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Tribuna
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El independiente

Pablo: un padre socialista semifusilado en la guerra civil. Ya saben, los llevaban hasta el muro, mandaban formar el pelotón, daban las voces pertinentes y los fusiles disparaban balas de fogueo. Era broma: Pablo camina hacia el pabellón de deportes de Oviedo con cierta resignación. No milita en el socialismo, sino que milita en Felipe."Le tengo confianza, ¿sabe? Las cosas van mal, pero yo le tengo confianza".

Para Pablo y miles como él está hablando esta tarde Felipe González en Oviedo, como cualquier otra tarde en cualquier otra ciudad de España: "Yo no puedo sentir más que agradecimiento por lo que habéis hecho por mí, por la confianza que habéis depositado en mí, y pase lo que pase el 6 de junio, eso os lo agradeceré siempre".

Sólo hay dos sujetos en el discurso de González: yo y mi país. Y una negación casi siempre implícita: la del sujeto rival, a cuyo apellido no suele referirse más que a través de la abstracción totalitaria: la derecha, esa derecha. ¿Pérez Mariño, Victoria Camps, Garzón ... ? Nada de eso: Felipe González es el primer y más sólido independiente que figura en la candidatura del partido socialista. Un hombre y su pueblo, el convencional relato.

La personalización no se remite tan sólo a la confidencia o a las evocaciones con que el candidato suele enhebrar sus mítines. No se remite tan sólo a las de esta tarde, "cuando yo vine a Asturias y entre culines de sidra un viejo emigrante me confesó fragmentos de historia personal en Asturias, justificados porque la derecha, el día anterior, había osado poner su boca sobre Indalecio Prieto, el ovetense que fustigara a los "señoritos crapulosos". No es sólo eso: Felipe llega a decir sin trémulo: "Yo no quiero un país de salarios bajos", frase donde la recurrencia mayestática parecería antes una necesidad del sentido común que de la elegancia política y retórica.

Pero estas elecciones son para Felipe González un asunto personal. Un complejo asunto personal que a veces se define en una pendiente próxima al caudillaje. Nadie exclama con escepticismo esta tarde en Oviedo, sin embargo. Ni siquiera los que llevan una pancarta de doble adhesión a Felipe y a Alfonso Guerra. El público socialista, que no llena hoy el pabellón de deportes y que se marcha luego de la tregua emotiva y necesaria a seguir conspirando contra un presente hosco y de mal ceño en la región, acepta aquí, como en todas partes, el reto, ese reto del yo que su candidato les propone. Pablo, entre ellos, ya de vuelta a casa:

"Lo tenemos a él. Luego... que hablen".

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Una sola vez el candidato, inmerso en un yo confidencial o patriótico durante tres cuartos de hora completos, se ha referido al partido. Fue exactamente para decir esto: "Yo paseaba por Asturias, y ya era secretario general del partido, y las mujeres decían: ¡Pero si es un nene!'. El partido no se menciona: ni para bien ni para mal. Se sabe que existe, pero nadie le ha visto. Alguien ha debido de traer esta tarde las sillas y los micrófonos, alguien ha debido de animar a esas gentes. Es probable, sólo probable. Felipe ha. hecho de la soledad virtud, y envuelto en esa aura viaja. Con el desasosiego de la razón, la antigua izquierda se lamentaba de la conversión de los partidos políticos en meras máquinas electorales. Ya no parecen servir ni para eso. Alegrémonos: es el aplazado triunfo del hombre.

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