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Horas

Jorge M. Reverte

Tenemos muy poco que decir sobre las horas de trabajo. Más bien parece que nos lo van a decir todo desde fuera. Lo que no quita, desde luego, la necesidad de la reflexión. A reflexionar tenemos derecho.Primero, desde el punto de vista mas noble, se nos plantea una deliciosa discusión propia de optimistas irredentos y confianzudos sistemáticos en la Historia: la evolución de la Humanidad (estas cosas hay que escribirlas, a veces, con mayúsculas) conduce a la liberación del Hombre. En el futuro, a quien le toque vivir semejante momento, se realizará el personal con una escasa dosis de trabajo muy creativo y un montón de ocio igualmente creativo. La semana de cuatro días es un paso en esa dirección. Lo que pasa es que eso sólo parecemos pensarlo los europeos y algunos pocos australianos y americanos.

Luego viene la realidad. Y aquí parece que cada uno habla de una cosa distinta como si fueran la misma. Las empresas de coches quieren la semana de cuatro días para producir menos coches, que no hay a quien vendérselos. Los partidos políticos y los sindicatos discuten desde el punto de vista del reparto de trabajo. Todos, a trabajar menos tiempo para que todos trabajemos. O sea, que lo del ideal, puestos los pies sobre la tierra, se transforma en una manera zafia de resistir los empujones que nos pegan a los disfrutadores del Estado de bienestar quienes quieren tener un poco de bienestar.

Hay un montón de chinos (marroquíes, malaisios, checos) que están dispuestos los muy canallas a trabajar barato para trabajar y así ganarse unas perras. Pillados por la sorpresa, nos acogemos a términos peyorativos como el de dumping social para enmascarar nuestra condición de beneficiarios inmediatos de lo que antes llamábamos imperialismo. Puede ser que la discusión sea más sensata si metemos a todos estos chinos como variables de la nueva ecuación.

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