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Una campana a trancas y barrancas

Las coaliciones y partidos rusos han improvisado sus listas y programas sin apenas reflexión

SEBASTIÁN SERRANO La campaña electoral que acaba de finalizar en Rusia ha permitido a una nueva generación de líderes políticos curtirse en la pugna democrática. También ha permitido, por primera vez, que los partidos, aunque débiles, hayan cobrado cierto protagonismo y dibujado un incipiente pluripartidismo. La televisión estatal, además, ha dado voz igual a los grupos en sus espacios gratuitos. Pero todos esos avances no han impedido una campaña con regusto amargo, sin euforia. Sobre ella ha planeado siempre la sombra tutelar de un Yeltsin omnipotente, marcando los límites, y el recuerdo del bombardeo de la Casa Blanca (Parlamento).

Todo ha sido precipitado. Las mismas normas electorales fueron improvisadas sobre la marcha. Los partidos y coaliciones se vieron obligados a configurarse a toda prisa y corriendo tuvieron que lanzarse a recoger firmas para poder concursar en los comicios. Programas y listas se hicieron sin demasiadas reflexiones, dando lugar a propuestas poco elaboradas y a coaliciones muchas veces heterogéneas, que pronto empezaron a mostrar sus contradicciones.

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Esas normas, además, se dictaron unilateralmente, desde la presidencia, único poder constituido desde que se disolvió por la fuerza el Parlamento anterior y se congeló el Tribunal Constitucional. Y como colofón, en medio del proceso, se introdujo, para que fuera votado el mismo 12 de diciembre, un borrador de Constitución igualmente dictado desde la presidencia.

En este marco es en el que se ha desarrollado una campaña electoral casi sin carteles y sin apenas mítines; en parte por la severa ola de frío que ha castigado Rusia y en parte por la apatía de una población desconcertada. La televisión ha sido el vehículo casi exclusivo de contacto entre los candidatos y los electores, pero tampoco en la pantalla se han hecho grandes alardes: la mayor parte de candidatos se ha limitado a recitar propuestas como bustos parlantes. El que mejor ha sabido utilizar el medio ha sido el ultranacionalista Vladímir Zhirinovski, quien casi a diario compró espacios para exponer machaconamente sus sueños imperiales y su racismo.

El panorama político que a trancas y barrancas se ha configurado se divide en dos grandes áreas: los grupos reformistas y la oposición. Fuera de ambas, el fenómeno Zhirinovski.

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GRUPOS REFORMISTAS

Opción de Rusia. Es el grupo más vinculado a Yeltsin. Encabezado por Yegor Gaidar, el padre de la reforma económica iniciada en enero de 1992. Une de manera precaria a Reforma Democrática con dirigentes del Gobierno en Moscú y provincias. Ha tratado de convencer al elector de que representa la estabilidad y, como buen partido gubernamental, la experiencia. "Todos hablan, él hace", es el lema que figura en los carteles de Gaidar. Propone el mantenimiento de la política reformista, que en estos momentos se concreta en rebajar la inflación a toda costa. Un cambio es que ahora aboga por la protección del mercado interior, creando barreras a las importaciones. Pide el sí a la Constitución.

Bloque Yavlinski-Bóldirev-Lukin. Sin vínculos con el Gobierno, reunió precipitadamente a profesionales de la economía, el derecho o la diplomacia sin pasado comunista ni vínculos con la administración. Se presenta como oposición a Opción de Rusia, dentro del campo inequívocamente democrático. Su campaña se ha basado en la imagen de su líder, Grigori Yavlinski, autor del programa de los 500 días en 1991, "que sirvió de base a Gaidar en su reforma, pero lo empezó al revés". Propugna una política decidida contra los monopolios y el impulso de un mercado donde se dé verdadera competencia. Deja libertad de voto en el referéndum constitucional.

Movimiento para las Reformas Democráticas. Nació en 1991 y reúne a muchos de los protagonistas de la perestroika. Su líder es el ex alcalde de Moscú, Gavriil Popov, pero encabeza la lista Anatoli Sobchak, alcalde de San Petersburgo. Su valor más sólido es el plantel de figuras que reúne desde el mariscal Sháposhnikov y Alexandr YákovIev, cerebro de la perestroika, al cantante pop Oleg Gasmánov. Su lema es elocuente: "¿No sabes por quién votar? Recuerda a la gente que conoces bien". Con tantas figuras ha proyectado una imagen reformista pero desdibujada. Pide el sí a la Constitución.

Unidad y Concordia. Se formó aprisa y corriendo para las elecciones, con altos funcionarios de Moscú y, sobre todo, de provincias. Su líder es el viceprimer ministro Serguéi Shajrái, que en una fuerte campaña televisiva ha potenciado su imagen de hombre preocupado por las repúblicas y regiones de la Federación Rusa. Al mismo tiempo, ha tratado de proyectar el partido como un grupo conservador clásico, asentado en el trípode Dios-patria-familia. Despierta recelos en el resto de grupos reformistas, que lo consideran proclive a pactos con la oposición. Pide el sí a la Constitución.

GRUPOS DE OPOSICIÓN

Partido Comunista. Se declara heredero del partido que dirigió el país durante, más de 70 años y no renuncia ni a sus principos marxista-leninistas ni a la organización del Estado en sóviets. Propugna la reconstrucción de la Unión Soviética. Acepta el mercado, pero como instrumento no fundamental de una economía con un gran peso del sector público. Su líder es Guennadi Ziugánov y en su lista figura el golpista Anatoli Lukiánov. Pide el no a la Constitución.

Partido Agrario. Reúne a los que fueron dirigentes comunistas del campo. Fue creado en febrero de este año por los directivos de las grandes explotaciones agrarias colectivas supervivientes del viejo régimen. Se oponen a la compra-venta de la tierra y pretenden ser un lobby que arranque en la Duma (nuevo Parlamento) fondos para la agricultura. Su líder es Mijaíl Lapshín y en su lista figura el golpista Vasili Starodúbtsev. Pide el no a la Constitución.

Unión Cívica. Es el equivalente al Partido Agrario pero en el sector industrial. Su líder, Arkadi Volski, es el presidente de la Unión de Empresarios e Industriales y su lista está llena de directivos de las grandes industrias, ya no todas públicas. Aboga por una reforma más lenta y sus dirigentes no ocultan su intención de trabajar como lobby, como ya hacían en el anterior Parlamento. Pidió primero el no a la Constitución, pero ahora no se pronuncia.

Partido Democrático. Fue el primero que rompió el monopolio del Partido Comunista, en 1990. Por él pasaron muchos de los actuales dirigentes yeltsinistas, pero ahora se ha erigido en la conciencia crítica de la reforma. Su líder, Nikolái Travkin, afirma que la sangre vertida el 3 y 4 de agosto perseguirá a Yeltsin. Un programa televisivo suyo sobre el bombardeo de la Casa Blanca fue el que provocó la ira del presidente y su amenaza de prohibir la propaganda del no.

EXTREMA DERECHA

Partido Liberal Democrático. Ni es partido, ni es liberal, ni es democrático. Es simplemente Vladímir Zhirinovski, un personaje que aspira a suceder a Yeltsin con su nacionalismo populista y desaforado. Desprecia a todas las etnias que no sean la rusa, propugna un nuevo imperio ruso que llegue hasta el océano índico y propone fusilar a las bandas de delincuentes tras simples juicios sumarísimos. Según él, los rusos volverán a ser ricos con sólo dejar de vender barato a las otras repúblicas de la ex URSS y exportando muchas armas. Pide el sí a la Constitución.

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