Feminismo y posmodernidad
En la información publicada en su periódico a propósito de las jornadas organizadas recientemente en Madrid por un sector del movimiento feminista, se destacaba la amplitud y diversidad de puntos de vista reflejados en las mismas. Esta diversidad ha sido asimismo destacada por las portavoces de las jornadas como un signo de la riqueza y vitalidad del feminismo actual, que ha ampliado sus miras a áreas y reivindicaciones nuevas, no contempladas bajo los planteamienos feministas clásicos de los años setenta.En el marco de esta concepción amplia e innovadora del feminismo han tenido cabida en las jornadas desde feministas que reivindicaban la pornografía, por considerar que las mujeres pueden disfrutar con su consumo tanto como los hombres, hasta colectivos de transexuales que reivindicaban la prostitución como una actividad sumamente enriquecedora para las mujeres que la ejercen voluntariamente. Todo ello bajo el signo de un espíritu posmoderno que propugnaba el fin del discurso racional, del sujeto colectivo y de las teorías totalizadoras, reclamando la rriultiplicidad de experiencias y deseos individuales como única fuente legítima para la formulación de alternativas progresistas y liberadoras.
Sin duda, es imposible rebatir un discurso del tipo "a mí me gusta...", "yo siento...", "yo disfruto..." (¿cómo discutir a nadie sus propios gustos y experiencias?), pero lo que sí cabe cuestionarse es si ese discurso tiene algo que ver con el feminismo.
El movimiento feminista nace de la conciencia de opresión de muchas mujeres y, desde el mismo momento en que se toma conciencia de esta opresión común y se analiza la realidad social a la luz de la misma, surge inevitablemente la noción feminista de lo que es positivo y de lo que es negativo, de lo que es reivindicable y de lo que es rechazable. Ni siquiera hace falta ser feminista para comprender la distancia que existe entre sentirse solidaria con las mujeres prostitutas, demandando medidas sociales e institucionales que mejoren sus condiciones de vida, y defender la prostitución como institución social.
Comprendemos la moral de triunfo de las organizadoras de las jornadas ante la masiva asistencia de mujeres a las mismas. Pero no compartimos, sin embargo, su interpretación de esta afluencia como un signo de la vitalidad actual del movimiento feminista. La fortaleza de un movimiento no se manifiesta en el número de mujeres que asisten puntualmente a unas jornadas, sino en su capacidad de presión y de respuesta en defensa de los intereses del colectivo social al que representa. Y, desgraciadamente, resulta patente la casi nula capacidad de respuesta del feminismo actual ante hechos tan relevantes para las mujeres como pueden ser, entre otros, el alarmante aumento del paro femenino (muy superior al masculino) provocado por la presente recesión, la escalada de violencia sexista o la utilización sistemática del cuerpo femenino como reclamo comercial.
Las recientes jornadas han aportado, precisamente, una de las claves que explican la incapacidad de respuesta actual del movimiento: la evolución de una gran parte de éste hacia posiciones de corte cada vez más subjetivista, en las que el yo se convierte en la referencia fundamental y la diversidad de vivencias e inquietudes de las mujeres se traduce en una confusa amalgama de voces y proposiciones inconexas, consideradas todas ellas igual de válidas aunque algunas sean excluyentes o incompatibles entre sí. Todo ello redunda en un proceso de desarme ideológico y despolitización del movimiento que no puede sino favorecer los intereses patriarcales, cómodamente instalados en el interior del propio feminismo al amparo de la posmodernidad. Resulta significativo, en todo caso, que muchas de las feministas que están apoyando esta evolución pertenezcan a formaciones políticas de izquierda que, en sus posicionamientos políticos generales, distan mucho de hacer gala de un espíritu tan flexible y liberal como el que propugnan para el feminismo- y cuatro firmas más.
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