Un goleador con hambre
Es la cara menos conocida del Atlético. Un goleador cuyo fichaje apenas ha hecho ruido. La historia de Miguel Ángel Benítez, de. 23 años, es la del chico suburbial que trata de huir de la miseria a través del fútbol. Un perfil que se ha quedado obsoleto. Su vida está ligada a la pobreza. Benítez, paraguayo, ha conocido todos los rincones del hambre. No sabe cuántos hermanos tiene. Tampoco lo que es poder comprarse un coche. Lo ha pasado demasiado mal como para entretenerse en pequeños detalles. Está ante la oportunidad de su vida y lo sabe.Era un poco más tarde de las doce. Uno de eso días de verano en los que el sol pega fuerte. Los jugadores del Atlético abandonaban el estadio en coches estupendos, de esos con aire acondicionado y miles de revoluciones. Miguel Ángel Benítez no: salió a pie, se recorrió el largo trecho que separa el Calderón de la parada más próxima, se hurgó el bolsillo, sacó 125 pesetas y se montó en el autobús. El nuevo delantero del Atlético espera que la historia no se repita: con los primeros sueldos se comprará un seiscientos. No aspira a más.
Benítez está realizando la pretemporada con el Atlético. Todavía no sabe si se va a podEr quedar. Jair Pereira tiene que descartar a un jugador de la plantilla y él es uno de los candidatos. Los técnicos del Atlético están convencidos de su triunfo. "Va a llegar muy lejos porque tiene hambre", dicen. Está ante la oportunidad de su vida: un contrato millonario o volver al fango. No hay alternativa. Y él lo sabe: "Tengo que triunfar. No puedo volver a pasar hambre".
A Miguel Ángel le tocó nacer en el lado malo de Asunción (Paraguay). En el tramo suburbial de la capital, el de la escasez de todo. "Allí no es como en España. En Paraguay el que es rico es rico y el que es pobre es pobre. Pero de verdad", sentencia con un tono de voz suave. Nunca llegó a vivir con sus padres, un conductor de, autobús y un ama de casa que se separaron al nacer él. Pasó su infancia en casa de sus abuelos paternos, que no nadaban precisamente en la abundanciaEn Asunción los días le parecían iguales. La escuela, mucho fútbol, siempre con balones ajenos, y poca comida: sopa y puchero todo lo más. Menos los domingos, que aparecían vestidos con un plato de espaguetis o con una pieza de asado. Benítez se pasó media vida suspirando porque llega ran los domingos.
Los pasteles sólo se veían en. los cumpleaños, que, eso sí, abundaban en la familia Benítez, Miguel Ángel tiene muchos hermanos, pero no sabe concretar cuántos: "Deben ser unos catorce. O más. Mi padre se volvió a casar y cada vez que me paso por Paraguay me dicen que hay un nuevo hermano".
En el pasado de Benítez no sólo escaseó el pan, también la ropa. Por eso, recuerda con cariño su llegada con 16 años al Atlético Juventud, un equipo de Asunción: le dieron unas botas más pequeñas de lo que miden sus pies, una media de cada color y un pantalón que le oprimía los testículos. Aquello le supo a lujo. Como también el campo de entrenamiento, pese a estar muy alejado de la casa de sus abuelos. Y hacía los trayectos a pie: "No tenía dinero para el autobús.
El primer sueldo lo cobró a los 17 años en el Villalisa: 1.000 pesetas por partido. También se llevó entonces su primer desencanto: fue apartado de la selección paraguaya sub-19 dos días antes del comienzo de un campeonato. En los ensayos había destacado como goleador, pero le dejaron fuera. No recibió explicaciones. Luego, conoció que había sido víctima del tráfico de influencias y del chantaje. En su lugar entró el hijo de un dirigente.
Benítez siempre creyó que su salvación pasaba por viajar a España. Y eso hizo a los 19 años. Probó en el Atlético. Sin suerte: era demasiado bajo (1,58 metros). Se conformó con el Calpe, un equipo de la Tercera División valenciana que le prometió 135.000 pesetas al mes. Allí conoció a la que desde hace unos meses es su mujer. Tres años después lo ha dejado lleno de goles y aún le deben medio millón.
Benítez está ante la oportunidad de su vida. La que puede -Sanear su futuro y el de su familia. En caso contrario, se reencontrará con su mísero pasado.
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