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Tribuna
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Carnaza

Jorge M. Reverte

Polemizamos sobre la carnaza y lo que nos merecemos. Hay quien subraya que esto es lo que quiere la gente: espectáculos como el de La máquina de la verdad, que dirige Julián Lago. Voces razonables que razonan que eso es lo que quiere el público (bate récords de audiencia). La televisión es, entonces, el reflejo de lo que la gente es. Lo que somos.En la antigua Yugoslavia las audiencias se miden de otra manera. Mejor dicho, no se miden audiencias, sino programas interactivos. Miles de personas participan en atrocidades que nos parecerían inconcebibles si no las certificaran los corresponsales de prensa y las imágenes que nos ofrecen. Los telediarios también baten récords de audiencia con la escatología de la sangre y el sufrimiento.

Más lejos, podemos ir más lejos: un soldado bosnio confiesa, que, tras ser hecho prisionero, los milicianos serbios le obligaron a violar a mujeres de su raza. Bajo la amenaza de un fusil de asalto, al pobre prisionero asustado le sobrevenían erecciones con las que cometía atrocidades. Cabe hacerse la pregunta de si uno sería capaz de sufrir semejante fenómeno: experimentar una erección bajo la amenaza de un fusil y violar a unas mujeres igualmente amenazadas. La sola pregunta es insoportable. No cabe mayor puesta en cuestión de la condición humana.

Aceptar el razonamiento de que debemos aceptar con naturalidad La máquina de la verdad nos obliga a aceptar que seríamos capaces de hacer lo que el prisionero bosnio. Es sólo una cuestión cuantitativa.

La abyección no tiene límites. El grado de abyección que cada uno está dispuesto a soportar, sí. Yo no quiero saber si, en condiciones semejantes, actuaría como el prisionero bosnio. Quiero creer que no. Lo que si sé es que no soy Julián Lago ni me excita comprar o vender basura.

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