"Mi padre nos enseñó un Madrid muy especial"
Es cosa de familia. Su mirada es su apellido. En los ojos de Miguel resuena aquella frase que Buñuel dedicara a las pupilas de Ángela, su hermana, cuando dijo que en su fondo podía verse una escalera de caracol. De chico merodea ba por los platós, dejándose caer, como hacen las visitas casuales. Debutó a los 14 años en la película Maravillas, de Manuel Gutiérrez Aragón; fue mejor actor revelación en el Festival de Cine de San Sebastián 1983, por la serie de televisión 1919. Ha seguido haciendo cine, y ahora imita los tics de un gasolinero en la producción televisiva Lleno, por favor. Mientras, ha llenado la vi trina con trofeos marineros. Volvió a Madrid y vive en la calle de Ibiza, ¡qué casualidad!, porque en Ibiza fue flamante campeón de windsurf, para no perder de vista la cresta de la ola.Pregunta. ¿No echa de menos el mar?
Respuesta. Sigo practicando bastante. Este año, cada fin de semana he viajado a Tarifa, Cádiz, y a otras playas donde hay buen viento. Aquí, como no me vaya con la plancha al Manzanares...
P. ¿Se ha fijado mucho en los empleados de las gasolineras para estudiar su papel?
R. El personaje estaba bastante bien descrito en el guión. Tuve que trabajar un poco más algunos gestos y, sobre todo, el lenguaje. El tipo no llega a ser exactamente descarado, pero sí tiene cierta chulería. Lo divertido es que ahora son los gasolineros quienes se fijan más en mí y me dicen cosas cuando llego a una estación de servicio. Y yo, que a la fuerza he conocido un poco más ese aspecto de: sus vidas, charlo con ellos porque sé que en las gasolineras tienen demasiado tiempo para pensar.
P. Se dice madrileño, castizo y del Atleti, así, de golpe.
R. Exactamente. Nací literalmente en el barrio de Argüelles, porque fui el último de mis hermanos que vino al mundo en casa, ayudado por una comadrona. Allí pasé gran parte de mi infancia, hasta que nos marchamos a Ibiza, y luego, a la vuelta, otra temporada en el barrio de Fuencarral.
P. ¿Le enseñó su padre algún Madrid especial?
R. Todo lo que mi padre nos enseñaba era muy especial. Aprendí a ver Madrid como lo hacía él, con el cariño que se tiene a una patria chica. Mi padre se sentía muy orgulloso de ser malagueño, pero Madrid era gran parte de su vida. Aquí nacimos todos sus hijos y eso es importante. Lo que más le gustaba era pasear por la ciudad.
P. ¿Incluso siendo famoso?
R. Sí. Y, en el mejor sentido, era horroroso. Cada diez metros tenías que pararte. Todo el mundo le saludaba: "Hola, don Antonio". Y él empezaba la charla porque era una persona muy del pueblo. Claro, a mi madre, y a quien fuéramos con él, nos ponía nerviosísimos. Lo que de verdad nos enseñó muy bien fue a querer a la gente. Siempre tuvo un toma y daca muy bueno con los madrileños.
P. No es usted; ni mucho menos, un señor mayor, tiene 30 años; pero para tomarse la vida más en serio, con más calma, ¿hay que pasar más tiempo en casa?
R. Yo creo que todo tiene su utilidad, y en el fondo, en la vida siempre estamos buscando algo. Cuando esas cosas que persigues están dentro de tu casa es lógico que te vuelvas más tranquilo, que no necesites pasar todas las noches por ahí. Eso es lo que me ha pasado a mí. Donde más aprendo, donde más me desarrollo a todos los niveles es en casa, con mi familia. Y cuando salgo, pues nada, al cine, al teatro, a tomarme una coca-cola...
P. Muy sano. ¿Y algún vicio madrileño?
R. El chocolate con churros.
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