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Una interminable cuesta de enero

La cuesta de enero se les presenta a los socialistas en 1994 no sólo más empinada que otros años, sino también alargable hasta bien entrada la primavera. El próximo día 27 el Gobierno de Felipe González se verá obligado a soportar el embate de la huelga general convocada por UGT y CC OO contra la reforma del mercado laboral. El único consuelo del Ejecutivo es que las consecuencias políticas del paro, por grande que sea su éxito, no serán comparables con los traumáticos efectos del 14-D. Hace cinco años, la ruptura de UGT con el PSOE representó para la llamada familia socialista casi un drama de Echegaray. La huelga general de 1988 provocó que el partido y el sindicato fundados por Pablo Iglesias a finales del siglo XIX, como el anverso y el reverso de un proyecto político unitario, cortaran sus vinculaciones centenarias: a la vez que la doble militancia -partidista y sindical- de los afiliados al PSOE dejaba de ser obligatoria, la UGT reivindicaba su plena autonomía. Roto el tabú de la fraternidad y secularizadas unas relaciones antes sagradas, el Gobierno no vivirá ya el eventual éxito de la huelga general como una abrumadora tragedia histórica, sino como una simple derrota política.Ocurra lo que ocurra el 27-E, los socialistas tendrán que seguir remontando su cuesta invernal. Durante las próximas semanas, las luchas entre renovadores y guerristas por sumar delegados para el 330 Congreso y el desarrollo de la asamblea a mediados de marzo elevarán al máximo la conflictividad interna del PSOE. No es fácil imaginar un resultado capaz de pacificar las revueltas aguas socialistas: aunque el acuerdo diplomático -también conocido por el eufemismo de integración- entre González y Guerra podría calmar momentáneamente el conflicto, ese compromiso inestable y artificioso tan sólo serviría -como enseña la historia de las escisiones partidistas- para enconar a medio plazo las diferencias y transformar en irreconciliables enemigos jurados a los que ahora son simplemente adversarios.

La cuesta de 1994 muestra a los socialistas todavía otro repecho: las elecciones europeas del mes de junio. Tanto las peculiaridades técnicas de la convocatoria (colegio nacional único y proporcionalidad sin correctivos) como su escasa repercusión sobre la vida cotidiana de los españoles ofrecen a los electores la oportunidad de apoyar la lista que les resulte ideológicamente más cercana y debilitan las motivaciones para el voto útil que tanto favoreció el 64 a los socialistas. Y la ocasión también la pintan calva para que los ciudadanos irritados con el Gobierno puedan depositar un voto de castigo -aunque no descarten apoyar al PSOE en futuras convocatorias locales y legislativas- sin temor a males mayores. Esa triple posibilidad de actuar en conciencia, propinar un correctivo a los socialistas y hacerlo además gratis, convertirá los comicios europeos en -una especie de barra libre para descontentos y agraviados; y si el PSOE saliese derrotado de la prueba de junio, la pendiente hasta el final de 1994 sería para Felipe González aún más escarpada que la dura rampa semestral recién comenzada.

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