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Miurada inválida y mala

Miura / Campuzano, Fundi, Sánchez

Toros de Eduardo Miura, grande todos con más de 600 kilos, pero astigordos y varios sospechosos de pitones; inválidos -6º, lisiado total-, y de feo estilo.

Tomás Campuzano: pinchazo a toro arrancado, dos pinchazos, estocada corta, descabello y se tumba el toro (siencio); pinchazo hondo trasero ladeado, rueda de peones, pinchazo, estocada corta ladeada y aviso mientras dobla el toro (ovación y salida al tercio). Fundi: bajonazo descarado y rueda de peones (oreja con escasa petiión); bajonazo descarado (escasa petición y vuelta). Sergio Sánchez: estocada corta baja (aplausos y salida al tercio); media, rueda de peones, media, rueda de peones y dos descabellos; se le perdonó un aviso (palmas).

Plaza de Vista Alegre, 22 de agosto. Novena y última corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

Los miuras también se caían, ¿no te tronchas, Charlie? Resulta que viene al final de la feria la corrida donde ha de salir el toro por antonomasia, el de la histórica divisa que es verde y grana para todas las plazas, excepto en Madrid donde la saca verde y negra por el luto con que la dejó marcada el trágico recuerdo de su leyenda, y se cae también. ¿Te lo puedes creer, Charlie?Pues sí, se caían los miuras, igualito que el toro comercial, y algunos, más que el toro comercial se caían. El sexto miura llegó a estar tan lisiado, que con sólo citarlo ya se iba de hocicos al suelo, o se derrumbaba perdida la patita de atrás, o caía a plomo, pillando bajo la panza aquello que las vaquitas tanto admiraron en los lujuriosos predios de Zahariche, ¡oh, qué dolor!

A los pobres miuras los debió mirar de través un mal gafe pues sobre las miserias de abajo padecían otras en la parte de arriba y presentaban la cornamenta averiada, extrañamente disminuida y roma; como si les hubiesen cortado un cacho y limado después. Con lo que duele que a uno le corten un cuerno y luego se lo limen, ¿verdad, Charlie? No se dice que eso hubiera ocurrido; sólo que lo parecía. A veces las apariencias engañan, estamos en ello. Sin ir más lejos, esos toros que cerraron la feria bilbaína, más que propiedad de don Eduardo Miura parecían del Tío Picardías. Por las invalideces, desde luego, pero aún más por la catadura mala, la casta nula, el temperamento asnal.

Aquellos toritos inválidos habituales en toda la feria, pues -¿qué te voy a decir, Charlie?-, en un momento dado aceptaban derechazos unos cuantos, reolinitas graciosas, pinguís, manguzás, rosicler instrumentado al aire del crepúsculo cántabro. En cambio los miuras no embestían sino que topaban, y se revolvían buscones.

Mucho mérito tuvieron los diestros poniéndose delante de semejante moruchada y haciéndole el honor -que de ninguna manera merecía- de intentar torearla por lo fino. Tomás Campuzano alternaba el derechazo y el natural, con tenaz insistencia y voluntariosa entrega. Fundi practicó un toreo a la antigua combinando la suerte natural con la contraria, los pases por bajo y por alto, muletazos fundamentales o de recurso, según la ventolera que les diese a los toros y la violencia de sus oleadas inciertas. Sufrió unos cuantos achuchones y al gún desarme, mas reaccionó encorajinado y aún tuvo agallas para descararse en desplantes temerarios. Mató, eso sí, de infamante bajonazo, lo cual debe de ser acción bella, a juzgar por el júbilo que provocó en el público.

Fundi y Sergio Sánchez perpetraron banderillas, en sus primeros toros cediéndoselos palos, en los otros sin cedérselos, y siempre pasando a toda velocidad para prenderlos donde cayeran. El arte de banderillear no quedó en entredicho, sin embargo, porque allí estaba Morenito de Jaén, que banderilleó en todo lo alto los toros de Tomás Campuzano, con el valor, la seguridad y el estilo propios de los rehileteros buenos.

Sergio Sánchez, frente a los toros más inválidos y aborregados de la miurada, muleteó a uno nervioso y acelerado, y al otro, que fue el inválido absoluto, con incontinencia pegapasista. El hombre no terminaba nunca la faena. Entre los tumbos del miura y la vocación destajista del torero, el trasteo se hizo pesadísimo.

Y, además, negros nubarrones amenazaban lluvia, la noche se venía encima, los focos ponían furtivas sombras en la parduzca arena. Más que fin de feria, aquello parecía un funeral. Mejor olvidarlo, Charlie.

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