_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Por un nuevo sistema europeo de seguridad

Los astrólogos coinciden en que 1994 será un año lleno de desgracias. El año del perro, según la astrología china, será un año de conmociones sociales y de fracasos en la búsqueda de la tranquilidad. Para mí, esos vaticinios son una simple curiosidad, aunque opino que la realidad encierra auténticos peligros, como, por ejemplo, el triunfo conseguido en Rusia por el chovinista VIadímir Zhirinovski y su Partido Liberal Democrático.Al leer las chocantes declaraciones de ese político me hago la pregunta de si las locuras que dice son solamente locuras. Quizá sería mejor en este caso dar la interpretación de Shakespeare de que "ciertas locuras se basan en un método".

La aparición de Zhirinovski en la escena política rusa plantea dos preguntas. En primer lugar, ¿cómo un ultrademagogo con inclinaciones fascistas ha podido conseguir un apoyo tan grande en un país de historia y experiencias tan dolorosas como Rusia? La segunda pregunta es ¿qué sucedería si un político como Zhirinovski conquistase el poder en Rusia y pusiese en práctica sus demenciales proyectos?

La respuesta a la primera pregunta es relativamente fácil. Las reformas democráticas y procapitalistas emprendidas después de 70 años de totalitarismo han encontrado en Rusia barreras y resistencias mucho mayores que las que se esperaban. Y no es de extrañar, porque la creación de la economía de mercado ha condenado al 40% de la población del país a una miseria que amenaza con una catástrofe. En el otro polo, en el proceso de transformación que se opera, ha aparecido un grupo social muy reducido, de carácter con frecuencia mafioso, que consigue beneficios incontrolados. Todo esto hace que, en una sociedad como la rusa, educada durante decenios por el igualitarismo más riguroso, hayan surgido actitudes de rebeldía. Ese estado de ánimo ha sido aprovechado por Zhirinovski, que, al prometer a todos los rusos un futuro paradisiaco, ha sido acogido por los desamparados y frustrados como un milagrero, como el buen zar que resolverá todos sus problemas.

Pero más importante es aún el hecho de que Zhirinovski logró llegar a muchos rusos que siempre vivieron convencidos de que su país era una gran potencia, una fuerza respetada y temida por el mundo entero, con el mensaje de que Rusia está hoy de rodillas y es necesario erguirla una vez más. Zhirinovski aseguró a esos rusos que el imperio podrá ser reconstruido en el sentido político, militar y geográfico, y que ésa es una misión sagrada de todo ciudadano.

A pesar del éxito conseguido por Zhirinovski, yo no considero a los rusos como un pueblo susceptible de seguir a los aventureros fascistas. Conocí a muchos rusos sencillos cuando estuve en Siberia talando árboles en la taiga y luego, cuando compartí con ellos la vida del soldado en la II Guerra Mundial. Sufrían las mismas represiones estalinianas y vivían la misma miseria que nosotros, los polacos que habíamos sido condenados a la deportación. Ellos también anhelaban una vida pacífica, una vida digna y segura. Para ellos, Zhirinovski es solamente una forma de protestar contra los errores cometidos por el poder actual. Zhirinovski, o alguien como él, podría llegar al poder en Rusia y poner en práctica sus planes imperiales únicamente en el caso de que ese gran país fuese condenado al aislamiento y fracasasen totalmente las reformas democráticas, políticas y económicas. Podría llegar también al poder si se produjese en Rusia un golpe de Estado militar.

No podemos, por desgracia, descartar ese desarrollo de los acontecimientos, porque la situación en Rusia es muy inestable y, a medida que empeore la crisis económica, se deteriorará aún más. Y esa inestabilidad es particularmente peligrosa porque afecta también al control de las armas termonucleares, asunto singularmente preocupante.

Hay que tener en cuenta asimismo que la propia Constitución de Rusia, ajustada a la persona de Borís Yeltsin, puede ser un instrumento que incentive las tendencias dictatoriales dentro de la élite del poder. La Constitución concede enormes atribuciones al presidente ruso y, como son imprevisibles las reacciones de la sociedad y las del propio Ejército, es difícil también prever qué uso se hará de esas atribuciones. Se trata de un enorme problema ante todo para los propios rusos.

¿Qué debería hacer el mundo?

Comparto la opinión de los políticos occidentales que afirman que no se debe aislar a Rusia, que no se debe crear alrededor de ella una barrera de desconfianza, y menos aún una histeria animada por el espíritu de las cruzadas. Ese sería el camino más corto para restablecer la división de Europa y daría argumentos a hombres como Zhirinovski. Para el mundo, ese desarrollo de la situación sería el comienzo de una nueva guerra fría.

A Rusia hay que ayudarla. Hay que ayudar a su joven democracia abriéndole todas las puertas de la vida internacional. Hay que ayudar a su economía con recursos asegurados por los países más desarrollados, con el fin de que el periodo de superación de la crisis que agobia a los rusos sea lo más breve y leve posible. Hay que ayudar a su democracia con un control más estricto de los armamentos, pero también con la construcción de medidas de confianza más sólidas.

Personalmente, temo que incluso todos esos pasos juntos podrían resultar insuficientes y por eso considero que existe la necesidad urgente de crear en Europa un nuevo sistema de seguridad colectiva. Pienso que sería un desastre si Occidente, maniatado por el corsé de la Alianza Atlántica, tratase de utilizar a Rusia como gendarme en su antigua zona de influencia. Pero me temo mucho que para los políticos que no supieron acabar con las guerras de Afganistán, Somalia y Yugoslavia sería muy cómodo utilizar a Rusia para que les sacase las castañas del fuego, al menos en el Cáucaso, Asia central y

Europa oriental. ¿Cómo debería ser el nuevo sistema de seguridad colectiva? A mi modo de ver, debería, como decía el general De Gaulle, satisfacer a todos los pueblos que viven entre el Atlántico y los Urales.

Menos importancia tiene el nombre que se le dé al nuevo sistema, Pacto Atlántico o Asociación para la Paz. Lo que interesa es que garantice de manera real la seguridad y la integridad territorial, así como los derechos de todos los Estados europeos. Las medidas ambiguas y el aplazamiento de la solución del problema ad calendas graecas podrían conducir a una grave situación.

Los polacos tenemos razones más que evidentes para exigir que ese sistema de seguridad colectiva se cree cuanto antes, y vemos esa posibilidad partiendo de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, de la Unión Europea Occidental o de la Alianza Atlántica. Pero es necesario subrayar que al exigir una solución no pensamos únicamente en nuestros propios intereses. Es obvio que Hitler se lanzó a la aventura de la II Guerra Mundial porque su primera presa, Polonia, estaba prácticamente aislada.

El año 1994 no tiene que ser por fuerza un año de desgracias, como afirman los astrólogos, pero para que no lo sea habrá que hacer un gran esfuerzo en pro de la consolidación de la democracia y la libertad, con el fin de cerrar el paso a los extremistas de todos los colores. Me gustaría que esa idea iluminase a todos los participantes en la próxima cumbre de la OTAN.Wojeiech Jaruzelski fue presidente de Polonia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_