Recompensa paras las canas
Han sido muchos años calentando gradas cutres y sufriendo en piel ajena. Muchos años visitando vestuarios y soportando el olor a linimento. Muchos años entregado a vivir con pasión los partidos de Fernando Luna, Joan Aguilera o Jordi Arrese. Muchos años comiendo en pizzerías de El Cairo, París, Londres o Niza. Lluís Bruguera, el padre de Sergi, se merecía un día como el de ayer. Sentado en la grada de invitados de Roland Garros, pudo echarse hacia atrás para contemplar el recital de su hijo. Ésa es la máxima expresión de la felicidad para el extravertido Lluís. Cuando Sergi juega muy bien, lo explica gráficamente: cruza los brazos, se recuesta en la silla y se relaja.Sergi tiene un carácter endiablado, como su padre, que le ha hecho llegar a lo más alto. También ha sufrido. Primero, por el castigo de los Patitos, cuando le hicieron el boicoteo en la Copa Davis. Luego, por su malos resultados en esa misma competición. No acababa de arrancar. Le acusaban de ser un flojo, de no tener fuerza física. Él apretaba los dientes y seguía trabajando en el gimnasio, solo, levantando pesas durante horas en esos días grises de invierno en los que nadie se acuerda de que existe el tenis.
A Sergi le faltaba un gran resultado que le tranquilizara y que le permitiese ganar el respeto definitivo de los demás. Ahora lo ha conseguido. Sólo los más grandes en la historia del tenis español, Manolo Santana, Andrés Gimeno, Manolo Orantes y Arantxa Sánchez, habían logrado antes llegar a la final de Roland Garros. A Lluís también le ha llegado su recompensa. En el camino ha encanecido. Pero ha valido la pena.
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