Fracturas mediterráneas
Se ha señalado a menudo que el Mediterráneo no es "una constante" ni "una realidad en sí", que el conjunto mediterráneo está compuesto por varios "subconjuntos", por elementos diversos. En el Mediterráneo, hasta un discurso mitológico se ha apoderado a menudo de la problemática. Este espacio rico en historia se ha dejado subyugar por una especie de historicismo. Todo planteamiento crítico de la temática mediterránea debe empezar por desembarazarse de esa pesadez historicista o mítica, ese fardo entorpecedor. El Mediterráneo no ha vivido el laicismo. Un verdadero planteamiento crítico debe ser laico. Un verdadero laicismo no tiene por qué excluir la fe.Al tomar en consideración las fracturas mediterráneas es necesario volver a pensar las nociones de periferia y de centros, la relación de proximidad y de distancias, el significado de los cortes y de las interpolaciones, las simetrías frente a las asimetrías, los filtros de lectura procedentes del sur o del norte del Mediterráneo. Hay que superar los conceptos euclidianos de la geometría. Hay que confrontar las ideas de homogeneidad, de cohesión, de solidaridad, con las de dispersión, divergencia, exclusividad.
Desde esta perspectiva, ya no basta con comprobar, con más o menos exasperación o resignación, los fenómenos evidentes en una parte muy grande del Mediterráneo: degradación del medio ambiente, contaminación insalubre e inadmisible, iniciativa salvaje y codiciosa de los empresarios, movimientos demográficos y migratorios mal controlados, falta -casi generalizada- de disciplina y de orden, corrupción inextricable, desbarajuste de toda clase, localismo, regionalismo, nepotismo a todos los niveles y muchos otros ismos, por no hablar de la Mafia y de la Camorra en sentido propio y en sentido figurado.
Se ha dicho todo sobre la unidad y la división del Mediterráneo, sobre ese "mar original" convertido en un estrecho marítimo, sobre la civilización primera que engendró el Renacimiento pero marcó, tal vez fatalmente,. su encuentro con la modernidad. También aquí surge el tema de las fracturas, una manera de volver a plantear esta cuestión, en términos renovados.
En este ámbito, la retrospectiva ha prevalecido demasiadas veces sobre la perspectiva. El pensamiento ha seguido preso de las constantes, incluso cuando se libraba de los lugares comunes. La representación del Mediterráneo ha permanecido demasiado a menudo paralizada, sobre todo la que el Mediterráneo tenía de sí mismo. Ha resultado imposible basar la modernidad en el mito. La vecindad idealizada carecía muchas veces de complementariedad, el paisaje se vio privado de coherencia, la convivencia ha perdido muchas veces todo contenido. Cuestión de dependencia, de marginalidad, de abandono (es inútil insistir en la evidencia de ciertas observaciones).
"¿Existe el Mediterráneo al margen de nuestras representaciones?", se preguntan tanto en el norte como en el sur, tanto en el este (Oriente) como en el oeste (Occidente) de nuestro estanque común. Y no obstante está ahí, y hay un "ser en el mundo mediterráneo", a pesar de las fracturas, de las escisiones, de los conflictos que vive o padece esta parte del mundo.
Muchas veces, los mediterráneos han creído -o estaban convencidos de- que su destino se decide en otra parte, en el Norte, lejos en cualquier caso de sus costas: muchas veces fueron espejismos y fantasmas, pero ¿también hechos y realidades fáciles de demostrar?
Algunos hablan de orillas del Mediterráneo, otros de fachadas de los países que miran a nuestro mar. Ahí hay no sólo dos concepciones o dos planteamientos, sino también dos sensibilidades y dos vocabularios diferentes. La fractura que de ello se deriva es a menudo más profunda que las otras, más de una vez produce las otras fracturas: retóricas, imaginarias, estilísticas; alternativas que se nutren del mito o de la realidad; de la miseria, de la opulencia. Gran anfiteatro donde demasiadas veces se ha interpretado el mismo repertorio, donde los gestos de los actores son conocidos o incluso previsibles.
Sería injusto o pretencioso subestimar no sólo ciertas obras grandiosas que se han hecho en o sobre el Mediterráneo (no sólo la obra maestra de Fernand Braudel). Muchas veces se ha emprendido la reflexión sobre los problemas cruciales del Mediterráneo, más de una vez lo han hecho los que mejor conocen nuestro mar y sus olas: Carta de Atenas de 1931 y la de Marsella de 1989; Convención de Barcelona (1975), seguida del PAM (Plan de Acción para el Mediterráneo) y la Declaración de Génova (1985); investigaciones sobre las relaciones de nuestro mar y el mar Negro (CEMN-Comunidad Económica del Mar Negro, 1991), y por último, el Plan Azul, el más ambicioso de todos, formulado en los años ochenta en Francia, en Sofía-Antípolis, cuyas "propuestas concretas de acción y de cooperación" apuntaban al siglo XXI (año 2025). Hay que añadir asimismo las tendencias universitarias que se expresaron en Italia, en Bar¡, en tomo a la CUM (Comunidad de las Universidades Mediterráneas, constituida en 1983), así como un proyecto, tan apasionante como utópico, con el nombre de Averroes, en consonancia con los proyectos Erasmus o Copérnico. Cuánta buena voluntad se ha sentido a través de estas reflexiones y estas tentativas de acción: hemos oído tantas veces las palabras solidaridad, proximidad, vecindad y hermanamiento, coordinación, asociación, colaboración y, sobre todo, intercambio. ¿Iban a ser las viejas fracturas más fuertes incluso que esta buena voluntad?
Pienso en este momento en una de las escisiones más dolorosas: la de los Balcanes y la antigua Yugoslavia, línea divisoria del cisma cristiano entre los ortodoxos bizantinos y los católicos romanos, lugar de un enclave islámico eslavo, encrucijada de civilizaciones diversas y de etnias enfrentadas entre sí. Que dan muchas cosas por decir de esta frontera a la vez histórica, nacional y religiosa, cultural y espiritual ' "que el discurso periodístico, apremiado por circunstancias escalofriantes y un des conocimiento difícil de perdonar, ha descuidado a menudo.
Cada una de las costas conoce sus propias alternativas, incluso sus paradojas, más o menos reflejadas en el conjunto mediterráneo. En el mundo árabe e islámico se plantea constantemente la siguiente cuestión: ¿modernizar el islam o islamizar la modernidad? Parece difícil, cuando no imposible, hacer ambas cosas a la vez. En cuanto a Europa, que intenta reunirse en el marco de la Comunidad Europea, la política mediterránea no ocupa en ella más que un lugar mínimo, casi insignificante, incluso en los países que tienen "una fachada que da a nuestro mar". ¿Puede rehacerse Europa sin una referencia a lo que se solía llamar "la cuna de la civilización europea"? A las viejas fracturas se añaden otras nuevas.
Predrag Matveievic es escritor ex yugoslavo y croata. Autor de Breviario mediterráneo.
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