Por un socialismo integrador
JOSÉ FÉLIX TEZANOSEl autor propugna un reformismo íntegrador que armonice la voluntad renovadora con un programa político progresista.
LA RENOVACIÓN es una ley de vida. Toda organización que no quiera anquilosarse y verse en riesgo de desaparecer debe hacer un esfuerzo permanente por adaptarse a los cambios sociales. Por ello, nadie niega la necesidad de los procesos de renovación y cambio. En las dinámicas sociedades de nuestros días, hablar de renovación puede llegar a parecer una obviedad. ¿Quién no está dispuesto a declararse renovador en algún sentido?La voluntad de renovación, pues, es algo compartido y, por lo tanto, no es un elemento político distintivo en una organización. Lo que puede ser distintivo, es el diferente tipo de renovación que se postula. Puede existir un tipo de renovación política de carácter progresista (en la que se enfaticen criterios de una mayor participación, corresponsabilidad, solidaridad, espíritu de integración, etcétera), y una renovación de carácter más tecnocrático y conservador basada en visiones piramidales del partido, con exaltación de hiperliderazgos, tendencia a las exclusiones internas, debates opacos y, en definitiva -y sobre todo-, con propuestas programáticas que impliquen un recorte del Estado de bienestar y un riesgo de retroceso en las políticas de solidaridad y reequilibrio interregional que el PSOE ha impulsado hasta ahora.
No puede negarse que en este último tipo de propuestas están pesando aspectos importantes de la realidad política y económica cuya influencia virtual no puede negarse. Pero, desde una óptica de izquierdas, por muy moderada que sea, es dificil aceptar que las dificultades económicas puedan acabar llevando a los socialistas a formular y sostener políticas y argumentos similares a los postulados por los conservadores. ¿Quién podrá autocalificarse como progresista defendiendo en la práctica decisiones e iniciativas que supongan un sesgo conservador? La renovación del PSOE, por ello, no debería ser una renovación de los contenidos propios del socialismo que condujera a la aceptación acrítica de formulaciones tecnocráticas de la política económica, o incluso, a discursos políticos escasamente diferenciables de los sostenidos por los conservadores.
La idea de renovación no puede emplearse ni como una simple coartada para exclusiones, revanchismos y luchas políticas personalistas, ni como una disculpa indirecta para intentar desplazar al PSOE hacia una derechización que pudiera implicar una disolución del propio mensaje político socialista, y un serio riesgo de pérdida de importantes apoyos electorales en las regiones y sectores sociales donde el PSOE obtiene más votos.
La democracia se basa en la cultura de la tolerancia, el diálogo, el acuerdo y el respeto a los que sustentan posiciones diferentes y, también, en la capacidad para clarificar los debates políticos. Por ello, resulta muy difícil impulsar un verdadero debate de ideas desde la confusión, la opacidad, la confrontación bronca, o la descalificación personalista. En el debate que está teniendo lugar actualmente en el PSOE, es necesario superar formulaciones de este tipo si no queremos que al final nadie entienda -ni nosotros mismos- de qué estamos hablando.
Todos debemos hacer un esfuerzo por clarificar posturas, de forma que sea posible desarrollar un debate político sereno concreto, respetuoso y, sobre todo, inteligible políticamente. Desde el respeto a las plurales opciones, pero con claridad en los contenidos políticos centrados en las cuestiones relevantes que más interesan a los ciudadanos (el empleo, la sanidad, la calidad de vida, la vivienda, la mejora de los servicios, el medio ambiente, el futuro de los jóvenes, etcétera, etcétera).
Pero, en el debate actual, no sólo laten cuestiones de enfoque, o de metodología política, sino que subyacen importantes asuntos políticos de fondo. Diversos datos de opinión revelan que lo que en estos momentos preocupa a muchos votantes del PSOE son las garantías en el cumplimiento de las promesas electorales recogidas en el programa político que se divulgó en el famoso folleto de las 100 medidas. Lo que preocupa a muchos ciudadanos no es tanto la manera en que la crisis económica pueda obligar a modular en el tiempo algunas propuestas electorales, sino si se van a elegir bien los aliados políticos que mejor puedan garantizar un cumplimiento del programa electoral votado mayoritariamente y, sobre todo, si existen riesgos de derechización en la dinámica política del PSOE.
Los riesgos de derechización pueden suscitarse por tres vías. En primer lugar, por el retroceso en las políticas sociales impulsadas hasta ahora, con la gravedad añadida que podrían suponer los recortes sociales en un país como España, en el que muchos pensionistas sólo cobran, aún, menos de 50.000 pesetas mensuales. La política de retroceso en este campo podría venir avalada por la emergencia de un discurso impugnador de algunos supuestos del Estado de bienestar, y por la crítica a lo que algunos califican como una sobreprotección de los trabajadores, que merma su potencial de inclinación hacia un meritocratismo individualista. En segundo lugar, la derechización podría venir también por la práctica de un tipo de anticomunismo simplista, poco propio de un partido progresista. Lógicamente, un partido como el PSOE no puede cerrarse sobre sí mismo, ni sobre una única hipótesis de alianza. Hay que ser capaces de abrir un diálogo político amplio y no deslizarse hacia discursos anticomunistas del pasado, que no concuerdan en la práctica ni con la historia más reciente de España -en donde el PSOE gobernó fructíferamente con el PCE en muchos ayuntamientos desde 1979- ni con lo que actualmente se hace en la Comunidad de Madrid, en la de Aragón y en varios ayuntamientos importantes.
Un tercer riesgo derechizador puede manifestarse en la tendencia hacia una práctica política desinstitucionalizadora poco meditada, posiblemente más achacable a la urgencia de los momentos concretos que a una clara voluntad decidida. En un país como España, en el que no ha existido una experiencia histórica suficiente de funcionamiento democrático estable, y en el que hemos tenido un exceso de regímenes personalistas, es necesario ser especialmente cuidadoso con todo lo que suponga garantizar un eficaz y correcto funcionamiento de las instituciones. No hay que olvidar que lo que confiere verdadera estabilidad a la democracia son las instituciones. Las personas pasan, o cambian, pero, las instituciones permanecen.
Por ello, en todo proceso de debate político serio, hay que poner un gran énfasis en las propuestas e iniciativas que potencien el papel de las instituciones, bien sea en los partidos (en el funcionamiento colegiado de los órganos ejecutivos, en la priorización del papel de los órganos deliberantes, etcétera), bien sea en las ínstituciones del sistema democrático como tal (en la capacidad integradora y resolutiva de los Gobiernos, en el papel legislador y de control político del Parlamento, etcétera).
En definitiva, frente a algunas ideas generales sobre una renovación poco explicada y frente a la tentación de resolver los problemas políticos mediante el recurso a los personalismos, hay que postular un reformismo integrador que armonice la voluntad renovadora, con un programa político progresista y una clara voluntad de asentar la maduración de la democracia española y la dinámica del PSOE en el peso de la corresponsabilidad política colectiva y en el papel prioritario de las instituciones.
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