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Pidamos lo imposible

De los numerosos e imaginativos eslóganes nacidos al calor de un movimiento tan rico en ellos como fue el Mayo del 68, destaca uno que resume a la perfección el espíritu que animó aquella coyuntura de la historia, el de "seamos realistas, pidamos lo imposible".Tras esta aparente boutade se esconde una gran verdad. A veces, la consecución de determinadas metas pasa no por la petición de lo razonablemente posible, sino por, dando un salto, incurriendo en lo que para algunos sería una "fuga hacia adelante", pedir lo imposible, no en el sentido literal de la palabra, sino en el utópico, en el de algo que a fuer de ideal pudiera parecer inalcanzable.

En unos momentos como los actuales, de retroceso y desconcierto de la izquierda, en los que tras la caída del mal llamado socialismo real parece indiscutible el triunfo mundial del capitalismo sin alternativa alguna, en los que, como adelantándose a su tiempo señaló María Zambrano, "el acumulado rencor se desata. Es su hora. Es la hora de la satisfacción de todas las impotencias. Es también la hora de los recién llegados, de los que adoran el éxito como único árbitro de las cosas divinas y humanas"; en unos momentos tan duros y difíciles como éstos, puede parecer ilusorio retomar ideas y frases de aquel movimiento, del que acaban de cumplirse ya 25 años, especialmente teniendo en cuenta todo lo que ha ocurrido en este cuarto de siglo.

Pero precisamente en unos momentos como éstos es cuando más necesaria es una reflexión, la de si no habrá sido el exceso de realismo, de pragmatismo a ultranza, el deseo de integrarse en el sistema y ponerse a su servicio lo que ha conducido a la izquierda europea a su actual marasmo.

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Ese realismo mal entendido y el aferrarse a dogmas científicos como el de que el proletariado era el único sujeto posible de un cambio revolucionario fue lo que impulsó a fuerzas teóricamente progresistas a ignorar, cuando no a combatir, el amplio movimiento juvenil de protesta que sacudió al mundo occidental durante el año 1968, contribuyendo a su fracaso.

Así, y aunque el programa del Partido Socialista francés tomó prestado su título de un eslogan del Mayo del 68, "Changer la vie" ("Cambiar la vida"), el aplicado en la práctica podría haberse titulado "Dejarlo todo como está".

No mucho más perspicaz se mostró el Partido Comunista Francés, que prohibió los encuentros entre estudiantes y obreros en las fábricas y adoptó una actitud de aliado objetivo del gaullismo, permitiendo así a Sartre afirmar que "los comunistas tienen miedo a la revolución".

Es evidente que el Mayo del 68 fracasó, y como señala, uno de sus estudiosos más destacado, Cornelius Castoriadis, para constatar ese fracaso basta con fijarse en cómo, poco tiempo después, el movimiento se: descompuso en numerosas derivaciones, "en más de un aspecto irrisorias, hacia las microburocracias trotskistas y maoístas, hacia la licuefacción Mao-spontex o hacia el nihilismo ideológico seudosubversivo".

Pero el fracaso de las revoluciones parece, en principio, inevitable. Es el de Cromwell autonombrándose Lord Protector tras haber acabado con la monarquía absolutista inglesa; es el de la revolución estadounidense retrocediendo hasta los postulados más conservadores y rechazando la línea radical de Tocqueville. Es el de la renuncia a continuar la enorme tarea emprendida por la Revolución Francesa para dejar paso primero al Terror y luego a Napoleón. Es la Rusia bolchevique, en la que Stalin se hace finalmente con todos los resortes del poder...

Pero, como apunta también Castoriadis, "ese fracaso rara vez es total. La mayoría de las veces estos movimientos dan lugar a la institución formal de ciertos derechos, libertades y garantías sobre los que vivimos permanentemente. En otras ocasiones, sin llegar a instituir nada en el sentido formal, dejan huellas profundas en la mentalidad y en la vida real de las sociedades; tal fue el caso de la Comuna de París de 1871, tal es ciertamente el caso de los movimientos de los años sesenta".

