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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dudas de campaña

LA CAMPAÑA electoral que oficialmente se inicia hoy constituye la última oportunidad de despejar. las dudas que mantienen en la indecisión a varios millones de electores. No es seguro que lo consiga porque son vacilaciones que sólo en parte tienen que ver con programas, debates y candidatos. La principal de ellas es, para un sector del electorado, la de si la amenaza de derrota bastará para que los socialistas espabilen o será necesario que muerdan el polvo para que despierten del sueño de imbatibilidad que les impidió comprender a tiempo en qué habían errado. Pero también, para otro sector de indecisos, la de si los conservadores tendrán la energía suficiente para hacer lo que consideran imprescindible, especialmente en el terreno económico, pero que se han abstenido de intentar en las comunidades que han gobernado. Sea como fuere, esa indecisión alimenta la incertidumbre, y a diferencia de lo ocurrido otras veces, en que los sondeos acababan con la emoción del desenlace y con las ilusiones de los aspirantes, los pronósticos excitan ahora ambas cosas. El que, pese al incumplimiento real de la normativa que limita la campaña a 15 días, las protestas contra ese abuso hayan sido aplazadas para después del 64 testimonia el interés con que es seguida.Los debates televisivos tienen seguramente que ver con ese interés, por más que la repetición de los mismos carteles -Corcuera contra Gallardón, Borrell contra Cascos- hagan recordar los tiempos en que la selección española de fútbol sólo jugaba contra Irlanda y Portugal. La televisión ha obligado a adaptar los discursos políticos a las características de ese medio. Ello ha permitido ampliar el número de personas que reciben los mensajes, si bien a costa de que éstos se vean deformados por la preponderancia que la cultura M espectáculo atribuye a la frase sobre la idea y la descalificación sobre los argumentos. Esa creciente importancia de la televisión en la definición política de las mayorías ha vuelto a situar en el centro de la polémica la cuestión de la parcialidad de las cadenas nacionales y autonómicas.

Es indiscutible que las informaciones electorales se ofrecen en las televisiones públicas de manera sesgada en favor del partido que gobierna en cada sitio, lo cual es reprobable en sí mismo. Ese sesgo no se expresa habitualmente en la supuesta manipulación de las imágenes relativas a la oposición denuncia tan persistente como poco verosímil- o en las diferencias del minutaje concedido a unos u otros -criterio en sí mismo discutible-. El sectarismo se manifiesta más bien en la obsesión por contrarrestar, de la manera más artificiosa, las noticias o comentarios adversos para el Gobierno con otros que resulten favorables para el mismo (o desfavorables para la oposición). Sin embargo, deducir de esa situación que los resultados electorales falsearán inevitablemente la voluntad popular es una exageración a veces tan sectaria como laque denuncian. Primero, porque una inclinación similar se produce desde hace 30 años en las televisiones públicas de muchos países, sin que las lógicas protestas por tal abuso vayan acompañadas de una impugnación global de la legitimidad de los resultados; segundo, porque el sesgo también era norma en la televisión de UCD (aunque no en el mismo grado), lo que no impidió la victoria socialista de 1982; y tercero, porque, a diferencia con anteriores convocatorias, ahora existen otras cadenas que sólo desde el delirio pueden ser consideradas gubernamentalistas.

Esos sectarismos paralelos tienen su reflejo también en el tono milenarista con que desde sectores tanto del poder como de la oposición se presentan estas elecciones como la antesala del fin del mundo. Identificar la supervivencia de la democracia con la salida del PSOE del Gobierno tiene el mismo fundamento que considerar que una victoria de Aznar equivale al regreso del autoritarismo. El hecho de que los más desaforados críticos, incluyendo algún antiguo censor franquista, puedan hoy pontificar sobre la "catadura cuasi totalitaria del socialismo gobernante" constituye la mejor refutación de sus alegatos. Pero considerar que en España existe un peligro de involución supone ignorar que es éste uno de los países europeos en que menor es el peso de la extrema derecha y en el que la única fuerza antisistema con posibilidad de obtener representación parlamentaria es Herri Batasuna. Y si no es cierto que Aznar y González planteen las mismas cosas y representen los mismos intereses, menos lo es que simbolicen dos modelos antitéticos de sociedad o que de la victoria de uno u otro dependa el futuro de España como nación o el del sistema democrático. Más modestamente, el 64 se elige un Parlamento en el que dos fuerzas moderadas se disputan la primacía para gobernar en alianza con otras igualmente moderadas. Por mucho que ello defraude a los más excitables.

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