Defiendo las guerras de la ONU
Nunca los cascos azules de la ONU han tratado de mantener la paz en tantas partes del mundo al mismo tiempo, y nunca, ésta es por lo menos la impresión, han fracasado de forma tan rotunda. Bosnia terminará por ser repartida entre serbios y croatas, y las denominadas zonas de seguridad para los musulmanes son todo menos seguras. Los soldados de la ONU son con más frecuencia víctimas inocentes que eficaces pacificadores. En Somalia la situación es incluso más complicada. En el nombre de la ONU se mata a esos civiles que no quieren verse implicados en el conflicto. Por no hablar de Camboya, en donde no es verdad que el contingente de las Naciones Unidas sea el que determine lo que está sucediendo allí: son la excentricidad de Sihanuk y las siniestras tramas de los jemeres rojos las que controlan el escenario.En este momento las fuerzas de la ONU están comprometidas en 13 zonas de riesgo, de Angola a Cachemira, de El Salvador a Chipre. Unprofor, Onumoz, Minurso, son nuevos acrónimos que significan la tentativa de frenar la lucha entre facciones. El coste de estas operaciones ha aumentado de los 400 millones de dólares de hace tres años a los 3.000 millones de dólares de este año. Por lo menos una vez a la semana el Consejo de Seguridad aprueba una nueva moción para sostener, ampliar y definir la acción de la ONU. Y, sin embargo, no estamos más cerca de la paz que antes.
Hay quien deduce de esto que la ONU se ha encaminado por una pendiente que la conducirá a la irrelevancia, por no usar un término más duro. En vez de resolver los problemas, ¿no será la misma ONU el verdadero problema? Yo no lo creo. No hay duda de que en el mantenimiento de la paz se cometen grandes errores. A nivel operativo para empezar, se da el mando a oficiales que ni siquiera hablan la lengua de los hombres a sus órdenes. Para pasar a cuestiones de tacto político cuando las tropas empleadas provienen de países que tienen una relación particular, y frecuentemente negativa, con las poblaciones hacia las que tiene la tarea de mantener la paz. (¿Pero entonces todas las tropas de la ONU tendrían que estar compuestas por escandinavos?). Entre los errores hay que destacar en primer lugar la falta de una definición clara de los objetivos, además de la deliberada confusión de las mociones presentadas por el Consejo de Seguridad.
Pero, una vez hechas las debidas consideraciones, surge un hecho claro: en estos últimos años la comunidad internacional no se ha limitado a mirar con pasividad. Las fuerzas de la ONU no habrán obtenido los resultados esperados por el Consejo de Seguridad -y, lo que es más importante, por los directos interesados-, pero su presencia ha indicado que la comunidad internacional no va a fingir que ignora conflictos que, aunque de carácter regional al principio, Podrían sin ninguna dificultad convertirse en conflagraciones más amplias. La ONU prueba, y a menudo se equivoca, pero por lo menos prueba, y, por tanto, hace -quizá por primera vez en su historia- lo que le dicta su estatuto.
No faltan, sin duda alguna, argumentos que contraponer. ¿Quién paga por los errores cometidos? ¿No es cinismo alabar un modo de proceder por tentativas que se realizan a costa de poblaciones indefensas como los bosnios, los angoleños o los somalíes? Y además, ¿estamos hablando realmente de la ONU? ¿No se trata la mayoría de las veces de EE UU, que se esconde detrás de la ONU? ¿Los intereses reunidos en el Consejo de Seguridad son realmente intereses comunes cuyo objetivo es la paz?
Cuando el presidente Bush anunció el amanecer de un nuevo orden mundial, probablemente no pensaba en nada preciso. Le gustó la expresión y se imaginó que el resto se daría por añadidura. Detrás no había seguramente la preparación seria, respecto a un orden institucional, que caracterizó la mente de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial.
El nuevo orden mundial ha sido desacreditado, por tanto, inmediatamente como maniobra propagandista, como promesa vacía. Y, sin embargo, ahora está claro que un cierto tipo de orden surgirá de las ruinas de la guerra fría. Surgirá de un proyecto o, por defecto, y quizá algo bastante probable, de una mezcla entre ellos. Además, el nuevo orden no será el resultado de arcanas resoluciones tomadas por remotas organizaciones, sino que deberá afrontar problemas reales de supervivencia: guerra y guerra civil, pobreza y enfermedad, tortura y censura, degradación medioambiental.
Será un proceso difícil. Las tendencias naturales de las poblaciones y de los países de las zonas prósperas del mundo les aconsejarán proteger lo que tienen y desinteresarse del resto. Esto es sin duda alguna lo que ha sucedido a nivel medioambiental en la Cumbre de Río, que ha demostrado ser un carísimo no-acontecimiento. Lo mismo ha pasado en relación con la dificil situación de los países menos desarrollados, de los que hoy se habla mucho menos que hace 10 años.
La misma actitud sería posible respecto a la guerra y a las guerras civiles. Por lo que llega a nuestros oídos, especialmente de Washington, parecería que no son pocos los políticos de fama que aconsejan no dejarse implicar en los conflictos de los demás. No hemos sido nosotros los que hemos iniciado estos conflictos, ¿por qué tenemos entonces que resolverlos? ¿No tenemos nosotros ya bastantes problemas? ¿Por qué tenemos que entrometernos en conflictos de remotas zonas del planeta?
Ante este tipo de tendencias, realmente es un signo de esperanza que la ONU esté comprometida en tantos lugares. Lo que se lleva a cabo en nombre de la ONU no es irreprensible. Y, por tanto, hay que examinarlo con atención y, cuando sea necesario, criticarlo e incluso condenarlo. Pero esta crítica no debería dirigirse al principio básico de que la comunidad internacional está interesada en las condiciones que garanticen la supervivencia en todos los lugares del mundo. Tres hurras por la ONU serían más de lo que se merece, pero un hurra no está mal, junto con el apoyo activo por parte de los que creen en un eficaz orden mundial.
es decano del St. Anthony's College de Oxford.Copyright EL PAÍS La Repubblica.
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