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Tribuna
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Chándal

El concepto de endomingarse ha pasado definitivamente a la historia. De un tiempo a esta parte, durante el día en que Dios se tomó un respiro, familias enteras salen a la calle, uniformadas con chándales de colores imposibles, y se catapultan a su bar favorito para empapuzarse de canas y berberechos. El origen deportivo de la prenda parece haber pasado también a mejor vida. Basta con observar las tripas a lo Obelix de los maridos y los zapatos de tacón de sus parientas (ya lo decía Martirio: "Con mi chándal y mis tacones, arreglá pero informal...") para darse cuenta de que todo el deporte que practican es la barra libre en el bar La Gamba Feliz (ellos) y la lucha grecorromana en las rebajas de los grandes almacenes (ellas). En cualquier caso, observada con humor, la familia Chándalez había venido para contribuir a que la realidad fuera más cutre, más berlanguiana y más divertida.Pero ahora este colectivo acaba de recibir una tremenda bofetada a manos de ese psicópata conocido como el loco del chándal que el otro día asesinó a una mujer en Barcelona. Yo creo que usaba ese uniforme para generar confianza a su alrededor, pues salir a la calle en chándal implica, como hacerlo en zapatillas o bata de boatiné, que todo te importa un rábano, vas a tu aire y nadie tiene nada que temer de ti.

Lamentaría que este chiflado enturbiara la imagen de los chandalistas: habían conseguido enternecerme.

Ya puestos, preferiría que detuvieran a un exhibicionista que hubiera sustituido la tradicional gabardina por el loden verde, ese abrigo que, complementado con mocasín de mucha hebilla y pelo planchado con caracolillos en la nuca, identifica a tiburones de las finanzas, políticos seudoliberales y otras especies mucho más peligrosas que la de los humildes chandalistas.

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