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Entrevista:

"Mi primer sueldo fue una peseta"

Cuando Concha Fernández Zofío vino al mundo, en las cercanías de la iglesia de San Francisco, España tenía mucho más de medio millón de kilómetros cuadrados. Y se hallaba va a las puertas del sarampión cuando Cánovas y Maura preparaban los proyectos para a autonomía cubana. Ahora está a punto de cumplir una edad prohibitiva para la mayoría de los mortales: 103 años; 65 de ellos dedicados al teatro y al cine como figurante. De su labor de toda la vida guarda -en su memoria prodigiosa, capaz de desgranar más obras de teatro y películas en las que ha participado que cuentas tiene un rosario- muchos recuerdos y un colofón bañado en café con leche y bollos: el homenaje municipal recibido por cumplir sus prime ros 100 años, compartido con su joven y admirada amiga, la actriz Aurora Redondo, 10 años más pequeña. Ese día concluyó en la Puerta del Sol con merienda. En este cumpleaños espera morirse.Pregunta. Doña Concha, ¿no lo dirá en serio?

Respuesta. Pues claro que sí. Desde hace casi un siglo no tenía problemas físicos, vamos desde el sarampión, y ahora estoy postrada en una silla, no por enfermedad, sino a consecuencia de las 14 caídas que he tenido en lo que va de año; unos golpes me han destrozado la cadera. Lo que ocurre es que no hay ningún valiente que se atreva a meterme en un quirófano porque creen que me quedaré ahí. Así que ya no puedo pasear por mi barrio ni casi moverme. Pero no a causa de la edad ¿eh?

P. ¿Recuerda cómo era el Madrid de principios de siglo?

R. Y de finales del otro. Era una villa pequeña, llena de gente vivaraz, donde cada uno trabajaba en lo suyo. Y todos tenían trabajo. Ahora es demasiado grande, aunque vale más.

P. ¿Cómo empezó a trabajar usted en el teatro?

R. Mi madre, que en paz descanse, tuvo la culpa. Yo estaba a punto de cumplir los 17 y no sabía qué hacer; así que se lo dijo a un amigo de la familia y entré en el teatro Apolo con Loreto Prado. Ellas fueron los pilares de mi vida. Y las cosas del destino, las dos están enterradas en Santa María, y allí tengo yo también pagado mi cachito...

P. ¿Recuerda su primer sueldo? .

R. Cómo lo voy a olvidar si me hizo una ilusión bárbara. Yo llevaba tres meses de meritoria cuando Enrique Chicote me dijo que ya me debían pagar, y entonces me dieron... ¡una peseta! Era mucho dinero entonces...

Doña Concha pronuncia -desde su atalaya de madera en la residencia de Santa Bárbara, donde vive desde hace año y medio- fechas y nombres de actores y actrices de varias generaciones sin mácula de error, mientras mantiene durante toda la entrevista la mano en un bolsillo del mandilón azul, crucificado por un imperdible guardián de quién sabe qué secretos.

P. ¿Tiene usted ahora muchos amigos?

R. Tengo muchos pero de mi época nadie. Todos han muerto. Hasta mi hermana, que trabajaba conmigo. Murió hace 26 años. Cuando me hicieron el homenaje, el señor Matanzo me envió 60.000 pesetas para que me arreglara la boca. Estoy segura de que si se entera que no me puedo mover me ayudaría a operarme. Yo lo que quiero es andar; póngalo, por favor.

Antes de la despedida concede una gracia inesperada, desabrocha el imperdible y desparrama un rosario envuelto en plástico y una carterita con 140 pesetas. 25 -advierte- están reservadas cada día para dar propinas a las monjas.

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