El padre: "No hay derecho, llevo 800 kilómetros encima"
Juan Antonio Sanandrés, de 33 años -padre de los dos niños secuestrados, esposo de la mujer rehén y nieto del anciano retenido por los dos delincuentes- llegaba a su casa sobre la una menos veinte de la madrugada.Había viajado a Huesca con su camión y volvía tranquilo de regreso, después de contar chistes a un camionero de Fuenlabrada por el radiotransmisor mediante el que se suelen comunicar entre ellos en carretera.
En ningún momento conectó con una emisora, todas las cuales emitían boletines que informaban de lo sucedido. En otros viajes sí escuchaba la radio, pero esta vez, excepcionalmente, no lo hizo. Cuando se acercó al edificio entre la niebla, primero intentó estacionar el camión cerca de la casa, como de costumbre. Pero el cordón policial se lo impidió. Cuando bajó de aquel mastodonte con ruedas, su hermano Luis, de 26 años, le cogió enseguida y le contó despacio lo sucedido. Juan Antonio entró en cólera y dio un puñetazo en la luna del vehículo.
"Con todo cariño"
Las cámaras de televisión y los micrófonos de las emisoras le asaltaron en un barullo impenitente. Él dijo cuatro palabras con lágrimas en los ojos -"soy el padre de dos criaturas que no tienen culpa de nada y vivimos con un abuelo que estamos cuidando con todo cariño-; y la marabunta se distanció momentos después.
Más tarde, conversaba con su padre -Antonio Sanandrés, de 60 años- en el bar cercano a la casa, alejado ya de casi todos los periodistas. Esta era la conversación.
- Vengo con 800 kilómetros encima, me he levantado a las cinco de la mañana y ahora me encuentro con esto. A esto no hay derecho. Ya que no tenemos nada, ¡que nos dejen vivir en paz! A ésos que me los dejen a mí...
-...No, a mí...
- ...Que las 22 ruedas que tiene el camión se las paso todas por la cresta. He reventado la luna del camión de la mala leche que me ha entrado.
- Bueno, ojalá lo peor fuera lo del camión.
- Hombre, si del camión dependiera todo, ahora mismo le metía fuego.
Juan Antonio Sanandrés pidió un café solo. Algunos amigos presentes le animaron a comer algo, pero él insistió:
- Un café solo.
Apuró la taza y continuó hundido. Los demás le sugerían que conversase con los policías allí presentes, pero él se negaba porque ello suponía atravesar la zona de los periodistas. Por fin, tomó dos copas de Soberano y acudió ante los agentes.
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