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Lucha abierta por el poder de los 'tories' entre thatcheristas y moderados

Enric González

El campo de batalla para la sucesión de John Major quedó ayer delimitado. El canciller del Exchequer británico, Kenneth Clarke, trazó las líneas: a un lado estaba él, en nombre de la moderación; del otro lado, Margaret Thatcher, los tres ministros a los que Major llamó bastards y los sectores más derechistas. Clarke, como principal candidato a heredar la jefatura del Gobierno, evitó cualquier apariencia de deslealtad y proclamó su fe en Major. Cerca estaba lady Thatcher. Clarke no la saludó ni la miró al subir al estrado.

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La esperada lady Thatcher hizo en Blackpool, la localidad costera del noroeste inglés donde se celebra la conferencia conservadora, lo que era de prever: callar y recibir una ovación atronadora. También John Major, al hacer su entrada en la sala, fue clamorosamente vitoreado. Los aplausos son baratos en las conferencias tories.

La aclamación dispensada ayer a Major formará parte, en un futuro tal vez no muy lejano, de algún documental televisivo sobre su fulgurante ascensión y, su no menos espectacular caída. La reunión de Blackpool debía dedicarse, según la versión oficial, a reforzar el liderazgo de John Major. En realidad, está sirviendo para preparar las posiciones con vistas a la batalla final. Bajo las consignas de unidad se perciben las escaramuzas, las alianzas, los esfuerzos de la derecha thatcherista por retomar las riendas del partido. Al amparo de lady Thatcher, los ministros Michael Howard (Interior) y Michael Lilley (Seguridad Social) empujan a los tories hacia la derecha mientras el auténtico tapado, el secretario del Tesoro, Michael Portillo, es cuidadosamente reservado en la retaguardia.

Los tories no premian la deslealtad. Michael Heseltine pagó su desafío a Thatcher en 1991 con la descalificación como sucesor: él derribó a la dama de hierro, pero fue el oscuro John Major quien se llevó el premio. Heseltine, aún convaleciente de su ataque cardíaco en julio, apareció ayer por Blackpool. Delgado, silencioso, una sombra de sí mismo, Heseltine reforzó con su apagado humor los rumores sobre su próxima dimisión por razones de salud.

La cuestión de la lealtad quedó clara en el discurso de Clarke. El canciller del Exchequer (ministro de Finanzas) se situó en el bando de los fieles y, por pasiva, ubicó a los thatcheristas en el incómodo bando de los amotinados: "Cualquier enemigo de John Major es mi enemigo", dijo, "y cualquier enemigo de John Major es el enemigo del partido". Lady Thatcher no aplaudió la frase.

Clarke no podía desvelar los detalles del próximo presupuesto, que debe conocer antes que nadie la Cámara de los Comunes a finales de noviembre, pero disipó toda esperanza que pudieran albergar sus rivales: confirmó que los impuestos subirían, quebrando una regla fundamental del thatcherismo.

Mientras tanto, en un acto celebrado a escasos metros de la sala de conferencias, el ex canciller Norman Lamont lanzaba pedradas verbales contra su sucesor. Lamont se rasgó las vestiduras ante el anunciado incremento de la presión fiscal, pero se calló su enorme responsabilidad en el mismo: fue su derroche presupuestario antes de las elecciones de 1992 el que disparó el déficit hasta- los 50.000 millones de libras esterlinas (unos 10 billones de pesetas). Norman Lamont, lleno de despecho contra su antiguo amigo, Major, se alineó con 1 bando thatcherista.

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