El memoricidio (5)
Dado que toda huella islámica debe ser extirpada, la biblioteca, memoria colectiva del pueblo musulmán bosnio, estaba condenada a desaparecer en la llama de la vengadora 'Purificación'. "Hay que recorrer pacientemente la ciudad", leo en una guía de Sarajevo editada hace pocos años, "para descubrirla, situar sus distritos principales y comprender que su corazón late siempre en la vieja Carsija, el barrio popular de los bazares, comerciantes, curiosos y turistas. La Bascarsija (léase Bashcharshía, J. G.) nombre actual de esta parte de la villa, debe visitarse necesariamente a pie.
En sus alrededores los aparcamientos son escasos y de localización difícil".Desde el segundo día de mi estancia he seguido regularmente el consejo aprovechando las pausas de mi actividad cotidiana, de preferencia en aquellas horas de la jornada en las que las armas callan y la capital asediada vive una engañosa sensación de paz.
La plaza principal, de forma triangular, que desciende la pendiente desde el comienzo de la avenid2 del Mariscal Tito a la pequeña mezquita de Baslicharshía, aparece en las fotos desbordante de vida y actividad. Hoy es un espacio desierto expuesto a los morterazos y obuses de los extremistas panserbios apostados en las cimas del otro lado del río. Varios puestos callejeros de metal herrumbroso permanecen maltrechos y vacíos, una patética columna anunciadora exhibe carteles desgarrados de actividades culturales muertas, un camión amarillo se ha inmovilizado para siempre junto al bello quiosco otomano de madera, de cúpula estriada y rematada con un Vamur de dos bolas y una diminuta medialuna. Los bazares están atrancados o han sido desventrados por los obuses, sus tejados rojizos presentan boquetes o cicatrices de impactos, los semáforos inútiles y rótulos indicativos de una Tourist route son una reminiscencia irrisoria de pasados tiempos de dicha.
Todas las calles transversales que llevan a Vase Miskina repiten hileras de bazares ciegos, calzadas de adoquines desiertas, tejas a la española con el anuncio de una barbería o un alucinador Grill Dôme. El bedestán de Brusa ha sido clausurado, pero en torno al también cerrado de la mezquita principal de la ciudad descubro lábiles signos de vida: algunos orfebres; una peluquería; dos librerías de obras religiosas musulmanas, en el escaparate de una de las cuales figura una traducción de Europa y el islam del excelente historiador tunecino Hichem Djalt.
La hermosa mezquita de Gazi Husnev Bey erigida en 1531 -una de las obras maestras de la arquitectura otomano-balcánica- ha recibido un total de 86 impactos de mortero, pero tanto el cuerpo del edificio como su alminar espigado resisten de pie. El interior sufrió graves daños y se halla en curso de restauración. Entre. el andamiaje y fundas de plástico que velan el mihrab y la maksura se distingue únicamente la escalera de mármol del almimbar milagrosamente intacto.
El espectáculo de mayor desolación lo ofrece la célebre biblioteca de Sarajevo. El 26 de agosto de 1992, los ultranacionalistas serbios arrojaron sobra ella un diluvio de cohetes incendiarios que redujeron en pocas horas todo su rico patrimonio cultural a cenizas. Como señala la Oficina de Información del Gobierno de Bosnia-Herzegovina, dicho acto "constituye el atentado más bárbaro cometido contra la cultura europea desde la Il Guerra Mundial. En verdad -y tal era el propósito de la gavilla de mediocres novelistas, poetas e historiadores con vocación de pirómanos, cuyo Informe a la Academia de Belgrado fue el germen de la ascensión de Milosevic al poder y del subsiguiente desmembramiento de Yugoslavia-, dicho crimen no puede ser definido cabalmente sino como memoricidio. Puesto que toda huella islámica debe ser extirpada del territorio de la Gran Serbia, la biblioteca, memoria colectiva del pueblo musulmán bosnio, estaba condenada a priori a desaparecer en las llamas de la vengadora purificación.
Casi cinco siglos después de la quema de manuscritos arábigos en la granadina puerta de Bibarrambla decretada por el cardenal Cisneros, el episodio se repitió en mayor escala durante las conmemoraciones del V Centenario. Resueltos a enderezar los entuertos de la historia de su país, los forjadores de la mitología nacional serbia -tan elocuentemente denunciados por compatriotas suyos del fuste de Djuric y Bogdanovic- colmaron sus sueños de aniquilación ancestrales: miles de manuscritos árabes, turcos y persas se esfumaron definitivamente. El tesoro así destruido comprendía obras de historia, geografía y viajes; teología, filosofía y sufismo; ciencias naturales, astrología y matemáticas; diccionarios, gramáticas y poemarios; tratados de ajedrez y de música. Hoy, la biblioteca conserva sólo la estructura hueca de sus cuatro fachadas ornadas de columnas, arcos de herradura, rosetones y almenas. La armazón metálica del techo por el que cayeron los cohetes parece una gigantesca telaraña, los soportales del patio interior muestran apenas su antigua y fina labor de yesería, el espacio central es una pila ingente de escombros, cascotes, vigas, papeles chamuscados. Recojo uno de ellos y descubro que se trata de una ficha clasificadora del Archivo. Me la llevo como recuerdo de esta barbarie programada cuyo fin era barrer la sustancia histórica de una tierra para montar sobre ella un edificio compuesto de patrañas, leyendas y olvidos.
