Agosto
Hay un momento particularmente duro de las vacaciones veraniegas: es el largo tiempo invertido en la cola del hipermercado, para descargar ante la cajera la gigantesca cantidad de artículos que componen la gran compra del verano.Es tiempo de analizar lo que va en los carritos del prójimo y de contar el número de prójimos presentes para sacar las enseñanzas fundamentales de la crisis que padecemos. Este año hay menos gente, y la que hay gasta lo menos posible; vamos a las promociones especiales y a las ofertas, aunque sean de cosas inútiles, porque entre la situación económica y los impuestos recién pagados estamos que no damos para más. Antes, a Carlos Solchaga le sobraba imaginación para sacarnos dinero él solito. Ahora que son tres o cuatro, con vicepresidente incluido, tiemblo de pensar en las ideas que se les van a ocurrir en los consejos de ministros de agosto, cuando no estamos ninguno para vigilarlos. Y como don Narcís tampoco va a venir mucho aquí a Deià, donde solíamos veranear en los buenos tiempos, ni siquiera voy a poderle observar los tics para adivinarle las intenciones.
Es el momento de acordarse de los madrileños, los palentinos o los cacereños que no pudiendo costearse el veraneo se han quedado en sus casitas a esperar. la fresca. Suyas son las calles vacías. Y nosotros aquí, sin poder regar bien las cuatro adelfas y el par de buganvillas porque se acaba el agua, sin poder dormir, Porque el silencio es casi insoportable. No pasan ambulancias ni bomberos; sólo a las cuatro de la madrugada, mi vecino suelta las ovejas con sus cencerros (porque son cencerros) y yo me levanto a vigilarlas con una estaca, no se me vayan a comer las hojas. Vigilancia por vigilancia, prefiero espiar las intenciones de las ovejas que las de don Narcís. Son menos crípticas.
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