Deseos y realidades
POR PRIMERA vez en muchos años la reunión de jefes de Estado y de Gobierno del Grupo de los Siete (G-7) -Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Canadá y Reino Unido-, celebrada en esta ocasión en Tokio, ha concluido con un comunicado en el que cuando menos se observa la coincidencia sobre la necesidad de afrontar prioritaria y conjuntamente algunos de los más serios problemas que tiene planteados la economía mundial. Pero en el terreno político las declaraciones de los Siete, por más solemnes que sean, siempre corren el riesgo de quedar reducidas a una lista de buenos deseos: están respaldadas por los países más poderosos de la Tierra, pero no existen instrumentos para llevarlas a la práctica. Ése es el riesgo de lo acordado en Tokio sobre algunos de los conflictos internacionales más graves del momento, principalmente el de Bosnia.Lo más destacable del comunicado de los Siete en el terreno económico es el diagnóstico de que no serán las políticas macroeconómicas las que resuelvan los problemas asociados a la actual situación de crisis económica y desempleo. Aunque tardío, el reconocimiento es relevante, y de ello debería tomar buena nota el próximo Gobierno de Felipe González. Las economías industrializadas, según han reconocido los máximos mandatarios mundiales, se enfrentan a serios obstáculos estructurales que socavan su potencial de crecimiento a largo plazo. De ahí que sean imprescindibles reformas, también estructurales, que vayan más allá de la mera liberalización de los mercados si se quiere acometer con alguna garantía de éxito el objetivo de reducir la gigantesca bolsa de 23 millones de parados existente en el conjunto de ese grupo de países ricos.
Es en el capítulo comercial, no obstante, donde el pronunciamiento de los máximos responsables del G-7 ha sido más explícito y esperanzador. A la decisión de luchar contra cualquier forma de proteccionismo y a la renuncia a cualquier tipo de iniciativa que ponga en peligro los intercambios comerciales se añade como principal prioridad la de concluir con éxito la Ronda Uruguay de negociaciones en el seno del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT). La trascendencia de ese compromiso y, desde luego, la virtualidad del G-7 como instancia de coordinación económica internacional habrá de maniféstarse en la voluntad de cada una de sus propias Adrninistraciones y en las del conjunto de los países del GATT si se quiere llegar con un acuerdo satisfactorio al término de la Ronda Uruguay, previsto para el 15 de diciembre. Será entonces cuando podrá saberse si la cumbre de Tokio ha sido ese "paso de gigante" al que se ha referido el presidente Clinton y si tiene la singularidad histórica que le ha atribuido el comisario y principal negociador comunitario Leon Brittan.
La creación de un fondo de 3.000 millones de dólares para facilitar los programas de privatización en Rusia constituye el otro compromiso de cierto significado adoptado en la cumbre. No es, en efecto, una suma capaz de resolver los graves problemas de aquel país ni mucho menos garantiza su definitiva transición a la economía de mercado, pero sí constituye un claro intento por demostrar el apoyo de los grandes a las reformas de Yeltsin. En todo caso, lo más importante de lo acordado por los Siete sobre Rusia es político: la supresión en la declaración de Tokio de un párrafo que figuraba en la declaración de la anterior reunión de Múnich, exigiendo a Rusia que devuelva a Japón las islas Kuriles. Ello refleja una evolución interesante en el clima de las relaciones ruso-niponas. Japón ha decidido dejar de considerar como condición previa para mejorar dichas relaciones que Moscú asuma el principio de la devolución de las Kuriles. Por su parte, Yeltsin -que después de haber ganado el referéndum está menos sometido a la presión opositora- ha dicho que está dispuesto a discutir de todo. 0 sea, también del tema territorial.
Sobre Bosnia, la cuestión política más candente en la escena mundial, hay frases tajantes en la declaración de Tokio que reafirman el apoyo a "la integridad territorial de Bosnia" y rechazan toda solución %mpuesta por los serbios y los croatas a costa de los musulmanes". Pero, en cambio, desaparece el compromiso -que figuraba en Múnich- de recurrir "a todos los medios necesarios, incluida la fuerza", para lograr una solución acorde con el derecho internacional. Tal como están hoy las cosas, la supresión de esa línea confirma que los Siete, como ya han hecho la Comunidad Europea y Estados Unidos, se inclinan ante la solución impuesta por serbios y croatas por la fuerza de las armas. La resignación de la comunidad internacional en este caso puede tener efectos gravísimos a largo plazo.
Un balance, en definitiva, que en el terreno económico supone eliminar los riesgos que se habrían derivado del fracaso de la cumbre, pero que no permite en modo alguno compartir el triunfalismo que algunas delegaciones han intentado transmitir. Y que en el terreno político depende de que no quede reducido, Como es habitual, a meros enunciados.
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