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Tribuna
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Por un millón de dólares

Dejándome conducir el otro día hacia la Ciudad Universitaria, escucho por la radio del taxista: es una emisión de una de las principales Radios del ámbito nacional (que sea del Estado o que sea del Capital, tanto nos da, una vez que, en el Desarrollo, ambos han llegado a tal matrimonio que son el mismo), en el cual se les va planteando a los oyentes, con gran vivacidad y entre mucha risa y buen humor, la cuestión siguiente: "¿Estaría usted dispuesto/-a a dejar que su consorte (cónyuge, pareja) pasara una noche con uno/-a que les diera por ello cien millones (100.000.000) de pesetas?".El tiempo que el trayecto dura (largo ¡vive Dios!, gracias a las eternas obras, "Estamos trabajando por su Futuro", que alrededor de la Facultad de Medicina tienen ocupado el territorio, que ya hacía intransitable la proliferación de autos "Que si mi tío me regala uno": "Que si trabajo dos veranos de camarero y me compro uno", y las obras, bajo pretesto de remediar el caos, acaban de perfeccionarlo) recojo unas cuantas, muchas respuestas de oyentes que casi unánimemente, y lo mismo, ay, ellas que ellos, responden que SÍ, y jaleados debidamente por los locutores, añaden algunos comentarios, jocosos mayormente, sobre lo poco que a él/ella le importa que ella/él se pase un rato de amor o sexo (y buen provecho que le haga) con quien lo pague así de alto, que no va a andar uno/ -a con remilgos anticuados ante una cantidad tan respetable que les puede (a la pareja) cambiar o resolver la vida.

O séase: pareja siempre ¡vive Dios! (si no, el problema no podría ni plantearse), pero pareja Abierta y libre de prejuicios sexuales. Era una gala, una exhibición, del tratamiento liberal del Sexo, de la muerte del sentimiento del Honor, la castidad, la fidelidad (mal entendida) y todas las otras antiguallas que el Desarrollo ha arrollado y barrido de las conciencias.

Los había más o menos entusiastas o reticentes ante la propuesta, pero en todo el rato que estuve oyendo (ya me perdonarán si hubo antes o después algún oyente dando el NO, o si alguno de los locutores o locutrices insertó alguna ocurrencia en contra del tono general de la cuchipanda) no recogí ni una sola voz que, desentendiéndose de la cuestión de la mercancía, coño o verga del cónyuge o la cónyuge, tan liberalmente menospreciada, se fijara en la otra parte, en la del pago, en los 100.000.000, en el dinero: tan claro es y tan natural que eso sí se sabe lo que es y lo que vale, los 100.000.000.

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Y me entero de que esa emisión lo que hacía era reproducir un experimento análogo en los Estados Unidos, allí naturalmente a nombre de un millón (1.000.000) de dólares; pero no me molesto en enterarme más de lo que allí pasara, porque seguro que sería lo mismo más o menos: bajo el Imperio del Desarrollo todos somos unos y los mismos, y se acabaron las anticuadas pretensiones de diferencias regionales. Tampoco allí, seguro, ni una voz que se desviara a clamar contra la Fe del Imperio, contra la idea del 1.000.000 o los 100.000.000; como si se hubiera olvidado ya del todo que lo único que define a la prostitución no es el unto de las vergas o los coños, sino su trueque, el trueque del amor o sexo o como se llame, por dinero: la sumisión del pobre cuerpo al dinero, el cambiazo de la pobre carne por dinero.

Ahí ven ustedes lo que en el Imperio del Desarrollo es de verdad carne, es de verdad Naturaleza: el 1.000.000 de dólares, los 100.000.000 de pesetas. Ya desde antiguo la mala intención vulgar y personal practicaba la equivocación, llamando PUTA a la que se suponía que le gustaba follar y sin distinguir mucho de contrincantes, para ocultar que PUTA no quería decir otra cosa que la que se vendía, por dinero. Pero con el Desarrollo, claro, el dominio de la equivocación se ha hecho más imperioso y respetable, a la par que las cifras de los precios subían, correspondientemente, algo más alto, al 1.000.000 de dólares, a los 100.000.000 de pesetas.

Ya ven cómo es la cosa: la cuestión del llamado Sexo (o sea la idea de la jodienda fuera de pareja y verdadero Amor) no es más que el cebo, la camada, como dicen los pescadores, para distraer del asunto real y palpitante, del dinero: para conseguir que, entre las deliciosas y cosquilleantes discusiones sexuales y exhibiciones de puritanismo o de liberalismo desatado (da lo mismo), se escurra y pase como consabida la cuestión de la realidad, astracta, ideal, mortífera, que nos domina, nos somete y nos hace vendemos en carne y vida por un Ideal, por un Futuro, por una Fe, la de la Iglesia actual, que es el Crédito Bancario.

Lo que se quiere, lo que el Imperio quiere, es que nadie se pregunte qué es dinero, qué es 1.000.000 de dólares, 100.000.000 de pesetas. Lo que se quiere, distrayéndonos con las pobres vergas sumisas, con los pobres coños resignados, es que no se sepa ya (dándolo por sabido) qué es dinero: que no se sepa que es propiamente mierda, como la preclara honestidad de Freud descubrió en su día y los cuentos populares venían desde siglos inmemoriales denunciando, y como el Desarrollo mismo peligra de dejar casi al descubierto, al declararse cada vez más descaradamente productor de no otra cosa que basura, una basura que va enterrando, en puro Crédito y Fe, a las gentes y las vidas y las razones.

Urge pues hacer que vuelvan, por cualquier medio, a aprender lo que es dinero, lo que es mierda. Todos aquellos y aquellas que tan alegremente se proclamaban dispuestos a vender sus amores o los de su pareja por 1.000.000 de dólares, 100.000.000 de pesetas, lo que se merecían es que les dieran, a ellos y a sus cónyuges respectivos, por donde les cupiera, pero con un rollo de billetes de Banca, con talonarios de cheques nominativos, con disquetes de estados de cuentas personalizadas.

Ya sé que esos radioyentes sumisos y divertidos que tomo como ejemplo no son más que la Mayoría (como el Sistema Democrático necesita), que no son todos. Ya sé que debéis de haber por ahí algunos, muchos, o bastantes, que sentíais sordamente la estafa y el cambiazo que con esos divertimientos sexuales os estaban dando, que estaríais dispuestos, ante tales encuestas, no a decir NO (que eso no es más que cambiar Dios por Dios, el Honor, que cumplió su función funesta en otros tiempos, por este otro ideal, 100.000.000, que está cumpliendo la misma ahora), sino a negaros a responder, a decir NO a la encuesta misma. Supongo que algunos hay, tal vez hasta muchos, que sencillamente no tragáis ni sois del todo como os mandan: para vosotros escribo. Vosotros sois la sal de la tierra; pero no está mal que, aprovechando ejemplos como éste, palpéis cómo anda de sosa la masa que penséis en despertar con vuestras sales.

Agustín García Calvo es catedrático de Latín de la Universidad Complutense de Madrid.

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