse pelando un limón, el cuchillo se le había resbalado, yendo a parar al cuerpo de su ya ex marido. Buen y valeroso intento, aunque escasa coartada cuando el susodicho presentaba 14 heridas profundas de arma blanca. Igual es que estaba preparando una limonada.