Delparo al paraíso 'chippy'
Ahora que, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, los últimos "maleantes medievales" marcusianos aguardan a su vez el hippy end de su huida alucinada del mercado de trabajo y consumo capitalista hacia la Arcadia perdida y hallada en Ibiza, nace otro intento de fuga, esta vez del paro galopante: el que pudiéramos denominar movimiento comunal chippy, surgido paradójicamente al calor de la revolución microelectrónica del chip, esa brizna de inteligencia congelada que a la vez que cierra posibilidades de empleo asalariado abre nuevas perspectivas de trabajo autónomo y desalienado.Socialistas irredentos como André Gorz y Raymond Willianis; marxistas reprimidos como Alvin Toffier o deprimidos como Alain Touraine; cristianos ímpacientes como E. F. Schumacher y Edgar Morin, nos proponen convergentemente una salida de la crisis laboral y de paso de la alienación y el consumismo, basada en la microelectrónica y la autogestión, ese rescoldo inextinto de la kantiana llama utópica.
Ante la crisis de la sociedad del trabajo en un mundo donde el número de desempleados amenaza con igualar al de los ocupados, André Gorz (Los caminos del paraiso) propone la autogestión (o, mejor, autonomía) como "utopía constructiva" facilitada por la propia revolución núcroelectrónica aceleradora de la crisis, que inaugura la era de la 11 abolición del trabajo" soñada por Marx para la utopía comunista, pero que en el capitalismo avanzado genera paro (al automatizarse la industria y los servicios) y marginación social crecientes. "Miente cualquier política que no reconozca que ya no puede haber pleno empleo a tiempo pleno", afirma.
Aferrarse a esa mentira piadosa abona la tendencia hacia la dualización de la sociedad industrial en: la élite que acumula trabajo y privilegios, y el creciente ejército de los desposeídos de ambos. Reduzcamos -propone- la cantidad necesaria de trabajo social, gracias a los nuevos medios de producción microelectrónicos, de modo que, en vez de que unos nos veamos condenados a trabajos forzados y otros al paro forzoso, sin que se produzca el anhelado paso del reino de la necesidad de producir al de la libertad de crear, trabajemos todos menos tiempo por cuentaajena y más por cuenta propia, limitando así el campo de la alienación laboral y ampliando el de la realización personal. La revolución microelectrónica lo permite, al favorecer la desconcentración productiva, la fabricación competitiva en pequeñas series y la descentralización cultural.
Cubiertas nuestras necesidades básicas (no las ficticias, creadas por la sociedad consumista) por el fruto repartido del trabajo social, reducido (20.000 horas distribuidas en 40 años de vida activa, propone Gorz para el año 2000), pero no totalmente abolible, podríamos dedicar nuestro tiempo liberado a la producción de bienes placenteros y servicios solidarios en régimen autónomo. Se conseguiría así superar, en buena medida, las indivi-dualidades enajenantes trabajo-ocio, productor-consumidor y empleado-desempleado.
Alvin Toffier, en su libro La tercera ola, en el que Gorz se inspira, enumera los principios aberrantes del sistema industrialista agotado: guerra del hombre contra la naturaleza, darwinismo social, idea de progreso irreversible, producción basada en la uniformización, especialización, sincronización, concentración, maxinúzación, centralización y control social por las élites burocráticas y ejecutivas, "buhoneros del poder". Es éste un orden opresivo, depresivo y represivo que ha separado la producción del consumo y suplido el valor de uso por el de cambio y ha hecho insoluble el problema del desempleo, al automatizarse los servicios que antes absorbían el excedente de mano de obra industrial. Frente a este mundo caduco, Toffler avista el que viene: "La civilización naciente nos lleva más allá de la concentración de energía, dinero y poder", y cerrará "la brecha histórica abierta entre productor y consumidor, dando origen al prosumidor- y a una nueva institución social: el "hogar electrónico", que resolverá el problema del paro. Las nuevas tecnologías de pequeña escala, con base microelectrónica, experimentadas ya en todo el mundo, permiten crear trabajos más humanos, respetar el medio ambiente y producir bienes para uso local o personal en campos como la alimentación, energía, comunicaciones, confección de ropa, construcción, etcétera, en pequefias series de productos personalizados. Además de unidades de trabajo más pequeñas, descentralizadas y desurbanizadas, millones de parados y de activos podrían volver a desarrollar labores productivas en su lugar de origen remoto: el hogar (formado, eso sí, por familias ampliadas de nuevo cuño), ese electrón básico de la corriente autonómica general, en tomo al cual podrían formarse cooperativas de grupos de trabajo a domicilio en barrios suburbanos o comunas rurales electronizadas.