Así, mientras que la disolución de los movimientos que tuvieron su origen en el Mayo del 68 anuncia el comienzo de una nueva fase de regresión en la vida política de las sociedades occidentales, fase en la que nos encontramos actualmente, sin ellos sería imposible comprender lo que desde entonces ha venido sucediendo en el mundo desarrollado ni poner las bases de una alternativa realmente innovadora. Del Mayo del 68 surgieron, efectivamente, toda una serie de fenómenos nuevos y de largo alcance, como el pacifismo, con el Make love, not war que lucían en sus cascos los reclutas americanos enviados a Vietnam; el antiautoritarismo (%Qué es un maestro? ¿Un dios? Uno y otro son una imagen del padre y cumplen una misión opresiva por definición"); una nueva forma de enfocar las relaciones entre los sexos ("L'amour est une acte politique") y entre generaciones ("No estamos en contra de los viejos, sino de lo que les hace envejecer"); el ecologismo ("Debajo de los adoquines está la playa"); o el derecho a la plenitud y la dicha ("Decreto el estado de felicidad permanente") resumiéndolo todo en un tajante "Ce que nous voulons? Tout!" ("¿Qué queremos? ¡Todo!").

Haciendo gala de su proverbial realismo, a ese todo las fuerzas oficialmente de izquierdas opusieron un enfoque mucho más gradual y posibilista, nacido no siempre de la auténtica convicción, sino del deseo de ser aceptadas y conquistar una mayor respetabilidad.

Como suele ocurrir, el exceso de cálculo y de pragmatismo no dio los frutos que se esperaba. Cuando las decisiones puramente tácticas no están subordinadas a unas ideas claras y firmes, defendidas con constancia, la táctica termina sustituyendo a las ideas a las que debería servir. Así, cuando tras una larga serie de renuncias los partidos de izquierda se transforman en simples gestores del capitalismo, conformándose con intentar paliar sus aspectos más hirientes e injustos, terminan descubriendo que por muy buenos gestores que sean (y no siempre lo son), lo único que consiguen es poner su bagaje teórico y práctico, su capacidad de trabajo y de ilusionar a los votantes, no al servicio de los intereses de éstos, sino al de aquellos a los que deberían combatir. Frecuentemente, tras un periodo de hibernación, éstos terminan retomando las riendas y prescindiendo de esos fieles sirvientes sin ni tan siquiera agradecerles los servicios prestados.

No es casual que, tras permanecer en el Gobierno durante algún tiempo, los partidos de izquierda experimenten, por lo general, un desgaste superior al de los demás y necesiten más tiempo y esfuerzos para recuperar la credibilidad perdida. Su aceptación de la forma tradicional de hacer política, supeditándolo todo a una buena gestión de la economía, entendida casi exclusivamente desde el punto de vista monetarista, constituye su auténtico talón de Aquiles y contribuye a explicar débácles como la sufrida recientemente por el Partido Socialista francés.

Vientos similares recorren ahora casi toda Europa, donde la izquierda retrocede claramente, lo que debería inducir a los sectores interesados en el cambio a reflexionar y buscar soluciones que superen los errores del pasado y recuperen lo que en su momento tuvo de nuevo y prometedor el Mayo del 68.

En política, como en otros órdenes de la vida, los planteamientos posibilistas, cuando no oportunistas, terminan abocando al fracaso, al renunciar de entrada a unas metas más ambiciosas y perderse el sentido último del proyecto trazado. A eso es, probablemente, a lo que se refería el autor o autores del eslogan citado. Dada la inoperancia de las vías más realistas seguidas hasta ahora, ¿no sería ya hora de empezar a ponerlo en práctica y, dando muestras de realismo, pedir lo imposible?

Y cuando se habla de imposible no hay que interpretar que se refiere a una quimérica toma de un inexistente Palacio de Invierno, sino a metas aparentemente menos ambiciosas y casi pedestres, como, por ejemplo, que se cumpla la Constitución de 1978 en relación con cuestiones tales como el derecho al trabajo, la salud o la vivienda.

¿Que es imposible? Pues razón de más para empezar a pedirlo, o más bien a exigirlo ya.

Andrés Linares es director de cine.

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