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La rara inteligencia de los parques

Juan José Millás

La invención de los edificios inteligentes ha tenido consecuencias trágicas para la arquitectura, porque su mera existencia presupone la de los edificios tontos. Antes no pasaban de ser feos o hermosos, grandes o pequeños, funcionales o antiguos. O sea, que tenían categorías relativas y, por tanto, inestables, pues lo feo de hoy es a veces lo hermoso de mañana, etcétera. Sin embargo, desde que son inteligentes han cargado con la posibilidad de contraer la oligofrenia, del mismo modo que, desde que tienen aparato respiratorio, se han vuelto sensibles a las infecciones pulmonares.Es lo malo de humanizar algunas cosas, que cuando les atribuyes una cualidad, ellas se las asignan todas. Ahora, junto a los edificios inteligentes, hay también edificios asesinos que se dedican a envenenar a sus usuarios con las bacterias o el polvo que sueltan por los respiraderos del aire acondicionado.

En un tiempo remoto, cuando el esquema existencial del ejecutivo agresivo aún no había sido trasladado a los planes de estudio de la enseñanza media, los profesores más caritativos siempre encontraban un consuelo para los padres de los malos estudiantes:

_Su chico es muy listo -decían-, pero tiene poca memoria.

O bien:

-Su chico no es listo, pero tiene mucha memoria.

O sea, que uno siempre tenía algo que compensaba la escasez de lo otro. Me pregunto si podríamos decir lo mismo de algunos edificios contemporáneos. La torre Picasso, por ejemplo, parece muy lista -o se lo cree-, pero es evidente que tiene poca memoria, pues no se ha acordado al crecer de desarrollar un rostro, unos brazos; no sé, algo que distinguiera su pecho de su espalda o su azotea de su sótano. En cambio, la catedral de la Almudena, que al decir de algunos es un tonto pastiche, tiene mucha memoria porque no se, ha olvidado de reproducir cúpulas, bóvedas, naves y, en general, las oquedades esenciales de su estirpe. Además, quizá no sea tan tonta si pensamos los beneficios que va a producir la venta de sus capillas laterales y sus tumbas, que están saliendo al mercado a un precio faraénico.

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O sea, que en relación a los edificios ya no sabe uno si es mejor que sean listos desmemoriados o tontos con memoria. La inteligencia es la inteligencia, claro, pero así, sola, puede ser muy fría, mientras que en la memoria siempre late un punto de rencor o de afecto y, por tanto, de pasión.

Bueno, pues si no hubiera bastante con los edificios listos, ahora han inventado también los parques inteligentes. En Madrid tenemos el Juan Carlos I, situado junto a los nuevos recintos feriales del Campo de las Naciones. Por lo visto, se trata de un parque superdotado que se lo hace casi todo solo; es decir, que se riega a sí mismo, y por dentro, en lugar de raíces, tiene apara toa que regulan su presión sanguínea y cosas así. Yo he ido varias veces a verlo, pero, ya digo, debe de ser listísimo porque no consigo en entenderle. Es basto y sin abrigo, como el desasosiego, y está lleno de tumores de hierro y de cemento. Tiene también fuentes incomprensibles y una absurda colina por la que, en los días de calor, la gente se muere intentando subir. Sin embargo, carece de un solo rincón en el que aislarte un poco de los demás para besarte con tu novia o leer un libro. Ahora han puesto un trenecito con megafonía en el que puedes recorrerlo mientras te lo explican. Y lo malo es eso, que cuando te lo explican, aunque no te atrevas a decirlo, te das cuenta de que ese parque, ademas de ser tonto, no tiene memoria.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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