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Tribuna
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Los andares del ministro

Juan Cruz

Ese ex ministro que camina solo con su pesada cartera de leyes es Virgilio Zapatero, que hasta hace poco tenía escoltas, un coche oficial y los dominios de la Expo para barrer de una mirada cualquier distancia entre sus pies y el mundo. Los ministros son gente que vive en volandas de policías, jefes de gabinete y protocolos lunáticos que durante el tiempo de su mandato les desgajan de la vida cotidiana. Como si no padecieran ni sueño ni sudor, habitan un mundo que no es verdad del todo.El otro día, cuando los fotógrafos pillaron a Borrell cogiendo un tren, todos los diarios de España celebraron como un acontecimiento que un ministro cruzara una acera y leyera el periódico entre los malditos. Un día vi a José Antonio Griñán, que ahora me parece que tiene la cartera de Trabajo, comprando el pan por Núñez de Balboa. Ahora han sacado en los papeles -en este papel, para ser más exactos- a la ministra de Cultura comprando su propia ropa en la calle del Almirante. Siempre he observado que los políticos -sobre todo los que mandan mucho- caminan despacio, como si poseyeran el mundo: el coche -el hábito del coche- les da una majestad especial cuando tienen que andar unos metros antes de extender la mano y la sonrisa ante un igual o ante un súbdito.

Una vez vi a José María Aznar caminando solo por una esquina de la calle de Serrano. Se detuvo en el escaparate de una papelería y se rascó la nariz como si estuviera en un semáforo.

A Felipe González lo vi, hace un año de pie y solo en un acto oficial: daba la impresión de que no sabía dónde andar y entonces se puso las manos detrás de la espalda y parecía un niño al que todavía no han enseñado a nadar, pero ya está en el borde de la piscina.

Ver a un ministro caminando produce, en España, cierta sorpresa; por eso a los que no son ministros ni mandan se les llama gente de a pie. En Inglaterra, los ministros y diputados van en Metro a todas partes, y yo recuerdo ver, con su bastón legendario, al viejo líder laborista Foot andando hacia su oficina como si fuera a buscar té en su barrio.

A Zapatero lo he visto a veces conduciendo su coche por María de Molina, pero cuando le vi el otro día resoplando levemente en la cuesta contigua a San Jerónimo pensé que, en efecto, a los que han sido ministros se les queda incrustado en las rodillas un andar especial, una parsimonia que a lo mejor no tenernos los humanos.

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