Si los komitas, hayduks y chetniks no fueron nunca castigados por sus tropelías contra los musulmanes durante los dos últimos siglos, (*) ¿por qué van a serlo ahora por una Comunidad Europea que se desbarata, víctima de las contradicciones, pusilanimidad y egoísmo de sus propios arquitectos? En el nuevo mapa de los Balcanes, trazado a sangre y fuego por los defensores de la primacía de los valores nacionales y religiosos, el mero nombre de Sarajevo simboliza la existencia de un cosmopolitismo odiado y sentido como una afrenta: espacio de encuentros y convergencias, punto en donde las diferencias, en vez de ser causa de exclusión, se entremezclan y fecundan por ósmosis y permeabilidad, la capital bosnia cifra -me cuesta escribir cifraba- una, concepción distinta, estimulante y abierta de la ciudad europea. Ciegos, sordos y mudos estamos permitiendo que la destruyan.
Basta cruzar ese Manzanares llama-do Milyaka por el puente cercano a la biblioteca para hallar en el corazón de la orilla izquierda codiciada por la República Serbia de Bosnia el pequeño barrio judío aglutinado en torno a la sinagoga. En la calle adonde da su fachada rosada y ocre con ventanales, rosetones y cúpulas rematadas con la estrella ¿te seis puntas, se extiende una larga cola de gente: son los clientes de la farmacia hebrea, la mejor abastecida de la ciudad. En el edificio adjunto al templo -privado desde hace tiempo de oficios religiosos por falta de rabinos-, una organización caritativa de clara consonancia hispana, La Benevolensía, distribuye diariamente centenares de boles de sopa a la población hambrienta. Para subir al primer piso hay que abrirse paso entre la multitud de sarajevitas que acuden a llenarse el estómago o a comunicarse con sus familias refugiadas en Croacia o residentes en las zonas leales a la presidencia bosnia por medio de una pequeña emisora de radio instalada en una de las habitaciones.
David Kamhi, vicepresidente de la Sociedad Humanitaria, Cultural y Educativa Judía, es violinista y tiene todo el aspecto del cliente de un casino de pueblo español: calvo, expresivo, vivaz, con gafas, como los que se asientan, en medio del humo y vocerío de sus paisanos, frente a una baraja de naipes o un tablero de dominó. Su castellano -"no ladino, sino judeo-espafio", precisa- es asombrosamente rico y moderno. David Kamhi desciende de los expulsados de la Península en 1492 que se desparramaron por tierras del Imperio Otomano y se establecieron en Sarajevo en 1551.
"Antes de la llegada de los nazis éramos 14.000; de ellos, 10.000 sefardíes. La mayoría murió en deportación. Entre los que se salvaron, algunos permanecieron ocultos en la ciudad, otros regresaron al terminar la guerra.
"En abril de 1992, la comunidad contaba con 1.400 miembros, en gran parte sefardíes como yo. Cuando cesaron las restricciones religiosas a la muerte de Tito, muchas personas descubrieron su raíz judaica y se acercaron a nosotros. En otoño del pasado año, establecido ya el cerco, se fueron unos setecientos. Ahora quedamos otros tantos que no quisimos salir".
"Desde la independencia de Bosnia", se lamenta, "no hemos recibido la visita de ningún diplomático de su país. ¿Por qué no envían un representante a Sarajevo? ¿Acaso no existimos? Yo soy bosnio, soy judío y soy español. Muchos colegas míos se llaman Pardo, Pinto, Alcalay, Alfandari, Mercado. Mi primera lengua fue el castellano. He creado aquí una Asociación de Amistad Bosnio-Española, estuve en Madrid con motivo del V Centenario y saludé al rey don Juan Carlos".
"Es una vergüenza que España nos ignore y no mantenga relaciones con Bosnia. Los únicos que nos visitan y ayudan son los jefes y oficiales del Ejército. Aquí estuvo el general Delimiro Prado, charlando en este despacho. Oí decir que el Rey ofreció el pasaporte español a todos los sefardíes. Pero, ¿cómo conseguirlo si no abren ningún consulado?".
"En Bosnia había una relación muy buena entre las comunidades religiosas. A Sarajevo le llamaban el Jerusalén Chico. Los niños musulmanes iban a trabajar a nuestros talleres de artesanía y' aprendían su oficio en ellos. Sarajevo es una mezcla: multicultural, multiconfesional, multinacional".
"En este barrio de Sarajevo, la sinagoga está a un paso de la mezquita y ésta de las iglesias católica y ortodoxa. Ahora nos han metido en un gueto, en un campo de concentración de 380.000 personas. ¡Es increíble que Europa admita esto después del genocidio nazi!".
"¿La ayuda humanitaria? ¡Una broma! No recibimos ni una quinta parte de lo necesario: una humillante limosna. Seré franco y directo: nos mandan los saldos y reservas invendibles de ropa y comida".
Los salvajes de ahí arriba disparan indiscriminadamente: nos matan porque vivimos juntos y queremos seguir viviendo juntos. Lo de la amenaza islamista es un embuste de Milosevic. Los verdaderos fanáticos son él y su pandilla".
Como todos los sarajevitas, David Karnhi prefiere no pensar en el futuro: la carga del presente es ya abrumadora y no hay retirada posible.
"Los judíos no tenemos siquiera un lugar en donde puedan enterrarnos", dice al despedirse. "Nuestro cementerio está en la línea del frente. Los chetniks han cavado en él sus trincheras y lo han profanado".
Véase la obra Le nettoyage effinique (Editorial Fayard, París, 1993) comentada por Juan Goytisolo en la edición de EL PAÍS del 19 de mayo de 1993.
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