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FBI, la mano que mueve los hilos

Un presidente de EE UU se atreve a destituir por primera vez en la historia al director del servicio de investigación más poderoso del mundo

Antonio Caño

Revísense los momentos clave de la historia norteamericana de esta última mitad de siglo. Segunda Guerra Mundial, asesinato del presidente Kennedy, liderazgo de Martin Luther King, movimiento de los Panteras Negras, Watergate. Revísense con detenimiento esos acontecimientos y se encontrará en todos ellos la poderosa mano del Buró Federal de Investigación, cuyas legendarias siglas, FBI, son tan conocidas en el mundo como las de la ONU, la CIA o la OTAN.En la historia del servicio de investigación más grande del mundo, Bill Clinton acaba de lavar otro jalón: por primera vez un presidente se ha atrevido a destituir a un director del FBI. El nombramiento esta semana de Louis Freeh, una réplica del sacrificado Elliott Ness, coincide, además, con el omento en que una agencia desprestigiada y confundida obre su actual papel tendrá que definir sus objetivos en esta poca de posguerra fría.

"El trabajo de Frech será el enfocar el futuro del FBI, recuperar el respeto de la institución y levantar la moiral de los agentes", afirma el portavoz de prensa del Buró, Charles Manigo. Louis Freeh, un antiguo gente que alcanzó relevancia por desmantelar en los años ochenta la banda de narcotraficantes conocida como Pizza Connection, sucederá en el caro a William Sessions, que deja tras sí una imagen de corrupión que empaña actualmente a todo el FBI.

Pese a todo el escándalo que ha rodeado a este Buró desde que John Edgar Hoover hizo de él un reino privado y temible durante 48 años (19241972), el FBI, fundado en 1908 para investigar los conflictos de tierras en el lejano Oeste, sigue todavía fascinando a los norteamericanos. Cada mañana, largas colas e turistas se forman en la PennsyIvania Avenue de Washingon, donde está situado el cuartel general, para recorrer las salas onde se exhibe la historia y los medios de sta fuerza de 19.000 nombres. Allí están as fotos de los célebres bandidos de los años veinte, John Dilinger, George Ameralladora Kelly, Lloyd el Bonito, Bonrrow. También pueden verse imágenes de las células nazis desmontadas durante la Il Guerra Mundial y de los espías comunistas detenidos durante la guerra fría, el primer sistema de identificación de huellas di gitales de 1924, un archivo que incluye más de 100 millones de nombres, y las armas utilizadas durante décadas por los agentes a los que el sindicato del crimen del Chicago de los años treinta bautizó como G-men (Government men). Lo que no aparece en la exposición del cuartel general son otras páginas mucho más oscuras del pasado del FBI, empezando por la persona que todavía da nombre a ese edificio, J. Edgard Hoover.

Hoover, que dirigió la institución hasta su muerte, fue considerado durante cuatro presidencias el hombre más poderoso de Estados Unidos. Se jactaba de tener pruebas sobre los vicios y los secretos de miles de personalidades públicas. Una investigación llevada por el Senado después de que acabara su mandato demostró que Hoover había vendido favores políticos a Roosevelt, Kennedy, Johnson y Nixon, quienes, a cambio, habían ocultado las orgías sexuales y múltiples extravagancias y delitos protagonizados por Hoover, y que se han conocido hace apenas un año.

Durante los años sesenta, el FBI utilizó todos los medios para acabar con las organizaciones de tendencia izquierdista y de defensa de los derechos de los negros. La táctica favorita de los hombres de Hoover era la de infiltrarse en esos grupos para orientarles hacia la violencia y otras actividades ilegales. En 1975, un comité del Senado concluyó que el FBI había cometido abusos de poder y que había investigado ilegalmente las vidas privadas de decenas de miles de norteamericanos.

Edgard Hoover trató también de desprestigar a Martin Luther King, a quien comprometió en un caso de infidelidad conyugal, y desvió la investigación del asesinato de Kennedy exclusivamente hacia la pista de Oswald, para lo que destruyó pruebas que hubieran abierto otra vía de indagación.

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Cuando, a comienzos de los años setenta, muerto Hoover, la presión de la sociedad parecía conducir al FBI por un camino más honesto, se descubrió que el nuevo director, Patrick Grey, había destruido documentación de la Casa Blanca que podría haber sido utilizada contra Richard Nixon en el episodio del Watergate.

Tras ese nuevo escándalo, el papel del FBI quedó ya siempre en duda, hasta que Ronald Reagan nombró a William Sessions, un juez con un historial limpio y cuya bandera era la revolución ética de la institución. El lamentable final de Sessions, que se cayó de bruces en la puerta del Departamento de Justicia poco después de conocer su destitución, habla por sí solo del fracaso de su misión.

Al nombrar a Freeh, Bill Clinton le pidió que "abra el FBI a las minorías y las mujeres". El FBI, una de las instituciones más conservadoras de Estados Unidos, no admitió mujeres hasta 1973. Pero, sobre todo, este Buró tiene que encontrar la manera de utilizar su presupuesto de 1.300 millones de dólares para combatir a sus enemigos de hoy: las pandillas callejeras, que dejan a Al Capone al nivel de un aprendiz; las bandas de narcotraficantes; el terrorismo internacional, y la delincuencia de cuello blanco.

Hoy, un tercio de las detenciones que realiza el FBI se llevan a cabo gracias a la información que facilitan los espectadores del programa Los fugitivos más buscados, un espacio hecho por el servicio de relaciones públicas del Buró y que constituye uno de los grandes éxitos de la televisión.

El terrorismo de signo político, antes inexistente en Estados Unidos, se ha convertido en una de las principales preocupaciones del FBI. En los últimos días se han desarticula

Aunque dependiente formalmente del Departamento de Justicia, el FBI siempre ha hecho de su independencia política una garantía de su buena labor. La destitución de Sessions despertó en la oposición republicana el temor de que Clinton acabe con esa independencia, que hasta ahora sólo ha sido garantía de su impunidad.

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