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LA NUEVA LEGISLATURA

Desconfianza histórica, un PSOE dividido y miedo al desgaste, claves del 'no'

Los fantasmas de unas malas relaciones históricas con los socialistas, unidos a los recelos, a la desconfianza y al temor a quedar atrapados en un barco -el del PSOE- no suficientemente controlado por Felipe González, dieron ayer definitivamente al traste con la entrada de los nacionalistas catalanes en el Gobierno de España. El presidente de Convergència Democrática, Jordi Pujol, no ha engañado a nadie: la misma noche del 6 de junio dijo que de Gobierno de coalición, nada de nada. Otra cosa es cómo pueda conciliar eso con el compromiso adquirido en la campaña electoral: "Decidir ahora".

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Pujol viajó a Madrid convencido de que las conversaciones para un Gobierno de coalición no podían prolongarse. Máxime, después de que CiU hubiera elevado sus condiciones -aceptación íntegra del programa electoral- hasta extremos difícilmente aceptables. Pero es que, además, la respuesta a González era un no poco disfrazado a la oferta de Gobierno de coalición.Pujol ha venido exponiendo todos los peligros de un Gabinete compartido. De las ventajas no ha querido hablar nunca. Un dirigente de CiU lo explicó recientemente: "Pujol no quiere un Gobierno de coalición y por eso no lo ve". Sobre esa necesidad de quedarse fuera del Ejecutivo ha ido construyendo todo su discurso desde el mismo 6 de junio.

Así, ha alertado sobre la amenaza que suponía asociarse con un PSOE que no se sabe dónde estará dentro de seis meses -"¿Con qué PSOE pactaríamos ahora, con el que defiende González, con el de Alfonso Guerra, con los que quieren pactar con IU?", dijo en la última reunión del comité ejecutivo de su partido.

Además, Pujol ha introducido estas semanas otros factores de miedo. Una decisión de esta naturaleza podría afectar al futuro electoral de CiU en las aún lejanas elecciones autonómicas de 1996 y poner en peligro su mayoría absoluta. Y un interrogante: "Nos piden gobernar en coalición desde ahora, pero ¿hacia dónde?". A cambio de quedarse fuera, se mostraba casi dispuesto a todo siempre que González cumpliera sus acuerdos. Si alguno de los dos ha de tener cogido al otro, prefiere que sea González el atrapado.

¿Por qué Pujol ha dejado pasar una ocasión histórica? En primer lugar, por un problema doméstico. No podía aceptar que la entrada en el Gobierno se interpretara como una operación contra él. Ese detalle, menor para muchos, ha estado siempre presente. Tras la crisis que vivió Convergéncia el pasado invierno, la entrada en el Gobierno aparecía como una victoria de Miquel Roca y, por lo tanto, una derrota de Pujol.

El líder nacionalista reclama para llegar a cualquier acuerdo un periodo de confianza mutua y, a sus ojos, Felipe González parte de cero. La complicada negociación para la cesión del 15% del IRPF es de ayer mismo. Pero el antiquísimo asunto de la querella de Banca Catalana sigue siempre presente en su espíritu. ¿Quién se imagina hoy, sin la confianza recuperada en los socialistas, a Pujol aceptando una coalición con el PSOE y, en la práctica, dando su apoyo a un vicepresidente como Narcís Serra, al que hace responsable -por ser ministro catalán y por conocimiento de las interioridades de la entidad bancaria- de aquella querella de los fiscales?

Cuando Pujol regresó ayer a Barcelona hizo algo poco usual en él: se fue a descansar. Aprovechando la fiesta de Sant Joan, se fue a su refugio pirenaico de Queralbs. Los nacionalistas catalanes no estarían en el Gobierno y él habría ganado. Ahora tendrá que convencer a los electores de que sus temores eran sólidas razones.

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