Suave, suave
Ha muerto Chucho, Chucho Navarro, el fundador de Los Panchos y el bolero silencioso, el bolero que mece más que solivianta, el bolero del amor dulce para dormir al lado -"ese tendón del hombro", sigamos con Jaime Gil de Biedma-; el bolero, antes bálsamo que hondo aguijón poético, se queda en blanco. Escuchábamos a Chucho desgranar estremecidos versos, terribles: "Voy gritando por las calles que no me quieres, que no me quieres", pero la tragedia nunca degollaba el cuello de la botella, de las botellas de coronita cargadas con tequila y una aduana insustituible de corteza de limón. Una canción. Tres minutos en que desfila el mundo. Algo corto para silbarlo despreocupadamente, con su poquito de drama y su viejísima aspiración de introducir orden en la melancolía, en el desdén. Todo ello sin empalagar nunca, con una nota incluso de humor en el fondo: "Es sólo una canción, amigos". Chucho.Hoy se lleva el bolero que ataca. La Lupe, la recuperada Chavela y esa Paquita la del Barrio que a veces escupe tanto y tan lejos que salpica. Nada que oponer. A veces se necesita eso sonando: la aguja del tocadiscos como una navaja abriéndose paso. El bolerazo: acaso Olga Guillot preguntándote qué sabes tú de la vida. Pero otras, muchas más -el corazón se pasa la mayor parte de su tiempo goteando suave a menos de noventa golpes-, conviene adormecerse ante los viejos filmes americanos de teléfonos blancos. O ante los trajes igualmente blancos y amables, cegadores, de Chucho Navarro, de Alfredo Guero Martínez Gil y de Hernando Avilés, que ellos fueron los primeros Panchos, y los mejores, hace 50 años.
"Si tú me dices ven, lo dejo todo". Chucho sabía mejor que nadie que eso no va, nunca, completamente en serio.
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