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"'A mi padre no le quería nadie"

Los hijos del anciano asesinado en Ciempozuelos dicen que tenía muy mal carácter

Francisco Peregil

Miguel Alarcos, anciano de 72 años, boina, garrota y muleta, escupía desde el balcón a todos los coches que aparcaban bajo su puerta. Vivía con sus dos hijos, Andrés, de 37 años, y José, de 35, en una casa sin teléfono de Valdemoro. El anciano cerraba su habitación con candado, y Andrés, también. Si se cruzaban por el pasillo, hijos y padre intercambiaban los buenos días; a veces, ni eso. El pasado lunes día 3, tres de sus cuatro hijos y un familiar guardia civil le encontraron muerto en su corral de Ciempozuelos. Alguien le golpeó en la cabeza y le tiró a un pozo. En su bolsillo llevaba 1,3 millones de pesetas, que el asesino desechó.

Por Nochebuena, desde hacía muchos años, los Alarcos cenaban cada uno por su cuenta. Por Nochevieja, igual. Tomaban las uvas donde querían y podían, nunca juntos. José Alarcos, un camarero de ademanes amables y voz templada, explicó ayer a este periódico que su padre les había pegado mucho a todos los hijos desde pequeños. "A mi madre le llegó a partir una silla en la cabeza. Desde hace unos años en que ella palmó con 52, nosotros decidimos dejarlo a su aire, sin llevarle la contraria. A él no le quería nadie, siempre andaba solo y hasta había denunciado a los vecinos porque decía que picaban la pared de nuestra casa", cuenta José.Francisco Alarcos es, a sus 31 años, el más joven de los hermanos. Vive en Madrid, trabaja en una empresa de limpieza y, según indicaron sus hermanos, Francisco era el que menos trataba al padre. Una vez cada seis meses venía a Valdemoro, pero casi siempre venía a mi casa y no veía al viejo", explica Goyo Alarcos.

El primer domingo de mayo, el anciano le pidió a su hijo Goyo, un pintor de edificios de 31 años, que le llevara el lunes por la mañana a su finca de Ciempozuelos, localidad de 10.500 habitantes próxima a Valdernoro, de 17.800 vecinos. Goyo asegura que sólo él, entre todos los hijos, se llevaba bien con el padre, a pesar de ser el único casado y no vivir en la misma casa. Goyo, el único con coche, le llevaba y traía de la finca donde el viejo se entretenía cultivando algunos frutos.

Aquel día, el padre se empeñó en ir a las 6.30. Y a esa hora lo dejó Goyo en el pueblo. El anciano le pidió al hijo que parase antes de llegar al corral porque quería tomar un descafeinado en un bar. Nadie volvió a verlo con vida.

"No pensé en nada malo"

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"Esto que voy a contar", explica Goyo, "se lo he dicho ya a la Guardia Civil las cuatro veces que me ha interrogado. Fui a recogerlo por la tarde, llamé a la puerta principal de la finca y no contestaba nadie. Supuse que, habría ido al bar donde va siempre, y allí fui yo también. Nadie lo había visto. Entonces volví por la puerta trasera, que nunca la utilizamos, y la vi como si la hubieran forzado desde dentro. Yo pude haber entrado en ese momento, pero no lo hice porque no pensé en nada malo. Creí que habría vuelto a casa haciendo dedo, como otras veces. Regresé a Valdemoro, encontré a mi cuñado, que es guardia civil en Villarejo, a mis hermanos José y Andrés y juntos entramos en la finca. Vimos sangre en el suelo, su garrota y el agua del pozo turbia. Llamamos a la Guardia Civil y ellos sacaron el cadáver del pozo".

Goyo sostiene que a veces hasta llegaba a tutearle al padre, a diferencia de los otros hermanos, que se conformaban con decirle "buenos días, padre" y lo trataban de usted.

"Si a veces hasta se reía conmigo explica el pintor. "Cuando se empeñó hace unos años en ingresar en una residencia de ancianos, yo di cien vueltas y al final se echó para atrás. Entonces, sentado en casa, en este sofá, yo le decía: "¿Y para eso me has hecho dar tantos viajes?". Y él se reía".

La investigación continúa en marcha. En su cuarto, la Guardia Civil encontró cajas con ropa de niño sobrante de los años en que su mujer se dedicaba a la venta ambulante, un infiernillo donde calentaba las patatas y cajas de leche.

Miguel cobraba desde hacía más de diez años una pensión por su trabajo en el campo que no llegaba a las 40.000 pesetas mensuales. La Guardia Civil descarta que el crimen tenga un móvil económico.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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