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El vuelco electoral se anuncia a la puerta

La posible victoria del Partido Popular (PP) en la Comunidad Valenciana, tradicional feudo del PSOE, al que se augura un importante descenso, constituye Ja principal novedad de estas elecciones. Y es que, por primera vez, las encuestas ponen en tela de juicio una hegemonía que los socialistas han mantenido durante más de un decenio en todas las convocatorias electorales. El PSOE afronta los comicios desde una posición incómoda, porque ya no controla todos los resortes. Errores propios, disputas inter nas, y el desgaste de tantos años en el poder, marcan este declive socialista, que los populares ya aprovecharon en las municipales de 1991 para arrebatarles las alcaldías de Valencia y Castellón -que ahora utilizan como plataforma- y que les servirá para in tentar, en las elecciones autonómicas de 1995, el asalto a la Generalitat.La crisis económica y el paro han azotado de forma especial a la comunidad -que, no obstante, seguirá siendo mayoritariamente de izquierdas después del 6 de junio con toda probabilidad- y serán factores que el electorado tendrá en cuenta a la hora de votar. Aunque, dada la tradición exportadora de la economía valenciana, la reciente de valuación de del peseta ha significado un respiro para muchos sectores. Un empresario azulejero de Castellón se lo dijo hace unos días a Narcís Serra: "De jueves negro, nada de nada, jueves de gloria".

Los regionalistas de Unión Valenciana (UV), desgastados por su coalición municipal con el PP en Valencia, afrontan las elecciones con el temor a que el voto útil de la derecha frene su crecimiento, quizá de forma definitiva, a favor de los populares. Esquerra Unida del País Valencià (EUPV), donde los renovadores son mayoritarios, tiene, por su parte, expectativas de crecimiento. Estas cuatro formaciones son las únicas de entre más de 60 candidaturas- que optan a ocupar los 31 escaños del Congreso que casi tres millones de votantes elegirán en la Comunidad Valenciana. Los demás, incluidos el CDS y los nacionalistas de Unitat del Poble Valencià (UPV), serán comparsas en una batalla en la que los restos jugarán un papel importante.

El declive de los socialistas valencianos viene marcado por problemas internos. Las antiguas disputas entr efamilias, hoy casi olvidadas gracias al férreo control ejercido por el aparato que lidera el secretario general y presidente de la Generalitat, Joan Lerma, han dado paso a una serie de problemas locales. El más grave, en la comarca de La Ribera, una de las de mayor implantación del PSOE en la comunidad -tradicionalmente controlada por los hermanos Rafael y Francisco Blasco-, donde el partido ha sufrido una fuerte crisis.

La destitución de Rafael Blasco como consejero de Obras Públicas y el posterior inicio de las operaciones del aparato del partido para minar el poder blasquista y controlar la comarca, que incluyó una moción de censura al anterior alcalde de Alzira, Francisco Blasco, impulsada por el propio GrupoSocialista, han minado la unidad del partido. Como muestra, un mitin celebrado la pasada semana en la capital de La Ribera, donde los blasquistas abuchearon a los oradores, entre los que se encontraba Antonio Asunción, número tres por Valencia. Los efectos de la -crisis de La Ribera se han visto aumentados por el caso de: la presa de Tous. La anulación de la sentencia produjo verdadera indignación en la comarca y los afectados por la pantanada no parecen haber quedado satisfechos con el decreto aprobado por el Gobierno para adelantar las indemnizaciones.

Mención aparte merece la crisis generada en Castellón tras la pérdida de la alcaldía en las elecciones municipales de 1991, que ha servido de excusa para abrir una batalla por el poder. Una batalla que ha surgido en muchas otras localidades, alimentada por el nerviosismo generado el retroceso electoral socialista que anuncian las encuestas. Todos estos problemas condicionan la estrategia del PSOE, que, ante el temor de que sus oponentes los utilicen como arma electoralista, incluso han renunciado a explotar temas como el caso Naseiro para centrarse en la venta del candidato Felipe González.

Los populares valencianos, cuya estrategia ante la convocatoria electoral es copia exacta de la que ha puesto en marcha la organización nacional del partido, han aprovechado este declive de los socialistas. Las alcaldías de Valencia y Castellón, que el PP arrebató a los socialistas en las municipales de 1991, a las que después se sumó la de Benidorm gracias a una moción, de censura propiciada por una edil tránsfuga, constituyen una buena plataforma de despegue para los populares en el País Valenciano.

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'Alicantinismo'

El PP también ha cerrado filas para enterrar, al menos de momento, una crisis interna marcada por ambiciones personales, imposición de dirigentes desde Madrid y tensiones con las organizaciones provinciales. Éstas, especialmente la de Alicante, siempre se han mostrado celosas del protagonismo de la capital, algunos de cuyos dirigentes hacen valer su fuerza para obtener contrapartidas y que, en opinión de un destacado militante, "tienen secuestrado" a Pedro Agramunt, presidente regional que entró de la mano de Manuel Fraga y que ahora se enfrenta a una patada hacia arriba que le coloca en el Senado. Alicantinismo, posiciones más a la derecha en Valencia forzadas por sus socios en el Ayuntamiento y cierta moderación en Castellón, ponen de manifiesto unas diferencias que contribuyen a confundir al electorado.

La apuesta del PP es clara: el objetivo es arrebatar la hegemonía a los socialistas. Los populares necesitan el voto útil y por ello han fichado, para encabezar la candidatura de Valencia, al eurodiputado Leopoldo Ortiz, en un intento claro de recoger votos de la derecha regional. Ortiz se presentó hace unos años, como independiente, en la lista de UV para las elecciones al Parlamento Europeo. No fue elegido y en la siguiente convocatoria europea apareció en la candidatura del PP, partido en el que ingresó poco después.

Lo demás son batallas menores, aunque no menos significativas para el mapa electoral valenciano. Como la de UV, cuya principal dificultad es que tras el pacto municipal con el PP el electorado parece no ver diferencias entre los dos partidos. El líder de la derecha regional, Vicente González Lizondo, es prácticamente el único activo de un partido que en el último año ha vivido una seria crisis interna que él mismo desató en su afán de hacerse con el control total de la formación. Un revés electoral puede significar el principio del fin de los regionalistas valencianos. El hasta ahora diputado Juan Oliver, que criticó a Lizondo durante la crisis, ha sido castigado y ha quedado fuera de la candidatura regionalista por Valencia.

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