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Jugar a Bosnia

Inaugurado un campo de guerra seis años después de que se prohibiera otro similar

Bolas en lugar de balas. Afanes lúdicos y bélicos. La finca El Tejar, en la localidad de Pelayos de la Presa, se estrena como escenario para adultos que quieran jugar a la guerra con un riesgo mínimo y un precio más asequible. "Esto no es violento ni peligroso", aseguran los responsables. Un árbitro supervisa los ataques de los dos ejércitos que juegan a Bosnia. En 1987, la Delegación del Gobierno prohibió un campo similar en Torrelodones.

La finca se ha transformado en medio año en un inmenso campo de batalla, donde los adultos pueden pegar tiros y combatir entre sí armados con fusiles que lanzan bolas en vez de balas.. En este juego de supervivencia denominado paintball, los protagonistas pelean durante todo el día con un mínimo riesgo, en escenarios reales de guerra, donde se han levantado castillos, trincheras y hasta presas."Queremos demostrar que esto no es violento ni peligroso y que puede ser un lugar ideal para descargarse de los problemas", aseguran los responsables de este campo, el segundo de España. Lamentan que su juego tenga fama de ser peligroso y de haber servido de entrenamiento para grupos terroristas. La Delegación del Gobierno prohibió en 1987 la instalación en Torrelodones de un campo similar por estar próximo a una zona de tránsito, infringir el Código Penal y utilizar armas con ropa paramilitar.

Inspección

Una unidad de la Guardia Civil de San Martín de Valdeiglesias inspeccionó ayer minuciosamente las 12 áreas del campo que se estrenaban en Pelayos de la Prensa. Los agentes revisaron sobre todo los fusiles, considerados como armas reglamentarias.Los socios de la empresa promotora están satisfechos, aunque la apertura del campo ha sido muy complicada. Pesaban las prohibiciones anteriores y las presiones desde distintos organismos, dicen. "Hemos tenido que pedir licencia de campo de tiro y autorización especial a la Guardia Civil y al Ministerio del Interior, que han revisado el proyecto en tres ocasiones", manifiesta Benjamín Díez, uno de los propietarios.

En el paintball todo es real como en una batalla, a excepción de las balas. Cada jugador recibe para la acción la indumentaria que lleva cualquier soldado: un mono de camuflaje, el cinturón de ajuste, la gorra y la pistola, un arma strangler cargada de aire comprimido. También se le entrega una máscara, que debe llevar obligatoriamente en el campo para protegerse los ojos del impacto de las bolas. El fusil que recibe lanza balas biodegradables. Está totalmente prohibido disparar contra una persona a menos de tres metros.

Desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, los dos ejércitos van pasando por cada zona, donde deben de eliminar al contrario a una distancia mínima de 50 metros. Durante el juego, que no debe superar los 20 minutos, quien recibe un disparo debe retirarse si estalla sobre él la pintura de la bola. No se permite el ensañamiento.

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"Te sientes como poderoso y es como hacer lo que hacen en las películas", explicaba ayer un participante, Pablo Sánchez. Para Jorge Auz, de 19 años, era como volver a ser niño. Los organizadores esperan que cada fin de semana pasen más de 300 personas por la finca. El precio por día es de 5.750 pesetas, con comida y 50 balas. Para disparar más hay que volver a pagar: 1.000 pesetas por otras 50 balas. Pueden pegarse hasta 600 tiros por día.

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