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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El odio al extranjero

"MATAR AL extranjero". Tal parece ser la nueva consigna del terrorismo islámico, tanto en Argelia como en Egipto. En el primer caso, después de varios asesinatos ocurridos en las últimas semanas y del secuestro de tres funcionarios consulares franceses el 24 de octubre, se extiende un clima de preocupación que bordea el pánico en las numerosas colonias extranjeras, entre ellas la española.El asesinato el pasado martes, en Egipto, de dos norteamericanos y un francés en uno de los hoteles más lujosos y protegidos de El Cairo, responde a todas luces a una misma táctica: responsabilizar a los extranjeros de los mayores sufrimientos del país y despertar así una ola de xenofobia que perjudique las relaciones con los Estados occidentales. Es una táctica no sólo criminal sino suicida, ya que los futuros Egipto y Argelia, sea el que sea su régimen interior, necesitarán tener relaciones estrechas con Occidente por razones económicas. En el caso de Egipto, la campana criminal quiere hacer pagar a Mubarak el papel moderador que desempeña en el mundo árabe. Por otra parte, el turismo es para ese país una fuente constante de divisas. Mubarak, en su reciente viaje a Estados Unidos, se precipitó al ufanarse de que había logrado poner coto a los ataques contra los extranjeros, agresiones que habían reducido casi a cero el turismo. Es un error frecuente en los Gobiernos que sólo confían en los métodos represivos para luchar contra el islamismo. Cuando desmantelan a algunos grupos armados creen haber resuelto el problema. Pero si permanecen todas las raíces en las que se alimenta el fanatismo islámico, incluida la miseria de la mayoría de la población y la desesperación de los jóvenes, es casi inevitable que reaparezcan movimientos islámicos extremistas cuando menos se lo esperan los gobernantes.

La xenofobia, el atribuir a los extranjeros la culpa de los males que padece el país, es una operación política relativamente fácil porque responde al repudio ancestral hacia el otro y porque ofrece una explicación fácil (por falsa y demagógica que sea) del sufrimiento de los sectores sociales más desamparados. Pero la xenofobia no se circunscribe a los países islámicos. Desde el hundimiento del comunismo y el auge del nacionalismo en los países del Este, el sector más extremista y perverso del mismo ha surgido al amparo de manifestaciones racistas. Con una particularidad: si tradicionalmente la xenofobia europea ha sido sobre todo antijudía, hoy el odio a los árabes es uno de sus componentes esenciales, lo que permite al islamismo calificar a los europeos como "enemigos de los árabes".

Los Gobiernos de El Cairo y de Argel han confiado hasta ahora en que una represión brutal y sin el menor respeto por los derechos humanos lograría frenar a los terroristas. Pero esa política, aparte de que descalifica a los que la aplican cuando se presentan como amigos de la causa democrática, no ha dado ningún resultado. El terrorismo sigue extendiéndose y ahora toma a los extranjeros como uno de sus objetivos principales. La noticia conocida ayer de que un miembro de la argelina Comisión Nacional para el Diálogo se entrevistó el pasado martes, en la cárcel, con Abdelkader Hachani, presidente del buró ejecutivo del Frente Islámico de Salvación, permite deducir un cambio de táctica por parte de Argel. Si ello se confirmara supondría, sin duda, un intento de reconducir hacia terrenos más políticos el creciente enfrentamiento violento de los últimos días.

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