Catedráticos

Los abogados que defienden a la gente de la mafia son unos profesionales correosos, leguleyos muy hábiles, como se puede ver en las películas americanas. Esos tipos conocen a la perfección todas las triquiñuelas del oficio: pactan con el fiscal del distrito, están implicados ellos mismos en la corrupción de la policía, participan en los consejos de familia y a veces se acuestan con la querida del jefe de la banda. Son todos de la misma calaña. Eso su cede en América, pero no en nuestro territorio. Aquí los narcotraficantes mafiosos son los mejores clientes de los catedráticos de Derecho Penal. Estos ponen todo su prestigio académico al servicio de unos individuos cuyo dinero sucio es capaz de apartar de la docencia o de la investigación jurídica a estos insignes próceres en el momento en que los necesitan. Hasta el sujeto más execrable tiene derecho a la defensa. Es un principio que nadie discute, aunque debe consta tarse un hecho: casi el 90% de los presos de nuestras cárceles están allí por su relación con la droga. A los mozalbetes acribillados por la jeringuilla, que han roba do un bolso para conseguir la dosis en un urinario, los defienden abogadillos principiantes en turno de oficio; a los traficantes intermedios los defienden letra dos ambiciosos que tratan de abrirse paso en la carrera; a los cabecillas de la mafia, a los caporales de la droga, los asisten catedráticos de Derecho Penal. Son los criminales famosos los que hacen famosos a sus abogados. En nuestro país, la culminación profesional de un penalista, la máxima gloria de un catedrático, no consiste en investigar sobre esa disciplina universitaria, sino en usar todo su acervo científico imaginando marrullerías procesales, poniendo trabas legales para dilatar juicios donde se sientan algunos grandes del narcotráfico que son los que más pagan: ése es el destino de su talento. Pero en nuestro condado es tos Ilustres jurisconsultos son unos caballeros que no se acuestan todavía con la querida del gánster como sucede en el cine negro americano.
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