El peligro de volver a una dictadura
En todos los países de la antigua Europa comunista advertimos un gran debilitamiento de la democracia parlamentaria y un constante crecimiento de la nostalgia por un poder fuerte, capaz de implantar el orden en la escena política y en la economía.Polonia, como ya parece ser una tradición desde la caída del comunismo, también en este caso es el ejemplo que mejor ilustra los procesos que operan en la Europa del Este.
El presidente Lech Walesa no tiene una visión clara sobre cómo debe ser Polonia, pero sabe muy bien cuál es el lugar que quiere asegurarse en su país, y de ahí que haya propuesto la creación de un Bloque de Fuerzas Prorreformadoras (BBNVR), independiente de todos los partidos políticos. Creo conocer bien a Walesa, y estoy convencido de que no es el tipo del dictador sanguinario. Le gusta ser aplaudido, gozar de la simpatía de sus compatriotas y tener una buena imagen en el mundo, cosas que jamás podría conseguir con métodos antidemocráticos. Pero también estoy convencido de que, si su BBWR gana las elecciones generales convocadas en Polonia para el 19 de septiembre, tendrá abierto el camino hacia la dictadura.
¿Cómo es posible que nos encontremos ante semejante situación apenas cuatro años después de haber acabado con la dictadura comunista? Todo se debe a la frustración que sentimos. En la caída del comunismo vimos el comienzo de la era de la libertad y la independencia, de la justicia y el bienestar, del castigo de los responsables de los crímenes del pasado y la compensación de las injusticias, de la recuperación de la identidad nacional y de la libertad religiosa. Esperábamos la apertura de las fronteras para nosotros y su cierre para los extranjeros indeseados, la elección democrática de los órganos de poder y su integración por personas competentes. Soñábamos asimismo con créditos baratos, subsidios del Estado para las empresas públicas arruinadas. Trabajo para todos y tiendas llenas, bien abastecidas, sin que ello perjudicase a los producto es nacionales. Es evidente que soñábamos con muchas cosas incompatibles o imposibles de aIcanzar de la noche a la mañana. La frustración era inevitable.
La mayoría de los polacos no ha comprendido aún que la libertad acarrea al mismo tiempo: muchos riesgos, también personales, que hay que afrontar. Los 50 años de totalitarismo crearon en nosotros comportamientos totalmente opuestos. Deseamos ser libres, pero exigimos un mañana seguro. Sin embargo, triunfar sin arriesgarse es tan imposible como tener una buena cosecha sin que llueva alguna vez. Eso nadie nos lo enseñó, y desde ese punto de vista nuestra inferioridad frente a los pueblos que siempre convivieron con el riesgo, con la inseguridad del mañana, es innegable.
La desesperada búsqueda de la seguridad ha presentado en la Europa del Este ideas que parecían enterradas de una vez para siempre. Para unos, la seguridad del mañana equivale a la creación de Estados étnicamente homogéneos, y vemos en el ejemplo de la antigua Yugoslavia (aunque no sólo en ese país) las crueldades que esa idea puede engendrar. Para otros, la salvación más segura es el Estado confesional, como ocurre con algunas agrupaciones católicas polacas muy afines en su forma de pensar a otros integrismos religiosos.
Las experiencias económicas que vivimos tampoco nos han hecho felices. Esperábamos que la economía de mercado y la privatización darían el bienestar. Pero hoy vemos que han generado nuevas tensiones sociales provocadas por las desigualdades entre los ciudadanos a las que el comunismo, que repartía la pobreza con cierta justicia, no nos acostumbró.
El justo postulado de un arreglo de cuentas con el pasado, en vez de dar a la población la certidumbre de que presencia cómo la historia hace justicia, ha generado el miedo a una posible caza de brujas como la que conocieron nuestros padres en los tiempos de Stalin.
Todo eso hace que busquemos al culpable de todas nuestras desilusiones y aumente nuestra agresividad, reflejada en el vocabulario militar que utilizan muchos políticos empeñados en ganar la "batalla de Polonia".
Pero ocurre que, para cada uno de nosotros, el culpable es distinto. Para el nacionalista lo es el representante de otra etnia; para el demócrata, cualquiera que tenga inclinaciones totalitarias; para el anticomunista, todos los que tuvieron que ver con el régimen anterior; para el habitante del campo, los vecinos de las ciudades; para los liberales, los populistas; para los sindicalistas, el patrón y los economistas, y para el pobre, el rico.
En esta situación de desorientación casi total de los partidarios de las reformas, Walesa ha propuesto su BBWR. En Polonia ya existe una coalición, la del Gobierno de llanna Suchocka, que no con consignas electoralistas, sino con hechos, ha demostrado su firmeza en la continuación de las reformas. Por eso hay que preguntarle a Walesa contra quién está dirigida su iniciativa: ¿contra los enemigos del cambio o contra quienes lo realizan?
La iniciativa de Walesa ha enturbiado aún más la ya poco transparente escena política polaca. Si en la campaña electoral se imponen la difamación, las descalificaciones y la calumnia, el absentismo podrá rebasar con creces el 60% y el nuevo Parlamento carecerá en la práctica de representatividad, haciendo de la calle el escenario apropiado para todos aquellos que no acepten el resultado de las urnas. Ese desarrollo de la situación conducirá al caos y, lógicamente, al desplome de las instituciones democráticas y a la aparición de un régimen autoritario encabezado por un salvador.
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