El cristiano impaciente Schumacher (Lo pequeño es hermoso) ve cómo el capitalismo ha construido un sistema de producción que viola la naturaleza y un tipo de sociedad que mutila al hombre. Frente a la idolatría del gigantismo de predador de las multinacionales haría falta una nueva orientación hacia "lo orgánico, lo amable, lo no violento, lo elegante y lo hermoso". Hay que insistir en las virtudes de lo pequeño, con ayuda de métodos y equipos baratos, utilizables a pequeña escala y compatibles con la necesidad creativa del hombre, aplicados por "comunidades locales autosuficientes, pacíficas y ecológicas, e incluso por productores caseros". Sólo así se superará la "sociedad dual" creadora de "pobreza, frustración, alienación, desesperación, desmoralización, delincuencia, escapismo, tensión, aglomeración, deformidad y muerte espiritual", y se caminará hacia la "democracia autogestionada" que quería Aldous HuxIey.
.Para Raymond Williams (Hacia el año 2000), la sociedad capitalista avanzada padece exceso crónico de personal, por culpa de la automatización, que, sin embargo, podría servir para crear una nueva sociedad en la que se aliviarían las tareas más pesadas y tediosas, se acortarían los años y horas de trabajo por cuenta ajena y la gente tendría más tiempo para sí misma (incluso para "cien indecisiones, visiones y revisiones", como quería Eliot).
"Se trata de esperanzas razonables (sostiene, con claras resonancias de Marcuse y de G. Friedrnan), y las condiciones técnicas para que se cumplan ya existen". La solución estaría en la transferencia del exceso de mano de obra hacia trabajos automarginados del mercado en una - sociedad posindustrial que, gracias a la tecnología electrónica, germina ya dentro del desorden existente, que amenaza con aquella "regresión a la barbarie" vaticinada por Bertrand Russell.
Alain Touraine (La sociedad posindustrial) centra la lucha contra la "sociedad de alienación", sucesora de la de explotación, en la autonomía de las colectividades, la desestatización, la adaptación del empleo a la mano de obra disponible con ayuda de los nuevos medios de producción y la defensa de la vida privada y del espacio vital, al que nos vinculamos hoy más que al oficio, al contrario de lo que ocurría en la sociedad del trabajo. Touraine enlaza directamente con el viejo Lukács (RoIz, Abendroth: Conversaciones con Lukács) y su propuesta de "lucha por un ocio libre, no manipulado", para positivar la reducción de la jornada de trabajo, necesaria para que lo haya para todos, sin caer en el consumismo, dentro del capitalismo tardío de la explotación relativa en el consumo.
Se observa una coincidencia entre los autores citados en su propuesta de automarginación del individuo del mercado y del sistema capitalista, para recoger se en pequeñas colectividades autónomas, como si lanzasen la consigna: "¡Proletarios de * 1 mun do, dispersaos!", con orden y en pequeños grupos. Proponen no ya una fuga colectiva hacia la Isla de Utopos (tranquilos, que no hay "¡moro en la costa!"), sino la constitución de miles de islotes de autogestión (más de dos millones hay ya en el mundo, según Schumacher) hasta formar un archipiélago paradisiaco en medio del proceloso océano capitalista. Nos invitan a formar, sin llamarlas por ese nombre, especies de nuevas comunas, ya no hippies, sino chippies, que tengan como centro de gravedad laboral y activo el chip, cuyas potencialidades liberadoras no están todavía sino entrevistas. Y la solución no mañana, sino hoy mismo, gracias a la informática, la telemática, robótica, burótica. En cuanto al tamaño de esos proyectos autogestivos de vida en común, oscilaría entre el "hogar electrónico" de Toffier y los 500 miembros que proponía Erich Fromm para que en sus grupos de discusión y decisión nadie tuviera que engolar la voz para pronunciar discursos altisonantes.
Sólo así se podría respetar la "individualidad parcelaria y autónoma", como quiere Morin (La vida de la vida), y sacar al tiempo al hombre del fáustico viaje a través de la soledad a que le empuja su economía libidinal freudiana, sin hacerle caer en las garras del Leviathan estatal ni en el conflicto que ve Touraine entre el goce individual y la acción colectiva, que ha llevado a tanta gente a la vía muerta del socialismo en soledad y a desesperar de que desde nuestro tiempo y lugar en este mundo traidor haya lugar y tiempo para soñar con otro mundo mejor.
El sueño marcusiano del final de la utopía y del hombre unidimensional se vería, pues, realizado, pero no ya por los hippies que se contentaban con cortar la flor (alucinógena) del día en sus horacianas comunas rupestres, sino por sus sucesores rurales o urbanos, los más modemos chippies: obreros hartos de mendigar la sopa boba en la cola del Inem; menestrales ministriles hastiados de su servil menester; escribientes Bartleby aburridos de hacer eternamente lo que preferirían no hacer; marginados de la Jauja dual capitalista donde no se atan ya los peros con longanizas; progres ansiosos de fugarse de este penal de Sin Sin donde viven en suspensión levitativa sin vivir en sí, sin deseo ni esperanza, sin brújula ni Este ("¡Señor, cómo miran mis ojos hacia el Este!", se lamentan con Shakespeare); yuppies cansados de la carrera hacia el infarto y el estrés; amas de casa desertoras del asado, y feministas hasta el moño de que para la mujer sólo sea siempre primavera en E-1 Corte Inglés...
Fernando Castelló es periodista.
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