El huevo
La batalla entre el pragmatismo y la utopía, tan pintoresca, me trae a la memoria las peleas entre don Carnal y doña Cuaresma, uno de cuyos principales atractivos consiste en presentar como excluyentes dos actitudes que en realidad se contienen la una a la otra y viceversa.Yo no sé si fue antes el pragmatismo o la utopía, el huevo o la gallina, lo que me parece es que cuando el huevo de la utopía no guarda dentro de la cáscara un germen de orden práctico, deja de ser un proyecto para convertirse en una locura. De igual modo, cuando el pragmatismo se declara incapaz de albergar entre sus rollizas carnes y sus hermosas plumas un huevo utópico, sé transforma en un atropello. Sería conveniente, pues, que don Pragmatismo y doña Utopía llegaran a un acuerdo que pasa, en primer lugar, porque se reconozcan mutuamente. Pero reconocerse no significa ser iguales; es decir, que conviene saber quién representa una cosa y quién la otra, pues es difícil imaginar un desastre culinario mayor que el resultante de no saber cuándo manipulamos un huevo y cuándo una gallina. Y es lo que está pasando, creo, en la vida política, que después de escuchar a vinos y a otros es imposible adivinar si Guerra es el huevo de González o al revés.
En otras palabras, el pragmatismo será un desastre si no consigue elaborar un código, un horizonte moral que dé sentido a los atropellos que perpetra cada día. Y ese horizonte falta, no está, no se ve por ningún sitio. Eso es lo que se llama cacarear y no poner huevo, y lo importante, ahora, es que de entre las carnes fofas de la praxis, que no come más que porquerías, así está de gorda, salga un huevo en cuyas formas ideales podamos empezar a leer nuestro futuro, porque el futuro se parece a esto menos que un huevo a una castaña. O sea, que un huevo, rápido, aunque sea estrellado.
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