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Autodeterminación palestina

El discurso del Rey en la Knesset reafirmando el derecho palestino a la autodeterminación cayó mal en un sector del Parlamento israelí. Parte de la prensa española lo consideró un error.¿Por qué? Las razones son dos: por una parte, la alocución fue pronunciada en una Cámara que había modificado su reglamento para permitir al Rey dirigirse a ella, una Cámara en la que se sientan muchos diputados para quienes el concepto de la autodeterminación palestina es repugnante. Por otra, para los partidarios de la paz, ésta se encuentra tan en la infancia frágil que prefieren no hablar por el momento de sus temas más controvertidos. Uno, claro, es la cuestión de Jerusalén, que el Rey, prudentemente, se abstuvo de tocar. Otro es el disputado asunto de la autodeterminación.

No quiere decirse con ello que don Juan Carlos hubiera debido no mentar el tema en todo su viaje. Sólo en casa del ahorcado. Nadie hubiera podido reprocharle que lo hiciera en otro momento de la visita, por ejemplo, tras su encuentro con los líderes palestinos, y lo ratificara después en la reciente visita a Madrid de Yasir Arafat. Cada cosa en su sitio. Sorprende que los redactores del discurso, que imagino tiene su origen en el Ministerio de Asuntos Exteriores, no comprendieran el riesgo que corría el Rey, siempre generosamente dispuesto a salir en pública defensa de los oprimidos. Olvidaron con ello que los palestinos no sólo están saliendo de la opresión, sino que hace tiempo que se han autodeterminado: pocos serán los que se inclinen por permanecer adscritos a Israel en condiciones de ciudadanía de segunda clase. Ahora se trata más bien de que consoliden el proceso mediante el que puedan alcanzar la estatalidad o cualquier otra fórmula que les permita vivir separadamente de Israel.

¿Qué ocurrió en el apretón de manos de Washington? Se rompieron tres consensos y se tambaleó un cuarto. En el campo árabe, finalmente la mayoría (no las minorías más violentas y vocingleras) aceptó que Israel está donde está para quedarse y que tiene derecho a hacerlo en paz. Tras 45 años de guerra, se trata de un salto sentimental cuántico.

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Desde el punto de vista israelí, los judíos aceptan por primera vez que hay una cosa más o menos llamada Palestina, una entidad separada con la que van a tener que convivir de ahora en adelante. Otro salto cuántico.

De ambas premisas se deducen los dos consensos restantes. Uno (roto), que es la voluntad nacional de no ceder en un principio esencial de la seguridad israelí: el Golán. Ahora el Gobierno judío está dispuesto a marcharse de los altos del Golán, arriesgándose por la paz a desguarecer relativamente su flanco sirio, el más peligroso. Dos (tambaleante), aunque no se pueda aún ni sugerir en voz baja, tal vez Israel esté dispuesto a considerar una alteración del status de Jerusalén. Los ultraconservadores (entre otros, el recientemente elegido alcalde de la ciudad) se declaran dispuestos a morir porque no ocurra. Los laboristas, que dicen con igual firmeza "el Gobierno de Israel ha manifestado que su posición en torno a la indivisibilidad de Jerusalén es firme para siempre", añaden "... al menos durante los próximos cinco años" (el primer ministro Rabin dixit el pasado día 8 de noviembre). Los cinco años son el plazo provisional que se han dado todas las partes para empezar a discutir... del futuro de Jerusalén.

Todo este proceso, iniciado por la Conferencia de Madrid y cerrado con el apretón de manos de Washington, incluye la autonomía de Gaza y Jericó, la discusión del futuro con Jordania, la negociación sobre el agua, y requiere que el líder sirio Al Asad se decida a descolgar el teléfono y a hablar de paz con Rabin. Exige un montón de medidas que contribuyan a establecer una cierta relación de confianza entre los viejos enemigos. Como dice el novelista judío Amos Oz, la paz se hace con el enemigo. Y añade que, contra la guerra, la fórmula no es hacer el amor, sino hacer la paz. Lo importante no es darse la mano, sino firmar el acuerdo.

Se trata de una apuesta arriesgada que, como se está comprobando en estos días, va a costar aún mucha sangre.

Para que pueda ser consolidada, deben darse dos circunstancias: en primer lugar, que la econorma de los territorios ocupados, la futura patria palestina, se independice y no se integre más en la de Israel. Es importante evitar lo que Shlomo Avineri, el catedrático de Ciencia Política de la Universidad Hebrea de Jerusalén llama la bantustanización de la economía palestina, única fórmula para acentuar en el futuro el abismo económico existente hoy entre ambos países. El PNB de Israel es de aproximadamente ocho billones de pesetas; el de los territorios ocupados de Palestina, 280.000 millones de pesetas.

La segunda condición es que Israel se decida por fin a tomar el toro por los cuernos y acepte convertirse en lo que ya es de facto la primera potencia regional, dejando de serla primera potencia euroamericana en la región. Es esencial que Israel se involucre en el futuro de la zona para que la zona tenga un futuro. Un panorama en el que el Estado judío podría muy bien convertirse en hegemónico.

Recuerda Malidi Abdul Hadi, el politólogo palestino, que en 1919, cuando el líder sionista Weizmann, luego primer presidente de Israel, firmó con el emir Faisal, luego primer rey de Irak, el acuerdo para facilitar establecimientos judíos en Palestina, los sionistas pidieron un poco de autonomía y de cooperación económica a cambio de abrir el mundo a los árabes. En las negociaciones de Oslo de 1993, la propuesta ha sido exactamente la contraria: autonomía y desarrollo a cambio de la apertura del mundo árabe. A cambio del levantamiento del boicoteo árabe que pesa sobre Israel, los palestinos han pedido la normalización de sus relaciones. Y así, los tres brazos de la paz -la seguridad para Israel, la solución política y el desarrollo económico- no son separables.

Naturalmente, la solución política pasa por la celebración de elecciones en los territorios ocupados y el efectivo establecimiento de un sistema democrático allá. Algo que no es fácil y que abre la ventana sobre la tremenda lucha que se ha desatado en el mundo palestino y en la que se mezclan muchos y muy complejos elementos. Unos apoyan la aplicación de los acuerdos de Oslo al pie de la letra; se han convencido de que a la paz se llega haciendo concesiones. Y es precisamente entre éstos, la cúpula de la OLP y los más moderados de entre los líderes de los territorios ocupados, entre quienes se libra un dura batalla por el liderazgo final de Palestina.

Pero otros se oponen al acuerdo con Israel. Hay una oposición laica que, por motivos políticos y geoestratégicos, no admite que la paz llegue a través de un compromiso. Y hay una oposición fundamentalista, cuyo único mensaje es la desestabilización armada. Unos y otros exigen la aplicación pura y simple, sin matizaciones, del concepto de la autodeterminación, seguido por la destrucción de Israel.

Por esta razón, el mensaje del Rey en la Knesset contenía ideas que los israelíes no aceptan fácilmente. Y es que, como afirma Ralf Dahrendorf, la autodeterminación nacional sigue siendo uno de los inventos más desafortunados del derecho intemacional. Atribuye un derecho a los pueblos cuando los derechos deberían ser siempre de los individuos". Y añade que generalmente se trata de una mera pretensión para sustituir "la servidumbre a un Gobierno extranjero por una tiranía autóctona".

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