Interior izquierda
EN TODOS los partidos existe tensión entre el deseo de estabilidad y la necesidad de circulación: entre la aspiración de los dirigentes a garantizar la continuidad organizativa, que identifican con su propia continuidad, y el impulso de renovación del personal directivo. Este impulso puede ser el efecto de la presión ambiental, del cambio generacional, de una derrota electoral, etcétera. En el caso del PSOE, ese impulso es el resultado, sobre todo, de un compromiso implícito entre el candidato González y una parte sustancial del electorado socialista durante la última campaña electoral.Si el PSOE no perdió las elecciones fue porque varios millones de electores decidieron a última hora dar un voto condicionado a Felipe González; la condición era que él mismo encabezase la reforma de su partido, cuyo descrédito había alcanzado su cota máxima en vísperas de la convocatoria. La reforma esperada habría de plasmarse en un nuevo modelo de funcionamiento -en relación a la financiación sobre todo- y en un estilo diferente de relacionarse con la sociedad.
Eso no tiene nada que ver con la orientación ideológica o política: ni con la derechización que denuncia Guerra ni con la política de alianzas seguida por el nuevo Gobierno. Las elecciones se plantearon en la práctica como una competición para determinar quién, González o Aznar, tendría que pactar con los nacionalistas la configuración. de una nueva mayoría. La hipótesis de una alianza entre González y Anguita no sólo había sido explícitamente excluida por ambos, sino que resultaba impensable desde la perspectiva de las prioridades definidas por la situación económica. Tal alianza era además suicida para el PSOE, ya que habría empujado a los nacionalistas a conformar, en alianza con el Partido Popular, una potente alternativa de centro-derecha. Mientras que la distancia que separa al PP de IU hace inimaginable una alianza estable de ambas fuerzas frente a una mayoría de centro-izquierda (PSOE-nacionalistas).
Por ello, la alternativa al riesgo de chantaje nacionalista permanente sobre el que alerta Guerra -riesgo de forzar los límites constitucionales en materia autonómica- no sería la afianza del PSOE con IU, sino, en todo caso, la gran coalición entre los dos grandes partidos nacionales. Pero si esa posibilidad también se desecha -Guerra se desapuntaría-, lo que está diciendo el vicesecretario general del PSOE es que preferiría que su partido gobernase en solitario: se comprende, pero el electorado ha decidido otra cosa.
Mientras Guerra fue su vicepresidente, el Gobierno contó con el aval del partido -y el suyo personal- para los sucesivos giros hacia el centro que permitieron al PSOE seguir ganando elecciones en años poco propicios para la izquierda. Sus manifestaciones de estos días parecen indicar que ya no garantiza ese apoyo. El criterio no es ya, o no sólo, el mantenimiento de la coherencia interna de la que depende en buena medida el éxito del Gobierno en esta nueva fase sin mayoría. Pero si Guerra plantease abiertamente una alternativa de izquierdas, con distinta política de alianzas, a la mayoría configurada en tomo a Felipe González, no podría aspirar a seguir formando parte de esa mayoría y más bien estaría aproximándose a las posiciones de Izquierda Socialista. Y en la medida en que se convirtiera en cabeza de esa tendencia, Guierra no podría aspirar a seguir siendo el número dos, y de ahí seguramente sus dudas sobre el alcance de su desafio y la cautela de sus fieles respecto al significado del inminente congreso del PSOE sevillano, en el que se enfrentan sendas candidaturas avaladas por los números uno y dos.
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