Desafío a la historia y a Italia
Miguel Induráin encabeza un equipo español que nunca ha logrado triunfar en el Mundial de ciclismo
La historia, precisamente, debería jugar a su favor. Si desde 1927, año de la primera edición, ningún ciclista español ha conseguido aún proclamarse campeón del mundo, tiempo es ya de que llegue. El vacío debe llenarse. Miguel Induráin afronta hoy por primera vez en la temporada un desafío en el que no viste la piel de favorito, pero necesita ganarlo. Tiene que eliminar una contradicción. El mejor ciclista del mundo debe ser reconocido por un símbolo: el maillot arcoiris que le diferencie la próxima temporada del común de los corredores. El círculo que señala su hegemonía quedaría cerrado. Él, como siempre, se muestra alérgico a todo tipo de connotaciones, desde las históricas hasta las heroicas. Afrontará los 257,6 kilómetros (14 vueltas a un circuito de 18,4 kilómetros en el centro de Oslo) con el ánimo de siempre: un palmarés se engorda ganando las carreras de una en una. La selección italiana es el enemigo.
Induráin mira al cielo y reza. Se siente fuerte y tiene ganas. Sabe que si llueve hoy en Oslo casi todo estaría perdido. La contractura que le aquejó el lunes en Cuenca está olvidada. El catarro que le hizo disputar con fiebre las últimas etapas de su tercer Tour victorioso y que le tuvo más de dos semanas apartado de la carretera jugará a su favor en todo caso. Llega a su cita más fresco que la mayoría de sus rivales. El circuito también le gusta. No se tratará de subir puertos pirenaicos, dolomíticos o alpinos, en los que el navarro parte en desventaja frente a los demás. Se trata, más bien, de un recorrido adaptado a sus facultades, a esas que le permiten subir cuestas alargadas y con porcentajes medianos con el plato grande de su bicicleta. Desgraciadamente para él, también es un recorrido ideal para todos sus grandes enemigos, esos clasicómanos, especialistas en carreras de un día, mayoritariamente de formación italiana y, normalmente, acostumbrados a sacar a relucir su punta de velocidad en el momento decisivo. Como Maurizio Fondriest, por ejemplo. Aunque Induráin avisa: "Puede que sean más rápidos que yo en igualdad de condiciones, pero si llego más fresco que ellos, y creo que soy más fuerte, puedo ser tan rápido como el que más"."El Mundial se diferencia del Tour en que todo te lo juegas en una etapa; al día siguiente no puedes rectificar", señala Induráin. Vistas así las cosas, las dificultades aumentan. Una victoria española en Oslo no sólo sería una necesidad histórica, sino también un giro copernicano con relación a los caminos que sigue el ciclismo español: sobreabundancia de corredores que sólo saben correr en pruebas por etapas y carencia casi anémica de ciclistas de un día. Esos con capacidad e inteligencia táctica a corto plazo, potentes y rápidos, capaces de llegar a su mejor estado de forma en el día elegido.
Induráin no parte como favorito porque su situación es hegemónica en las grandes pruebas. Ha ganado el Giro y el Tour frente a nuevos enemigos y con más claridad que otros años. Los rivales buscan las sobras, a las que valoran como oro. Y la más valiosa es el Mundial. Algunos renuncian al Tour, sabedores de sus pocas opciones, para fiarlo todo a la última carta.
Otra circunstancia con peso para hacer del Mundial una carrera diferente, muy distinta incluso de cualquier clásica, es el furor patriótico, que aleja el espíritu de los equipos de los intereses comerciaes y los acerca al ánimo olímpico: un equipo y una bandera.
El seleccionador español, osé Grande, quiere insuflar la bandera en el alma de los corredores. "La unión será nuestra mejor arma", cuenta. Su intento suena artificial. Mientras que en otros países, o en España en otros deportes, como el fútbol, ser seleccionado para el equipo nacional es el máximo al que aspiran muchos corredores como premio a una buena temporada, en el ciclismo español más parece un castigo para algunos. Italianos, franceses, belgas u holandeses son capaces de llegar a las manos en algunas carreras posteriores al Tour para ganarse su puesto en la selección. "El orgullo de defender unos colores", lo llaman. Los españoles, quizá víctimas de las frustraciones, de no haber conseguido nunca las victorias, se lo toman con más calma.
Este año, sin embargo, Grande confunda menos los deseos con las realidades. El Mundial de 1992, celebrado en Benidorm, fue especial porque se corrió en España y la presión extradeportiva fue mayor. Hoy, en Oslo, el seleccionador juega con una ventaja: 11 seleccionados serán devotos de sólo uno porque creen en sus posibilidades. La unión la creará la existencia de un corredor congregaIdor. Un ciclista, Induráin, que parece haber comprendido la importancia simbólica de ganar el Mundial.
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