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'Cortylandia"

Julio Llamazares

Unas amigas mías vivieron varios años junto a El Corte Inglés de Preciados. En la calle de Tetuán, para ser exactos. La vecindad de esos grandes almacenes les proporcionó ciertos privilegios, como poder comprar sábados y domingos sin tener que hacer grandes viajes, pero muchos más inconvenientes: el soniquete de la megafonía, el ruido de los camiones, la afluencia de mendigos y ladrones callejeros y el tráfico incesante y bullicioso de coches y peatones. Muchas noches, ni siquiera podían dormir ante la algarabía de los repartidores y de los vagabundos que se pegaban disputándose los desperdicios de los contenedores de la basura que cortaban la calle ante la impasibilidad total de los encargados de guardar el orden. Por más denuncias que los vecinos pusieron, nunca les hicieron caso.Pero todas esas molestias eran una nimiedad comparadas con lo que tenían que soportar cuando llegaban las navidades. O, mejor, cuando se acercaban. Pues, desde más de un mes antes y siguiendo esa tradición que hermana armónicamente a los grandes almacenes con el amor celestial, El Corte Inglés colocaba en su fachada Cortylandia, esa especie de Eurodisney navideño que instala todos los años como reclamo para los niños.

Durante todo ese tiempo, y hasta que las navidades pasaban, mis amigas tenían que soportar las grandes aglomeraciones que se formaban en la calzada y que les impedían a veces llegar con el coche a casa (pues el Ayuntamiento, en lugar de despejar la calle, como parecería que fuera su deber, lo que hacía era cortarla al tráfico, al contrario que en cualquier manifestación) y, cada media hora, el espectáculo musical que los desinteresados mentores de Cortylandia habían dispuesto para felicitar a los madrileños la Navidad. La tortura llegaba a ser tan insoportable que mis amigas tenían que irse de casa o llamar cada poco a la policía, que llegaba, escuchaba el alboroto y les daba la razón, pero se iba después por donde había venido diciéndoles que reclamarán, aunque se temían que era la historia del elefante y la hormiga.

Al final, mis amigas, como muchos vecinos suyos, acabaron cambiándose de casa. Por eso, siempre que llegan las navidades, me acuerdo de Cortylandia y de los pobres vecinos que todavía la tienen que soportar.

En consideración a ellos y a las noches que han pasado sin dormir, pienso que El Corte Inglés debería dedicarles al menos un año Cortylandia reconstruyendo la historia del elefante y la hormiga, que es el cuento más antiguo y repetido en esta cruda ciudad.

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