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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lo que había en las urnas

LOS NACIDOS el año en que iba a morir Franco cumplén en éste los 18: su mayoría de edad. En vida de esos adolescentes se habrán celebrado, con la de ayer, seis elecciones legislativas, cuatro locales, dos europeas y tres (o cuatro) autonómicas. Si se añaden los referendos -constitucional, autonómico, en su caso, de la OTAN-, el promedio es como mínimo de una cita con las urnas cada año. La democracia española es todavía joven, pero cuenta ya con una experiencia considerable. En estos años ha conocido Gobiernos centristas monocolores, pero sin mayoría absoluta y socialistas con ella. Ahora experimentará con un Ejecutivo respaldado por una minoría mayoritaria socialista y tal vez alguna fuerza nacionalista.La alta participación es una de las claves de los resultados del domingo. Con más del 77%, cuatro puntos por encima de la media, se aproxima al porcentaje de 1982 (80%). Se trata de las dos ocasiones en que más alta ha sido la concentración del voto en las dos candidaturas mayoritarias: entre el PP y el PSOE han recogido ahora el 73,5% de los votos, apenas un punto menos que en 1982. En el resto de las convocatorias, la suma de los dos primeros partidos ha oscilado entre el 63% y el 70%. La polarización perjudicó el domingo a los terceros en discordia, y particularmente, a tenor de sus expectativas, a Izquierda Unida. Pero es evidente que en el poco brillante resultado de la coalición ha influido el desfase entre la reticencia de Anguita a pactar con los socialistas y el alto porcentaje de votantes potenciales de IU que se declaraba favorable a una alianza de ese tipo (entre el 60% y el 70%, según las encuestas previas).

Esa polarización ha estimulado la movilización de lo que cabe considerar voto socialista de reserva: ese sector que sólo vota si se le convence de que ello es indispensable para evitar el triunfo de la derecha. Esa reserva socialista es por el momento mayor que la del centro-derecha, y eso explica la derrota de Aznar, pese a haber conseguido agrupar a más de ocho millones de votantes: una cifra superior a la que dio la mayoría absoluta a los socialistas en 1989. Como vienen demostrando todas las encuestas, ello es consecuencia, a su vez, de la ligera inclinación hacia la izquierda del electorado español. Desde hace 10 o 12 años, los partidos genéricamente identificables como de centro-derecha vienen recogiendo, en conjunto, poco más de un tercio del total de sufragios, frente a casi el 50% resultante de la suma de socialistas e Izquierda Unida (y antes el partido comunista). Tan sólo en las elecciones de 1977 esa relación fue favorable a la derecha, con el 43% de los votos, frente al 38%. En 1979 se equilibraron en torno al 41%, pero desde 1982 la relación ha sido netamente favorable a la izquierda: 52/ 36; 49/35; 48/33. El domingo, la diferencia se estrechó bastante: 48% frente a 36%.

Los nacionalistas vascos y catalanes resistieron decorosamente la presión bipartidista, pero sólo a medias alcanzaron su objetivo de hacerse imprescindibles para la gobernabilidad. En conjunto, los partidos de ámbito inferior al estatal obtuvieron el 9,37% de los votos (considerando sólo los que consiguieron representación parlamentaria). Es menos que el porcentaje de las dos convocatorias anteriores (9,5% y 10,6%, respectivamente), y se aproxima al escaso 7,4% de 1982, confirmando que la polarización extrema afecta también a los nacionalistas, pese a las peculiaridades de los mapas políticos de Cataluña y Euskadi. Se trata, con todo, de una polarización entre dos opciones moderadas, lo que elimina riesgos desestalbilizadores.

Al haber quedado el PSOE justo al borde del límite mínimo, establecido por González como suficiente para gobernar en solitario, se mantienen las incógnitas sobre si habrá o no pactos estables. De las primeras declaraciones de algunos dirigentes socialistas parece deducirse la preferencia por un Gobierno monocolor (con presencia de independientes, según adelantó González) antes que por uno de coalición. Pero persisten las dudas sobre si el respaldo parlamentario para ese Gobierno se intentará mediante un pacto estable de legislatura (con CiU y tal vez el PNV) o más bien mediante un sistema de alianzas flexibles, a derecha e izquierda, según los casos, al estilo de los Gobiernos de Suárez y Calvo Sotelo. El debate sobre esa cuestión reflejará seguramente las diferencias existentes entre las dos corrientes fundamentales del PSOE. No tanto por la supuesta inclinación del guerrismo a favorecer un pacto con Izquierda Unida como por la coartada que un compromiso con Roca aportaría para ensayar una política diferente y sobre todo un estilo diferente de gobernar. Pero hay casi un mes para discutir de estas cuestiones.

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