Cortes, robos y enojos diferentes
Lo que el corte se llevó. José María Olazábal no fue el único famoso en tener que hacer las maletas antes de tiempo en Sandwich. Otros seis de los golfistas clasificados provisionalmente para la Copa Ryder, el duelo de septiembre entre Europa y Estados Unidos, quedaron emparedados de forma fatal por los links del club Royal Saint George's. Sus compañeros de fatigas fueron el escocés Colin Montgomerie, el italiano Constantino Rocea y los norteamericanos John Cook (el segundo en el Open de 1992), Davis Love, Chip Beck y Jim Gallagher. Incluso al escocés Sandy Lyle, el último campeón en este escenario (1985), se le atragantó el bocado. Los estadounidenses Jack Nick1aus y Tom Watson y el surafricano Gary Player tampoco pudieron con él.Bendita ilusión. La decepción de todos ellos fue tremenda. En otros casos, sin embargo, no se produjo. Para el francés Benoit Telleria, por ejemplo, el simple hecho de participar en la competición fue un sueño: el de ver satisfecha la ilusión de un adolescente. El fue uno de los 68 aspirantes que, entre casi 2.000, se abrieron paso en las eliminatorias previas. Telleria consiguió lo que no consiguieron, por señalar, José María Cañizares, Miguel Angel Martín y Santiago Luna. Como ni siquiera tenía concertado el alojamiento, unos periodistas compatriotas suyos tuvieron que acogerle en su casa alquilada. Al final, fue el 142º entre 156.
Los amigos de lo ajeno. Como cualquier otro acontecimiento multitudinario, el Open tienta a los amigos de lo ajeno. Pese a ello, Angela Uzielli, que hace un par de semanas ganó un campeonato inglés de veteranas, está de enhorabuena. El ratero de turno sólo se llevó de su coche una radio y los palos de golf de su marido, John. Los de ella, ésos con los que se compenetra tan to como para seguir alcanzando victorias, se los dejó olvidados acaso por el afán de poner pies en polvorosa. Angela hubo de soportar, eso sí, los improperios de John, que se sentía discriminado. Otra de las víctimas de los manitas ha sido Tom Gault, un juez de Nueva Zelanda que no cabía en sí de gozo cuando fue invitado al torneo.
Desahogando la rabia. A propósito de los palos, ¿qué golfista no ha roto alguna vez uno estrellándolo en el árbol de al lado o, al menos, no ha deseado hacerlo con toda su alma después de haberse visto burlado por él en un lanzamiento? Es una reacción natural. Hasta el zimbabuense Nick Price, el segundo favorito del British al comienzo, y el estadounidense Lee Janzen, que se impuso el mes pasado en el Open de su país, no han dudado estos días en desahogar su rabia por sus fallos golpeando sus hierros contra el suelo. En esos momentos es cuando el aficionado medio, el de los fines de semana, se reconcilia consigo al comprobar que los profesionales de su deporte también incurren en pifias.
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