"Mi corazón es legionario"
Alguna aburrida tarde de octubre, los 120 policías que acatan las órdenes de Fernando Aranda, de 58 años, manos tiernas, bigote cano inconsistente y partido, dejarán de concederle los buenos días, jefe; buenas tardes, jefe, y hasta luego, jefe. Alguien le palmeará el lomo antes de que el jubilado cuelgue el 9 largo Parabellum y el 38 especial, más cortito y cómodo, como de paseo, en alguna oscura oficina ministerial para marcharse a casa con su traje azul marengo y la vaga impresión de que 37 años como policía dan mucho para contar a los nietos. El experto en huellas podría comenzar narrándoles la tragedia que puede ocultar el capó de un coche.
Aranda se crió llamándoles jefe a los jefes de su padre, que fue policía jefe de Arganzuela hasta 1975. Conoció la época en que algunos compañeros se casaban con el traje honorífico del cuerpo de policía, chatarras en el pecho y muy marciales. Ahora, aunque tutee a su jefe superior, siempre le tratará de jefe, y si él mismo, Fernando Aranda García, telefonea desde casa y el agente de turno no reconoce su voz, no dirá que llama Fernando Aranda García, sino soy el jefe.De ello ha ejercido durante 37 años, desde que ingresó como inspector en lo que se podría denominar policía secreta -"mejor: Cuerpo Superior de Policía"- cuando aún coqueteaba con la muerte en un tercio de Melilla. No guarda de entonces ni un tatuaje o una. calada de grifa con que endulzar la memoria. Sólo recuerdos.
Cuando se marchó de los maristas para alistarse sin comunicárselo al padre se propuso conservar su personalidad, guardar discreción y ninguna mácula de sus andanzas por el Moro. "Tengo el alma de legionario, no lo puedo remediar, me emociono si oigo El novio de la muerte". Y si ve, aunque sea por la tele, los sábados legionarios, en que los tercios homenajean a los muertos en el monumento al Héroe Incógnito con padrenuestros, himnos, brazos al viento y fusiles al hombro, también se emociona.
Con el paso de los años, y a través de sus influencias con los colegas de Documentación, intentó localizar a los legionarios con quienes compartió sus mejores ratos. No existían, en el ordenador no constaban, lo que significa que durante dos años el policía los acomodó en la memoria con un nombre que no era el suyo.
De su despacho, coquieto, alfombrado y emparedado de madera noble, recogerá los escudos de los tercios legionarios, cruces honoríficas y la foto enmarcada de un periódico de provincias.
Detalles todos, del carácter de un ex militar destinado a pasar sus últimos días laborables ante La Celsa, uno de los mayores supermercados de droga. De todos esos años no conserva la amistad de ningún delincuente, por muy conocido y habitual que fuera en Entrevías.Cien mil pesetas menos
Sin embargo, en el cuerpo le conoce casi todo el mundo. Los colegas le envían mensajes estos días, en los que aseguran sentir verdadera envidia ante el descanso que le espera al antiguo legionario.
¿A qué se dedicará el comisario de Entrevías dentro de cuatro meses? "A mi mujer". Un hombre capaz de contestar con una expresión tan inconcusa y recurrente es que pretende hacer muchas cosas y contar ninguna. Pero insiste en que no, que no piensa dejarse abatir por la depresión de quien gana 100.000 pesetas menos -"a otros les afecta mucho eso"-, o vencer por la sensación de vacío que asoló el pecho de su padre al verse jubilado con 65 años; que se irá de cámping con su caravana a Alicante, porque él es muy buen "campista" desde hace 20 años, y que charlará con otros amigos a punto de jubilarse. Le quedará todo lo que aprendió de su paso por lo que se conoce ahora como Policía Científica.
Aranda sabe cómo agarrar un vaso, un revólver o un libro sin borrar una sola huella de su anterior usuario. Sabe que cuando llegan los policías de las películas al lugar del crimen y sostienen la pistola homicida con un pañuelo, están, en realidad, eliminando las pruebas más importantes. Cualquier trapo borra unas huellas.
Toda su experiencia sirve para mirar con lupa hasta el capó de un coche, y fotografiar las huellas de una mujer -"tienen las crestas capilares más finas"-. El juez será quien decida, como al final hizo en ese caso de hace años, si el militar propietario del vehículo fue el mismo hombre que metió a la chica en el capó, la violó, la descuartizó y la arrojó a la carretera. Pero gracias a las huellas se le detuvo. Aranda nunca lo olvida.
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