Presentado en Tokio el partido que aspira a romper 38 años de hegemonía liberal
Tsutomu Hata, el dirigente conservador que con su rebeldía en el Parlamento desencadenó la crisis política japonesa más importante desde la III Guerra Mundial, presentó ayer su propia alternativa y prometió luchar por la reforma de una práctica política que desde hace cuatro décadas alterna el escándalo, la genuflexión y un mentiroso propósito de la enmienda. "El camino no será fácl", advirtió, tras declararse dispuesto a formar Gobierno, el presidente del Partido de Nueva Creación, que cuenta con 36 diputados y ocho senadores y consuma la anunciada escisión en el gubernamental Partido Liberal Democrático (PLD).
La historia explica la envergadura de la actual crisis. Liberales encarnados de matute con la gran empresa y la mafia fueron siempre absueltos por quienes les tomaron el relevo y prometieron reformas que resultaron farsas. A cada escándalo siguió un ilusorio proyecto anticorrupción, y la sucesión de camelos acabó hastiando. La actual reorganización y chaqueteo, con el definitivo conjuro como bandera, puede alumbrar algo nuevo. "Pero será dificil distinguir a quienes sinceramente creen en la reforma que necesita un Japón más moderno", advierte Hisao Saito, que se define como "un ciudadano harto".La moción de censura contra el Gobierno de Kiichi Miyazawa, derribado por cuentista por sus propios compañeros de filas, y la convocatoria de elecciones generales para el próximo 18 de julio, abre un proceso de cambios impensable durante la guerra fría, años en que Japón delegó en Estados Unidos su política exterior y dedicó tiempo y esfuerzos al desarrollo. Las invocaciones del PLD a cerrar filas contra la "amenaza soviética" y el espectacular éxito del programa económico, permitieron su ininterrumpida permanencia en el Gobierno desde 1955. Una ley electoral a la medida y el activo agradecimiento de los arroceros, la burocracia y los empresarios, en votos y fondos, apuntilló a una oposición que asustaba con sus piropos a la dictadura norcoreana y pareció aceptar su enquistamiento en el patio trasero del hemiciclo.
Cayó la Unión Soviética y con ella se resquebrajaron en Japón estructuras adecuadas a otros tiempos. Las reglas del juego son ahora otras y no parece que las actuales preocupaciones nacionales e internacionales puedan ser abordadas adecuadamente por políticos, más veteranos en mañas que en ideas, acostumbrados a menospreciar la discrepancia y las protestas porque el electorado nunca castigó su desdén.
El centralismo económico, la corrupción institucionalizada y los escándalos que la opinión pública encajaba antes como inevitables han mellado las defensas liberales, algunos de cuyos cuadros alertaron a la dirección sobre el peligroso sesgo de la rebelión en la calle y el creciente hazmerreir de la democracia nipona entre algunos miembros del club de los parlamentarismos occidentales.
Los políticos del partido gubernamental que, aliados con la oposición, causaron la disolución de la Cámara Baja no son grandes revolucionarios, ni cruzados por la justicia. Sus jefes, Ichiro Ozawa, de 51 años, y Tsutomu Hata, de 57, son dos maniobreros hábiles y pragmáticos que formaron la quinta facción del PDL y se alzaron en armas únicamente cuando perdieron poder. "En realidad son unos oportunistas", señaló un comentarista local. Oportunistas o no, Hata y Ozawa, propugnan la reforma, una mayor integración de Japón en la comunidad internacional y, por supuesto, medidas contra la corrupción. Ozawa sabe de qué habla. Sus principales mentores fueron tres grandes maestros en el arte del mangoneo: los ex primeros ministros Kakuei Tanaka y Noburo Takeshita, y Shin Kanemaru, muñidor de los dos últimos.
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