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Nunca pasó el esplendor por mi pueblo

El autor del artículo hizo sus travesuras infantiles en la zona de Matallana, de donde procede también su familia. Ahora preside el organismo que desea inundar su propio pueblo

Matallana, Campillo de Ranas, Peñalba de la Sierra, Bocigano, Majalrayo, Corralejo... una docena de pueblos o aldeas situados en la sierra de Ayllón, en ese rincón montañoso situado entre Madrid, Guadalajara, Segovia y Soria. Toda una pequeña región cuyos pueblos se ubican en las márgenes del Jarama y del Jaramilla, pequeños pueblos con varios siglos de existencia vividos en una permanente lucha contra la miseria, la ignorancia y las enfermedades. Tradicionalmente dedicados al pastoreo de montaña, entre ovejas y cabras, y una apenas inexistente agricultura, reducida al centeno, algunas patatas, berzas y judías, cultivados en los tres escasos meses de verano. Aislados de cualquier zona de progresos, sin carreteras -ni siquiera el terreno era apto para los carros-. Alumbrados a la luz del candil de aceite; sin médico. Los puntos comerciales más cercanos, Tamajón, Riaza o Montejo de la Sierra, sumergidos en la lucha por la subsistencia, con una economía basada en el trueque, ante la casi inexistencia del dinero. Pequeños pueblos que nunca conocieron momentos de esplendor, sino que pasaron de la miseria a la decadencia. Para algunos pocos, hoy aquello podía ser el paraíso.En los principios de 1960, en enero, fuimos a cazar -todavía la perdiz abundaba en los rastrojos- Una fuerte nevada nos obligó a acogernos a la hospitalidad montañesa en el pueblo de Cabida, donde matábamos el tiempo jugando a las cartas. Estuvimos varios días sin poder regresar a Madrid. El día de Reyes, cuatro o cinco chavales -todos los que había en el pueblo- vinieron a pedirnos el aguinaldo, o lo que fuese, ya que éramos forasteros. Nuestro anfitrión no les quería dejar entrar. A escote, nosotros seis juntamos unas monedas. Salí a la puerta de la calle y se las di a uno de los chiquillos, que, al recibirlo en sus manos, exclamó: "¡La madre que me parió, es dinero!".

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Fue, ha sido y es una zona olvidada, sierra de silencios y soledades, donde alimentar a los hijos era un problema. Una boca menos era un alivio familiar. Los jóvenes iban de zagales en la trashumancia a la Extremadura, sin salario, sólo por la comida.

Roble, encina, chopos en las riberas, algunos nogales, algunos manzanos, con una vegetación propia de la zona montañosa y fría, jaras, brezos, retamas... constituían un espléndido paisaje, con verdor y frescor en los meses de verano. Después, todo era invierno, frío y fuego de lumbre en la cocina.

Conocí bien la zona, andando y en mula, por trochas y veredas, para perseguir la perdiz o para pescar furtivamente la trucha en sus múltiples arroyos y arroynelos. Mis padres y toda su familia eran de Peñalba, mi tía Tomasa era de Matallana, aunque daba igual un sitio que otro. El primer pueblo abandonado por todos creo que fue Matallana. Algunos pueblos quedaron vacíos; y otros, diezmados o sin ningún tipo de actividad económica.

A principios de los setenta, la mayoría de estos pueblos todo vía carecían de carretera, de luz eléctrica, de escuela, de casi todo. Pueblos muertos, con algunos habitantes, aislados en su soledad.

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Hoy, en 1993, los pueblos que fueron totalmente abandonados siguen igual, y los que quedaron parcialmente despoblados aguantan esperando que en los meses de verano retornen a pisar algunos días los oriundos residentes en Madrid, Azuqueca o Alcalá de Henares. Tienen carreteras asfaltadas y luz eléctrica, con todos sus derivados. Todavía no está terminado el puente que comunicará por primera vez en la historia Guadalajara con Madrid, uniendo las dos carreteras, a la altura de Campillo y Corralejo, por encima de Matallana. La economía de cualquier tipo sigue siendo inexistente, algunas familias se defienden con la ganadería, pero ya se sabe cuáles son los problemas del campo. Las ayudas oficiales para reactivar la zona son imposibles y además apenas queda gente, su única salida en el futuro es el turismo de los capitalinos y los servicios que arrastra consigo.

La ubicación de la presa o emblase de Matallana en esta zona constituye una posibilidad de futuro, en el que el paisaje, la naturaleza y el ocio constituirán una nueva industria. Con una población madrileña ávida de aire puro y contacto con los medios rurales, a una distancia de poco más de una hora, un embalse constituye un motivo de atracción para unos y de prosperidad para otros.

No he compartido nunca ese tipo de ecologismo de señoritos que considera más estético que los campesinos sigan cocinando con calderos y no con la olla exprés, de quienes ven maravilloso que la gente de estos pueblos siga viviendo en las miserables condiciones de hace 30 años, que añoran un pasado de penuria -pasado de otros, nunca el suyo-, pasado del que siempre recuerda o imagina lo que nunca existió, que piensa que los reductos naturales son mejores ecológicamente si son inaccesibles, y que el Retiro sería más bonito si sólo entraran algunos privilegiados.

El embalse de Matallana no es la mágica solución económica para estos pueblos. Pero sé que puede ser un pequeño signo de progreso que marque el futuro de una pequeña y olvidada zona señalada secularmente por su pobreza.

Nunca pensaron en Montejo de la Sierra que uno de los pilares de su progreso sería el Hayedo (tan es así, que todavía los ancianos lugareños siguen denominando al Hayedo "El Chaparral").

Nunca encontré en ningún sitio del mundo (España, inclusive) a nadie que ante la vista de un embalse terminado me susurrase quedamente al oído: "¡Has visto qué crimen se ha cometido contra la naturaleza!".

Un medio ambiente equilibrado y digno tiene como base el agua y su utilización. Un río está mejor regulado que sin regular. Un embalse terminado integra el paisaje y la naturaleza. En la pequeña historia de la humanidad, lo natural no es forzosamente mejor que lo artificial.

es presidente del Canal de Isabel II y consejero autonómico de Presidencia.

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